«No sé si me voy a recuperar». El incierto periplo de la covid-19 se ha cebado especialmente con aquellos que se contagiaron cuando la enfermedad se concebía como una ligera gripe y los sanitarios apenas conocían el enemigo al que se enfrentaban. Un año después de haber pasado la peor parte de un proceso que pudo haber sido mortal, la pesadilla no ha terminado para Santiago Melián ni Estefanía Martín. Ambos continúan levantándose cada día sin saber cuánto tiempo más tardarán sus músculos debilitados y sus nervios desconectados en recuperarse totalmente. Las secuelas que les dejó el haber sufrido una covid-19 crítica –que les mantuvo más de 20 días en ingreso en la unidad de críticos del Hospital Universitario de Canarias (HUC) desde el 12 de marzo del año pasado–, a día de hoy siguen manifestándose en la incapacidad para realizar las tareas más básicas y una dependencia casi absoluta.

«Ha sido un cambio muy brusco, nunca lo esperaron», señala la fisioterapeuta del HUC, Carolina Castro, mientras ayuda a Santiago a ponerse en una posición adecuada para hacer fuerza con sus brazos en una barra de madera. Ellos, los fisioterapeutas han sido –y siguen siendo– una pieza clave en la recuperación de la covid-19. Gracias a su intervención, ahora mucho más temprana –a los tres días de ingreso en UVI–, «se ha logrado obtener unos resultados mucho mejores en los pacientes de las últimas olas». Melían y Martín, sin embargo, no pudieron acceder a ese servicio de atención temprana, porque cuando ingresaron eran más las dudas que las certezas.

Algunos de los ejercicios que realizan los pacientes que pasaron la Covid-19. E. D.

Entre las secuelas más comunes tras sufrir una covid-19 grave se encuentran la pérdida de sensibilidad y el dolor neuropático, pero también destacan otras como la falta de aire o los fallos en la memoria. Con 38 años, Estefanía Martín, que se contagió en su puesto de trabajo –es auxiliar de enfermería del HUC– ha perdido la sensibilidad en sus dos pies, es incapaz de mantener el equilibrio y se le olvidan cosas esporádicamente. Gracias a la rehabilitación –que consta de 3 consultas semanales con fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales–, está algo mejor. «Cuando me dieron el alta salí en silla de ruedas, no me tenía en pie y con el vapor de agua en la bañera me mareaba», señala Estefanía. Un año después de sufrir la enfermedad, su vida ha dado un giro de 180 grados. Permanece de baja, ha vuelto a casa de su madre, no puede conducir y, lo más grave y lo que la mantiene en vilo cada noche: no sabe si se va a recuperar.

Santiago Melían, natural de Tegueste y en la cincuentena, cree que se contagió en la gasolinera en la que trabaja. El hombre ha estado más de un año luchando por recuperar la fuerza y la vida que la covid-19 le hurtó durante los primeros meses de pandemia. La noche en la que Santiago empezó a sentirse mal, de aquel 12 de marzo de 2020, no tenía miedo. No podía tenerlo, en cualquier caso. Porque lo que le habían contado, lo que había visto en los medios de comunicación, lo que transmitían los portavoces del Gobierno, el caso de La Gomera y el del hotel del sur de Tenerife, habían edulcorado totalmente la realidad. «Cuando llegué y me dijeron que tenía covid-19, lo primero que pensé fue en vacaciones», repite Santiago Melián con una sonrisa que esconde la pena real. Muy poco después se percataría de que su periplo para nada se asemejaría al de los 1.000 turistas recluidos en el Hotel H10 Costa Adeje. «Me dieron una batita y, a partir de ahí, no supe nada más», sentencia el hombre, pues ese mismo día cayó en coma y recuerda nada más hasta el día que se despertó.

El pánico inundó su cuerpo cuando abrió los ojos algo desconcertado, entre cuatro blancas paredes con olor a desinfectante de la unidad de críticos del HUC. No podía moverse. Sus manos y piernas se habían llenado de llagas que le causaban un dolor insoportable. Tampoco podía levantarse ni incorporarse, su cuello se doblaba casi instintivamente hacia un lado. «Como un bebé recién nacido que no controla la cabeza», describe el afectado. Desesperado, intentó hacer un esfuerzo por mediar palabra. Pero sus cuerdas vocales le abandonaron de manera rastrera cuando más lo necesitaba y de su boca no surgió ni un solo sonido.

Ejercicios de rehabilitación para recuperarse de las secuelas del coronavirus. E. D.

Un momento para no recordar

«Fueron los peores momentos de todo este proceso», relata el hombre sin esconder que, tras la mascarilla, sus ojos están mucho más vidriosos que cuando comenzó la charla. En aquel momento incierto, donde media población permanecía recluida en sus casas y las visitas a los hospitales estaban totalmente prohibidas, Claudia, su médico, intentaba animar a Melián poniéndole al teléfono con su mujer. Sin embargo, el hecho de tenerla ahí, tras tanto tiempo y no poder si quiera decirle que estaba bien, le dolía demasiado.

La etapa aguda de la covid-19 de Santiago Melián se saldó con dos meses de ingreso hospitalario, de los que uno estuvo en la unidad de cuidados intensivos, 15 días en la de planta de cuidados semiintesivos y otras dos semanas en planta hospitalaria. No fue hasta llegar a los cuidados semiintensivos que el paciente pudo recibir sus primeras sesiones de rehabilitación. «Me cogieron entre dos personas y aún así me caía, no tenía fuerza para mantenerme en pie», asegura el afectado.

Como cuenta su fisioterapeuta, Carolina Casto, cuando llegó no lo hizo como otro paciente normal que había pasado por la unidad de cuidados intensivos. «Normalmente estos pacientes tienen algún nervio lesionado y poca masa muscular, pero en el caso de los que atraviesan una infección por covid-19, también encontramos inflamación del sistema nervioso», afirma. Martín salió antes del hospital y por eso sus primeras sesiones las recibió en casa. «En aquel momento había muy poca evidencia científica sobre la necesidad de hacer rehabilitación y tampoco teníamos claros sus beneficios», señala Delgado. Aquella circunstancia, unida al miedo al contagio entre los profesionales y la incertidumbre sobre cómo aquel patógeno se transmitía de una persona a otra, ralentizó durante meses la puesta en marcha de estos trabajos terapéuticos tan vitales en la recuperación de los pacientes con covid-19.

Actualmente, la asistencia fisioterapéutica se centra en la evolución del paciente en tres fases de la enfermedad. Primero cuando están graves en la UCI, intubados y con cables o sondas, se les realizan ejercicios adaptados para lograr que recuperen la fuerza pulmonar lo antes posible. «Esto tiene también beneficios para el propio sistema sanitario», remarca la supervisora, que incide en que «cuánto antes se recuperen, antes podrán abandonar la cama». Pero además, el resultado es mucho mejor aunque el tratamiento «depende del paciente, porque la enfermedad les afecta de formas muy diferentes», advierte Delgado. De hecho, una de las características que puede complicar más el tratamiento de un paciente es que presente una cantidad ingente de cicatrices en los pulmones, más conocida como fibrosis pulmonar. Algo que en los casos de covid-19 pasa con frecuencia debido a la agresividad de la pulmonía.

«Normalmente en las sesiones procedemos a la verticalización –sentarlos en la cama– y a la movilización», señala Delgado. que indica que, finalmente, «al 90% los ponemos de pie en la misma UVI». En total, el equipo de fisioterapeutas de la UCI del HUC atiende a unos 15 pacientes al día. Las sesiones se realizan diariamente y, en los últimos meses se ha solicitado que incluso se amplie el servicio a dos intervenciones al día y a los fines de semana, pues la mejora en los pacientes es muy alentadora. Para entenderlo, no hay más que ver a las personas que no tuvieron la oportunidad de recibirlo, como Santiago Melián y Estefanía Martín, que un año después siguen arrastrando secuelas que no les dejan dejar atrás aquellos recuerdos tan dolorosos.

De entre todas las secuelas, las que afectan al correcto funcionamiento de la psique, son los que más preocupan a profesionales y pacientes. «Hay unas fuertes secuelas emocionales que requieren intervención psicológica, porque muchas veces nosotros no podemos avanzar en el tratamiento por eso», indica Castro que explica el caso de una paciente a la que cada vez que intenta tratar, se derrumba. Para Martín la covid-19 le ha robado su casa, su trabajo y su independencia, y a día de hoy sigue sin saber cuándo volverá a la normalidad. «Mi vida se ha parado por completo», relata. «Cuando se habla de covid-19 solo se ven los números; nadie habla de que un año después te puede cambiar la vida», reflexiona Santiago, que no esconde su anhelo, ya poco realizable, de no haber «sufrido nunca la covid-19».