Una inmensa y densa nube de polvo sahariano se instaló entre el 22 y el 24 de febrero de 2020 en Canarias, conllevando a pérdidas de más de 17,6 millones de euros. La que de forma más coloquial se conoció como “supercalima” tiñó los cielos de naranja y produjo una serie de impactos que no solo conllevaron a un gasto extra para las arcas de la comunidad autónoma, sino que también produjeron daños colaterales en la salud, los ecosistemas y la energía. De hecho, las pérdidas económicas estimadas tan solo se refieren al impacto en la actividad aeroportuaria, que por los fuertes vientos y la baja visiblidad, se vió obligada por primera vez en la historia a cerrar los ocho aeropuertos canarios al mismo tiempo y a paralizar, por ende, el principal motor económico de la Islas: el turismo.

Incluso solo estimando las pérdidas de este sector, la cifra final “podría haber sido más”, señala el físico Emilio Cuevas, uno de los coautores de este artículo multidisciplinar publicado por la Organización Meteorológica Mundial (WMO, por sus siglas en inglés), que señala que en esta estimación tan solo tuvieron en cuenta el gasto de las miles de cancelaciones que se produjeron esos días. Cabe recordar que tan solo el día 22 de febrero –el primero del fenómeno– se cancelaron al menos 230 vuelos en las Islas y más de 25.000 pasajeros se quedaron atrapados bajo el polvo. El final del episodio lo marcaron 1.000 cancelaciones de vuelos y 120.000 pasajeros afectados. Sin embargo, los investigadores “no tuvimos en cuenta, por ejemplo, lo que supuso para el mantenimiento de las aeronaves la intrusión de polvo sahariano”, insiste Cuevas.

Pero no fue ni de lejos el único impacto que la supercalima tuvo en la economía y en la sociedad canaria. La densa intrusión de polvo sahariano en concentraciones nunca antes vista –de hasta 3.000 microgramos por metro cúbico en partículas PM10 y 1.000 microgramos por metro cúbico de PM2.5–, no solo redujo considerablemente la visión, también aumentó el riesgo de sufrir eventos cardiovasculares, afectó al rendimiento de la energía solar y provocó la llegada de especies exóticas. Cabe recordar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que el aire inhalado no supere los 50 y 25 microgramos por metro cúbico de media en 24 horas.

La población se protegió

Los impactos en la salud de la calima ya han sido descritas por varios investigadores del Archipiélago. La inhalación del polvo que el viento arrastra desde el desierto del Sáhara empeora el pronóstico de los pacientes abocándolos a sufrir más cardiopatías e, incluso, aumentando su riesgo de mortalidad cardiovascular. Además, al arrastrar trazas de sustancias químicas desde el continente africano, bromo, cromo, níquel, zinc y circonio, existe una posibilidad –aun sin constatar– de que pueda afectar también a la salud. Aquella nube de calima, sin embargo, tuvo menos impactos en la salud de los que pudieron haber sido. “No afectó tanto porque la gente se concienció y se quedó en casa”, recuerda Cuevas. De hecho, el fenómeno ocurrió en pleno fin de semana de Carnaval y fueron muchos –aunque no todos– los que decidieron quedarse en casa para evitar los efectos adversos. “Recuerdo haber visto incluso a personas con mascarilla por la calle, antes de que estallara la Covid-19, eso ayudó”, rememora.

El polvo sahariano también tuvo impacto en la energía solar. Al depositarse en las placas de energía fotovoltaica, “se redujo considerablemente su rendimiento”, señala Cuevas. A esta generación de energía le afectó una doble condición. Por un lado, el que las nubes y la densa calima tapara la luz del sol y, por otro, que el polvo se depositó en las placas solares, provocando un peor desempeño hasta que fueron lavadas con agua. La producción energética se redujo un 52% el domingo 23 de febrero y hasta un 72% el lunes 24 del mismo mes, a pesar de que la calima ya se había disipado un poco más.

Con una sequía acuciante en todo el Archipiélago, limpiar los paneles se convirtió en todo un reto. “Por eso se esperó a que lloviera y las limpiara”, remarca Cuevas. Eso ocurrió justo un mes después. Hasta entonces, se produjo una reducción de la producción de energía de aproximadamente el 25%, cuando lo normal –por los cambios en el tiempo atmosférico– puede estar en un 4%. En el balance final, esto produjo pérdidas de hasta un millón de euros.

Libélulas, langostas y pájaros

La calima, además de trazas de sustancias contaminantes, también es capaz de arrastrar distintas especies desde el continente africano. Con los vientos que soplaron aquellos días – a más de 120 kilómetros por hora–, fueron capaces de traer al Archipiélago libelulas del norte de África, unas pocas langostas e, incluso, algunos pájaros. Aunque en esta ocasión no fueron demasiados, Cuevas insiste en que las intrusiones de polvo sahariano se puede convertir en una vía de llegada para especies exóticas, con los peligros que ello implica para las especies endémicas. “Si llegaran muchos ejemplares de una especie, podrían decidir quedarse, provocando un daño a la biodiversidad”.

“En el futuro prevemos que haya más intrusiones de polvo sahariano de este tipo”, indica Cuevas. En otras palabras, las supercalimas son un fenómeno que nos podrá volver a visitar en los inviernos –cuando las intrusiones suelen ocurrir en las capas bajas de la atmósfera– y cada vez lo hará de forma más recurrente. Es una de las consecuencias del calentamiento global, pues la circulación atmosférica ya está cambiando y se está haciendo “más ondulada” debido a ese aumento de las temperaturas. “Este año lo hemos vuelto a ver, también durante los carnavales, aunque con menor intensidad que en 2020”, recuerda Cuevas. Los canarios están, por tanto, abocados a seguir sufriendo las consecuencias de un fenómeno natural que, sin embargo, genera gravez daños a la salud, los ecosistemas y a la economía de todo el Archipiélago.