La industria global del carbón ha sufrido, también, sobremanera, durante la pandemia del Covid y la mayoría de los expertos afirman que ya no se recuperará jamás. La razón es clara: la crisis ha confirmado que gastar en energía renovable es una inversión más segura. Varios países de la UE como Alemania, Inglaterra, o Bélgica ya se habían alejado de los combustibles fósiles antes de que comenzara este año, pero el confinamiento forzó el cierre de plantas de energía en muchos otros países, nueva evidencia de que el uso del carbón deja atrás su pico. Una de las consecuencias más obvias será el impacto en los modelos de cambio climático proyectados para este siglo, en particular, en aquellos que, en el peor de los casos, se basaban en la expansión continua de la industria de carbón hasta el 2100. La demanda de electricidad se desplomó durante el confinamiento y lo primero en ser recortado fue el uso del carbón. La importación de este material en la Unión Europea ha experimentado un descenso del 66%, su nivel más bajo en los últimos 30 años. En Estados Unidos, las plantas no sólo han sido cerradas, sino que además han sido sustituidas por fuentes renovables, como en el caso de Great River Energy, en Dakota del Norte, que dependerán ahora de la fuerza eólica y el gas natural. Las marcas antiguas caen una tras otra. La red energética del Reino Unido no quemó un solo trozo de carbón en 40 días, el período más largo ininterrumpido desde el principio de la revolución industrial hace más de 230 años. En Portugal, el registro sin uso de carbón se ha extendido más de dos meses. Suecia ha clausurado su última planta térmica de electricidad alimentada por carbón dos años antes de lo planeado porque un invierno templado significó que no fue necesaria, incluso antes de la pandemia. Austria cerró su última planta de carbón, en Mellach, hace dos semanas. Así, esta industria cae en Europa y el mundo industrializado como si de un castillo de naipes se tratara, según concluyen expertos del Instituto sobre la Evolución Humana.