Asocian las redes sociales a los pecados capitales: Twitter a la ira, Instagram a la gula, Tinder a la lujuria... Algo negativo.

Yo no lo veo así. Lo que sí creo es que todo lo que consumimos en exceso es malo, como la comida, el deporte o las horas de sueño. Lo difícil del manejo de la tecnología es que es instantáneo: lo que quieres lo tienes inmediatamente y lo llevas siempre en el bolsillo. La tecnología ha eclipsado muchos aspectos de la vida. Existe un conflicto real entre Netflix y YouTube con el sueño. Es muy fácil consumir vídeo por teléfono por la noche y como las series están diseñadas para engancharte, millones de personas no pueden dejarlo. Lo he vivido en mis carnes. Por otro lado, puedes perder la visión de la realidad: cuentas muchas cosas de tu vida y recibes mucho feedback positivo, y puede ocurrir que eso te enganche.

En ese lado negativo está la pérdida de la capacidad de concentración, de atención y hasta de comprensión lectora.

El consenso general en occidente respecto a la entrega del primer móvil está entre los 13 y los 14 años. El smartphone eclipsa muchas otras actividades. Si un chico se acostumbra a ver vídeos en YouTube, es muy difícil que ese hábito le facilite la lectura. Si quieres que tu hijo tenga un buen estado físico y mental le limitas algunos alimentos. Con la tecnología pasa lo mismo. Entre los 12 y los 16 años vemos que la infancia se está acortando en el tiempo. Los niños se hacen adultos muy pronto y acaban abducidos en muchos casos.

¿Los controles parentales son un modo de calmar a los padres?

Las compañías de internet están siendo mucho más cuidadosas con la protección de la infancia. YouTube ha sacado fuera los contenidos para niños y los ha derivado a la aplicación YouTube Kids, que no permite la publicidad. Es una protección tanto del tipo del tipo de contenido como de la presión comercial. Y cada vez más padres se están haciendo duchos en el uso de esos controles. Pero los controles son como una tirita: el niño aprenderá a saltárselos. El mejor control parental es la educación y la conversación con los hijos.

Parece posible restringir el acceso de menores a esas webs para adultos con la huella dactilar o el reconocimiento facial.

Desde luego. Hay soluciones de diseño que quizá acaben siendo más eficaces. Todo lo que se ha hecho desde que empezó internet para controlar el uso por parte de menores ha fracasado. Aunque Instagram diga que tienes que tener 16 años para entrar, acceden a través de otras personas. Lo importante es un plan familiar del uso de la tecnología en el que los padres definan qué tipo de cosas y a qué edades quieren que consuman sus hijos. Ellos van muy por delante. Y la tecnología tiene muchos aspectos positivos: se puede descubrir el talento de un hijo en la música, en el cine, en la creación literaria... Hay que ver qué hábitos de uso te ayudan a crecer y cuáles te aíslan. Antes nos castigaban sin salir de casa, y ahora el castigo es salir... [risas]

¿Este es el fin del principio de la revolución digital?

Comparémoslo con la automoción: llegó un momento en el que los coches tenían cuatro ruedas, un volante, un acelerador, un freno, embrague y marchas. Luego el sector automovilístico se desarrolló una bestialidad. En el ciclo tecnológico actual, la base ya está consolidada, y es el smartphone. Lo que va a venir ahora son aplicaciones de esa idea, que seguirá cambiando nuestra vida a gran velocidad.

¿Y en cuanto a redes sociales?

En redes sociales sí puede haber más movimiento, porque son generacionales. Una persona que esté en Instagram tendrá a sus hermanos pequeños probablemente en TikTok. No sabemos qué va a pasar con ese trasvase de usuarios en función de la edad. Pero ahora le preguntas a cualquier adolescente y te dice que Facebook es de viejos. Veo complicado el futuro de Facebook, pues no le van a dejar comprar más redes y puede que Instagram se quede viejo. Pero el modelo de Google, Apple, Amazon y Microsoft está muy consolidado y no creo que haya grandes cambios.