Un hospital es una pequeña ciudad construida en el espacio que ocupan diez estadios como el Heliodoro Rodríguez López. Al día recorren sus pasillos, consultas y quirófanos 12.500 personas entre pacientes, acompañantes y profesionales. El mismo número de personas que viven en municipios como Teror (Gran Canaria), Tegueste (Tenerife) o Antigua (Fuerteventura), con su propia cultura, organización y elementos identificativos.

Es el órgano que palpita para mantener la salud de los canarios y requiere del trabajo perfectamente coordinado del resto de partes que lo conforman. Cualquier pequeño fallo podría provocar un súbito paro cardiaco. Cuando cruzas el arco de la puerta de cualquiera de sus dos edificios -de consultas o de hospitalización- es difícil evitar sentir un escalofrío recorriendo tu espalda. Los recuerdos de aquellas noches en vela esperando en una de las sillas del servicio de Urgencias se amontonan en tu mente y se cruzan con aquellas lágrimas de felicidad que no pudiste contener la primera vez que saludaste a esa pequeña tan esperada. Sus habitaciones integran la bienvenida y la despedida, la salud y la enfermedad, y aún así, cuando sus puertas de cristal se desplazan ante tu presencia es difícil no sentir paz.

Los motivos que te han llevado a cruzar ese umbral pueden ser tan variados como una mala caída, una repentina pérdida de visión, la aparición de un bulto misterioso o esos dolores abdominales que anuncian la llegada de un nuevo miembro de la familia. Y cuando tus pies se posan en el suelo de mármol lo único que puedes sentir es tranquilidad. Porque tras un intenso camino en el que tu cabeza no ha dejado de dar vueltas pensando las posibilidades, buscando las consecuencias en internet o tratando de mostrar entereza para no preocupar a los demás, constatas que te encuentras en un lugar alejado del peligro y donde impera la seguridad.

Quizás el lugar más misterioso para el acompañante sean las Urgencias. Las visitas a este servicio están limitadas a los pacientes y a algún familiar seleccionado. Pero no es de extrañar, pues uno de los servicios que alude un abordaje más complejo, tanto por el ritmo de trabajo como por la variedad de patologías que trata día a día. Urgencias es el único lugar del hospital donde los profesionales sanitarios pueden pasar de tratar una pulmonía a escayolar un brazo partido en cuestión de segundos, donde las decisiones se convierten de vida o muerte y en el que la templanza y la gestión del tiempo es un bien cotizado que no está al alcance de cualquier persona, ni siquiera de cualquier profesional.

Urgencias no duerme. Está activa las 24 horas del día y las noches suelen ser largas. Al día frecuentan este servicio unos 220 pacientes, cada uno con un problema específico y dispar. De ellos, unos seis requerirán una intervención urgente para la que hará falta las manos de todos los efectivos del servicio que se encuentren en ese momento en el servicio y, a veces, su gravedad será tal que pondrá en los límites los niveles de sangre del Instituto Canario de Hemodonación y Hemoterapia (ICHH).

Y mientras, cuando los nervios de los paciente se encuentran a flor de piel, son los enfermeros, auxiliares de enfermería y administrativos quienes trabajan para tratar de tranquilizarles, darles apoyo y escucharles. Pero no todo es tan sencillo. Estar enfermo no lo es. Ser quien debe curar tampoco. No es de extrañar que este servicio concreto de los hospitales de toda España sea en el que los sanitarios tienen más probabilidades de sufrir vejaciones o, incluso, agresiones.

Sin embargo, con las primeras luces de la mañana, los sucesos del día anterior siempre se suelen quedar en un mal sueño. Los profesionales que han hecho turno de noche recorren los alrededores del hospital en busca del vehículo que les trasladará hasta su cama, donde por fin podrán descansar después de otra noche de locos. Mientras, el hospital vuelve a despertar y se pone en marcha para dar comienzo a su actividad más temprana: las extracciones.

Antes de las 7 de la mañana, los pacientes y sus familiares llenan la sala de espera. Los más veteranos charlan entre ellos. Se conocieron allí y la visita al médico se vuelve un poco menos tediosa cuando se encuentran, especialmente para soportar la espera sin haber desayunado, que para muchos es la peor parte de las extracciones de sangre. En algunos casos hacerse analíticas es algo tan rutinario como comer. Con los resultados en mano ya comprenden si tienen el azúcar alto, si deben cuidarse el colesterol o cuántos glóbulos blancos están defendiendo el buen funcionamiento de su cuerpo de forma rutinaria. Para otros pacientes, ese pinchazo puede ser el hecho que constate que padece un cáncer.

Los más de 70 profesionales de laboratorio comienzan una hora antes a preparar todos los útiles. Y es que todo debe estar listo antes de que los enfermeros se metan en sus boxes y comiencen a llamar a pacientes. Una vez dentro del pequeño cubículo, y durante tres horas, el mundo se reducirá a la relación entre el profesional y el paciente. A partir de las 10:00 horas, con las salas de espera de los centros de salud, los Centros de Atención Especializada y las consultas, plantas y las urgencias hospital más despejadas, el resto de compañeros de laboratorio empiezan a analizar la media de 2.500 muestras que se han dispuesto en las baldas de los armarios metálicos de la zona.

El primer paso es dar a todas esas muestras un registro de entrada para posteriormente separar el plasma de las células "centrifugando" la sangre. El resto del día los especialistas de laboratorio trabajan a contrarreloj para averiguar qué ocurre en el organismo de los sesenta pacientes que ingresaron en alguna de las plantas del centro hospitalario en la jornada anterior y para determinar si el resto de habitantes de la zona norte están sanos.

Horas más tarde los especialistas comienzan a pasar las primeras consultas. La decoración en los templos de los médicos especialistas es muy distinta que la de los médicos de familia. Las paredes son una señal de ello. Lejos quedaron los pósters dedicados a prevención o a patologías banales que cuelgan en los centros de salud, pues aquí esas infografías muestran órganos más específicos: el interior de un ojo, el funcionamiento de un riñón o las patologías asociadas al crecimiento prostático.

Una consulta es un encuentro muy personal. El paciente debe despojarse de cualquier complejo para poder narrar sin cortapisas parte de su vida íntima a una persona, a veces totalmente desconocida. Para ello el profesional debe garantizar un espacio cálido y acogedor que permita al paciente ser totalmente sincero, algo que en los últimos años ha chocado de frente con los recortes y la gestión del sistema sanitario. En los mejores casos, los médicos han dispuesto en estos años de la friolera de 10 minutos para crear un entorno familiar donde impere la seguridad. Tan diversas son las consultas de un hospital que a veces pueden incluso derivar en una intervención quirúrgica. En el llamado quirofanillo, algunos pacientes tienen la oportunidad de tratar su patología sin tener que sumir su cuerpo a los brazos de Morfeo y evitando un posterior ingreso hospitalario. Este tipo de cirugías ambulatorias de bajo riesgo se realizan a menudo en el servicio de oftalmología, donde los Médicos Interno Residentes (MIR) realizan pequeñas cirugías de párpados, inyecciones de toxina botulínica, retiran suturas o drenan los abscesos de vía lagrimal.

Pero, el transcurso de una enfermedad es incontrolable. Si un tumor crece, una infección se complica o te ves envuelto en un accidente de coche, no queda más remedio que entrar en la sala de operaciones. El área quirúrgica del hospital, compuesta por 21 quirófanos, muestra el lado más frío, blanco e higiénico de la sanidad. Mientras te preparan, como definen coloquialmente los médicos, las preguntas empiezan a amontonarse en tu cabeza, aunque siempre hay que una grita por encima de las demás: "¿saldré vivo de esta?". A la entrada del quirófano se firma un pacto silente.

Los profesionales del quirófano cogerán a partir de ese momento los controles de tu vida.

La voz del anestesista se disuelve en el olor a morfina a medida que culmina la cuenta regresiva. Apenas llegas a escuchar el cero, porque ya estás totalmente dormido. Como paciente, lo que ocurra las siguientes horas no será más que un sueño. Como profesional, comienzan las horas más frenéticas del día. La mesa de operaciones, las de instrumentos quirúrgicos y los propios sanitarios ya ocupan gran parte del espacio, pero la llegada de la robótica ha llevado al límite la capacidad de sala.

El pasado diciembre desembarcó, como si fuera un regalo de sus tres majestades, el robot Da Vinci a los cuatro hospitales de referencia de Canarias. Un caramelo para los cirujanos que han estado formándose desde entonces para sacarle el mayor rendimiento a la nueva tecnología. A la semana se realizan unas cuatro intervenciones con asistencia robótica. Un aún bajo número de operaciones que se justifica en que el incipiente auge de esta tecnología todavía limita su uso a la urología, ginecología y cirugía general.

Y aún sin poder saborear el éxito de culminar una operación, otro paciente entra en la sala. Son mañanas y tardes complicadas en las que se entremezclan más de 60 remiendos, seis segundas oportunidades y otro media docena de nuevas vidas. Nuevas vidas que tendrán un montón de nuevas sensaciones en tan solo unos minutos. Al principio le dolerá respirar, y llorará. Pero mientras las lágrimas bajan por sus mejillas, sentirá el calor del pecho de su madre y podrá mirarla, por, primera vez, estableciendo ese vínculo que nadie podrá romper jamás.

Como procurador de segundas oportunidades, el hospital a menudo se convierte en un segundo hogar. De forma mensual, puedes volver a atravesar esas puertas que un día te dieron tanto miedo para aclimatarte a una nueva pierna o para que esos hierros que ahora sujetan tu fémur no duelan tanto. Quizás tu condición te obligue a recorrer descalzo sus fríos suelos semana tras semana, pero una visita al Hospital de Día siempre compensa por el simple hecho de compartir momentos con otras personas que entienden tu dolor.

Conocido por la tensión a menudo generada entre los profesionales y la dirección, por llevar sus Urgencias al colapso durante el periodo de gripe o por sus largas listas de espera quirúrgicas, resulta que el Hospital Universitario de Canarias (HUC) es mucho más. El HUC es una maquinaria tan bien engrasada que pocas son las veces en las que un paciente puede comprobar un fallo real, en relación a los que ocurren realmente. Alberga vida y muerte, es lágrimas de felicidad y tristeza a partes iguales, convierte sus especificidades en una dicotomía constante que la convierte sin proponerlo en la ciudad más peligrosa, segura, contaminada e impoluta de Canarias.