Urbanismo

Una nave industrial de tres plantas sustituirá a la antigua Casa de la Húngara

La popular ‘casa de citas o cancameo’ estaba emplazada en el barrio de Buenos Aires

Aspecto que presentaba este miércoles el lugar donde estuvo la antigua Casa de la Húngara.

Aspecto que presentaba este miércoles el lugar donde estuvo la antigua Casa de la Húngara. / El Día

Humberto Gonar

Humberto Gonar

Una nave industrial de tres plantas, una de ellas con oficina, reemplazará la antigua Casa de la Húngara, una construcción que se localizaba hasta días atrás en la calle Fernando Arozena que se localiza en el barrio de Buenos Aires.

Los trabajos de demolición que comenzaron la semana pasada no pasaron inadvertidos para vecinos del lugar, que a través de las redes sociales divulgaron el trabajo de la máquina retroescavadora demoliendo la estructura de una construcción que fue testigo de miles de citas desde su entrada en servicio desde mitad del siglo pasado, según fuentes consultadas.

La Casa de la Húngara no era un hotel, sino un inmueble donde se alquilaban las habitaciones por el tiempo que durara la estancia. Mientras unos prefieren referirse a ella como casa de citas, otros vecinos del barrio Buenos Aires precisan que «era un lugar de cancameo o una tapadera, ya que las parejas ahí al lugar, lo utilizaban para la práctica sexual y se marchaba; no era una vivienda en donde se ejerciera la prostitución en sí, sino que ya se acudía con el ligue», precisan interlocutores que siempre añaden que cuentan lo que a ellos le dijeron, como si nunca hubieran sido testigos de los hechos.

La Casa de la Húngara se denominaba así por la nacionalidad que se le atribuía a su propietaria, quien con el paso de los años traspasó el ejercicio de las actividades a una sobrina y esta, a su vez, a otros familiares, hasta hace unos diez años, cuando pasó a tener la primera denominación oficial: «La Hacienda».

La demolición de la construcción ha sido más noticia por la actividad que se desarrolló en el pasado, pues la actividad siempre se desarrolló casi en medio de la clandestinidad y el secretismo, si bien no falta quien asegura que la propietaria que regentó el negocio llevaba comisión con taxistas. Muchos coinciden en que la Casa de la Húngara fue un negocio, «una máquina de hacer dinero», a la vez que descartan el valor patrimonial del lugar.

El establecimiento se localizaba en la calle Fernando Arozena, frente a la Papelera de Canarias y al lado de Jacinto Lorenzo. «Estaba ubicada en un barrio industrial de Santa Cruz, en la periferia de la ciudad. Cuando comenzó su actividad ni existía la carretera que ahora se conoce», y que precisamente está en obras por los trabajos que se desarrollan en la Estación Depuradora que se localiza en el Polígono Industrial Ofra-Costa Sur.

Un trabajador municipal recuerda el cambio de actividad: de subarriendo por horas a hostal

En las redes sociales, un antiguo trabajador del Ayuntamiento de Santa Cruz recordaba en un comentario la identidad de quien regentaba la casa, de origen húngaro, a la vez que rememoraba cuando la mujer acudió a la sede administrativa coincidiendo con la desaparición del antiguo Impuesto de Radiación, que dio paso al Impuesto sobre Actividades Económicas (IAE). "La señora, que parecía no recurrir a una gestoría y gestionar personalmente su negocio no encontraba en los epígrafes de IAE el equivalente a subarriendo por horas de habitaciones, por lo que finalmente se acogió al epígrafe de hostales, que estaba contemplado dentro del Impuesto sobre Actividades Económicas, aunque le suponía el triple de lo que pagaba anualmente cuando estaba el vigor el desaparecido Impuesto de Radiación".

Otros vecinos y personas que frecuentaban la zona recuerdan que «era gente con pasta quien acudía con queridas, ligues, tranques... La Húngara siempre tenía las sábanas blancas tendidas; se veía desde la carretera, blancas como la nieve. Y cuando no había habitaciones, a echar el revencazo a los aparcamientos por fuera, oscuros y tapados con planchas», añaden para hacer referencia a la configuración de la parcela: entre dos naves industriales, se entraba por un pasillo lateral con el espacio justo para pasar el coche, detrás estaban los estacionamientos y se podría regresar por el otro pasillo, al otro lado de la casa, que tenía dos plantas, cada uno con cinco o seis habitaciones.

Niños de hace décadas, entonces alumnos del colegio San Ignacio de Loyola que estaba en el barrio Buenos Aires, rememoran cuando veían «los taxis negros con franja roja y dentro las señoras y señores con el periódico delante para no ser reconocido», recuerdos que no borran las máquinas que demuelen la Casa de la Húngara para dejar paso a una gran nave industrial.