BARRIO A BARRIO | Valle Crispín

El desafío de vivir en Valle Crispín

"Vendimos un cochino por 21.500 pesetas y me saqué el carné de conducir me costó 21.000", cuenta Carmen Cabrera

Carmen Cabrera muestra la zona donde vive, en los altos de Valle Crispín.

Carmen Cabrera muestra la zona donde vive, en los altos de Valle Crispín. / Carsten W. Lauritsen

Humberto Gonar

Humberto Gonar

Carmen Cabrera, una de las últimas cabreras de Valle Crispín, encarna la historia de superación. Con 11 años quedó huérfana y sacó su casa para adelante, hasta casarse y fundar su otra familia.

«Tanto cuidar cabras que me tocó el apellido». Con gran humor, Carmen Cabrera encarna una historia de superación. Primero como hija y luego como madre, precisamente hoy, primer domingo de mayo, que se celebra esta efeméride.

Nacida el 17 de agosto de 1951 –aunque fue inscrita el 1 de octubre, por el retraso que provocó la muerte de su hermana mayor, de 5 años–, Carmen Cabrera es una de las tres cabreras de Valle Crispín, donde cuida su rebaño, de doscientas cabezas en un oficio que heredó de hace cinco generaciones. Con solo once años, Carmen queda huérfana de madre se convirtió en pieza angular para tirar de la casa para adelante. 

«De chica iba a recoger cochinilla y higos picos; vendía doce higos a una peseta. Cono no sabía ir sola a Santa Cruz, esperaba a una vecina que me llevaba en el coche desde la entrada de María Jiménez a la calle del Castillo», cuenta.

Tercera de ocho hermanos, Carmen comenzó a hablar con José Pérez, que a la postre se convirtió en su marido, con 18 años, para contraer matrimonio con 20, hasta que con 23 nació el primero de sus dos hijos, José Daniel, que al igual que su segundo, Ignacio David, son taxistas de Santa Cruz.

«Si de algo me arrepiento en la vida es de no haber estudiado, porque no habría tenido esta vida tan dura que he soportado», cuenta Carmen, una luchadora nata como lo demuestra también su condición de presidenta de la asociación de vecinos Los Valles, que se constituyó hace casi 30 años.

Desde Los Caminitos, cerca de donde se encuentra el bar restaurante El Patrón –inmueble propiedad de su familia y cuya explotación comercial no pasa por sus mejores horas–, Carmen invita a los visitantes a su jeep para acercarlos a los altos de Valle Crispín.

Como si hubiera nacido con un volante en las manos, Carmen se maneja con el coche con la misma destreza que ordeña las cabras para vender la leche a una cooperativa dedicara a la elaboración de quesos del Sur de la Isla. «Yo nací en una cuevita de Dios», explica para referirse a que de pequeña iba con un burro hasta la entrada de María Jiménez, Valleseco o Cueva Bermeja y vendía lo que plantaban en la finca, desde habichuelas, papas, batatas, lechugas... «Estuve con papá, que me crió a mis hijos cuando incluso no teníamos ni luz, ni agua, ni carretera», añade.

Ejemplo de la dureza de la vida, cuenta que poco después de haber contraído matrimonio –el pasado julio celebró sus bodas de oro–, vendió un cochino por 21.500 pesetas, «y con 21.000 pesetas me saqué el carné de conducir», apunta. «He pasado tanto en esta vida...».

«En mi cuerpo llevo catorce operaciones; hasta me marché sola a Madrid para operarme», añade, para contar casi como una odisea cómo nació su primer hijo, después de algunas pérdidas.

«Mi marido se fue a trabajar a los frigoríficos y cobraba 3.500 pesetas, y con eso teníamos que pagar los muebles que compramos cuando nos casamos». De resto, vivían de las cabras y lo que daba el campo. «Cambiamos una burra por un furgonito que llenábamos de bubangos, papas, batatas, naranjas... para vender en la calle de El Humo». «Por entonces no pasaba la carretera, y bajábamos de Valle Crispín con la burra, la arrimábamos y cargamos el furgonito».

«Esta misma semana una cabra me tiró por tercera vez. Si vieras dónde caí sabías que Dios existe». Carmen se queja de cómo se ha elevado el coste de la vida: un saco de millo de 25 kilos por el que se pagaba 4 euros ahora cuesta diez.

Pero su agonía es ver cómo desde que se hizo la carretera –el próximo 28 de mayo, día de San Germán se cumplen treinta años– nadie la ha empichado de nuevo. «Encima debe ser el único bar de Anaga donde le han puesto unos malecones que impiden aparcar. El chico que lleva el bar me dijo que el viernes pasaron 30 coches y todos dieron la vuelta porque hay una señal que impide pasar, además de una raya amarilla».

En 2014, Carmen enfermó y le vendieron la mayoría de las cabras que ahora ha recuperado, pero su pena es ver el mal estado de la carretera de acceso a Valle Crispín –en la parte alta viven cinco familias– y cómo están asfixiando el bar El Patrón, que lo están arruinando. Ella sigue en la brecha.

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