La presentación de la supresión de las barreras arquitectónicas en el entorno de los bloques de las calles Arapiles y Bailén, en el barrio de Tío Pino, parecía a priori un acto para entonar el riqui-raca al alcalde y su equipo de gobierno por dar respuesta a una reclamación histórica y acabó con una saca de reclamaciones sobre la situación de abandono que padece la zona, según los propios residentes, que aseguraron que si se habían limpiado las dos vías era precisamente porque se sabía de la visita de Bermúdez. «A ver si viene más frecuentemente para que limpien», le espetó uno de los vecinos cuando tras la presentación de la obra se entró en un apartado de ruegos y preguntas. «Hoy se han dedicado a limpiar porque venía el alcalde; tiene que venir todos los días», dijo otro, entre aplausos del resto.

Lo cierto es que algunos de los residentes que más alzaron la voz lamentaron la falta de mantenimiento del barrio y fue el concejal de Participación Ciudadana, Javier Rivero, quien ‘actuó de bombero’ en medio de la bronca y pidió a las vecinas que lo llevaran a las calles donde, según esas vecinas, no se había limpiado porque no iba a pasar el alcalde. Al final, las vecinas acercaron al edil, que jugó más su rol de dirigente vecinal de su época en El Rosario y acabó en la calle Bruch, donde supuestamente estaba todo manga por hombro, para tener que admitir las vecinas que «esto hoy no está mal porque han venido ustedes». Al final, los reproches de calles sucias, llenas de excrementos de perros se quedaron en la necesidad de más presencia de personal de parques y jardines porque el único que atiende el barrio es insuficientes, precisaron en referencia a las ramas de los arbustos que sobresalían de las vallas; al final, la bronca casi finaliza en un cortado con bizcochón en alguna de las vecinas, que lo emplazaron a volver otro día para verificar el abandono que denuncian.

«¿Se pueden hacer barbacoas en las azoteas? ¿Y colocar piscinas?», le interpelaron al edil, que emplazó a la responsabilidad ciudadana para no hacer eso, máxime en los tiempos de pandemia que corren. «Llamen a la Policía», les emplazó el concejal Rivero. «Pero, ¿se cree que no lo hemos hecho? ¿Cuántas veces tenemos que llamar?». Para entonces, la denuncia de la falta de mantenimiento se centraba la falta de civismo de algunos residentes, a la que unieron el evidente mal estado del asfalto. Pero sobre los jardines, Rivero sentenció: «Si parece una urbanización privada. ¿Dicen que solo hay un jardinero? Habría que felicitarlo».

De regreso por un sendero entre la calle Bailén a Arapiles, una de las vecinas mostró una poceta levantada. «Lo ve, esto es un peligro, cualquier día se cae aquí una persona o pasa una desgracia». A la visita se sumó en ese momento el concejal de Infraestructuras, Dámaso Arteaga, que había hecho otro aparte con unos residentes sobre el ancho de las aceras. En tono conciliador, Arteaga rebajó la tensión. «Esa poceta se suprimirá, ¿no escucharon lo que dijimos en la presentación del proyecto». Ya de regreso a la plaza donde había sido la presentación de la obra para suprimir las barreras arquitectónicas, las vecinas mostraron unas tapas de alcantarillas reventadas por «ratas como gatos», y hasta algunas señales que se utilizaron para anunciar la obra que se ejecutó hace ya meses y que se olvidaron de retirar.

Antes, el alcalde, el concejal de Infraestructura, la concejala de Distrito y el de Participación Ciudadana se reunieron en la plaza de Tío Pino frente a DISA con decenas de vecinos. Dámaso Arteaga vendió el proyecto como la solución a una reclamación histórica, que se resolverá a partir de julio, cuando inicien los trabajos que está previsto que duren unos tres meses y que tienen un presupuestos de 100.986,82 euros, «incluida en el plan de barrio a petición popular». En presencia de los técnicos de Infraestructuras, Arteaga logró el consenso vecinal al proyecto de la obra, después de advertir que si los vecinos quieren se amplían las dos aceras pero que, por las dimensiones de la vía, eso obligaría a suprimir los aparcamientos. Por eso dieron por bueno que se ensanche una, máxime cuando los trabajos obligan a pasar del ancho actual de setenta centímetros a 1,80 metros que exige ahora Simpromi para aprobar la actuación.

Para ganar ese espacio a las nuevas aceras se recortará un metro del jardín limítrofe de los bloques, si bien los vecinos advirtieron que no querían que les quitaran su intimidad, por la proximidad de la ventana a la vía pública que ahora quedaba a salvo con los jardines. Pero la otra alternativa es quitar aparcamientos, un mal mayor.

También explicó Arteaga que se realizarán dos rampas para facilitar el acceso en la cota más alta de la plaza donde fue la reunión y se mejoraría el circuito peatonal que une los bloques 4 y 6 de la calle Arapiles con la supresión de escalones donde fuera posible; de ahí que en la parte más próxima a la carretera general se mantengan unos escalones y barandillas.

Los trabajos obligarán a suprimir algunas plazas de aparcamiento mientras dure la mejora para instalar una caseta de obra. Los vecinos insistieron en menguar la altura de las aceras que limitan la plaza, «que son muy altas», mantener el acceso por escalones al aparcamiento. ¿Para cuándo el porque del barranco? ¿Por qué no mejorar el pavimento en la zona infantil? ¿Y el problema del alcantarillado, porque la cuba de Emmasa viene tres veces a la semana?... El concejal reconoció que es un problema porque pasan por los jardines y se comprometió a impulsar el plan de cooperación que permite a Ayuntamiento y Cabildo costearlo. Hasta la propuesta de instalar bancos en la plaza de Tío Pino acabó en un problema porque unos vecinos quieren y otros no: «Por la mañana vienen los mayores y por la noches gente que no hace un buen uso».