El profesor de Historia de América en la Universidad de La Laguna Manuel Hernández destaca en el artículo titulado José Murphy (1774-1841). Del reconocimiento de la independencia de América a su exilio y muerte en México aspectos desconocidos de la vida de este excepcional personaje, que en su labor como diputado a Cortes mantuvo una activa lucha por el reconocimiento de la independencia de la América española. Nacido en Santa Cruz de Tenerife, cuyo puerto está ligado estrechamente al comercio con América, y en el seno de una familia irlandesa de la burguesía comercial, mantiene unas relaciones mercantiles abiertas con los países del Nuevo Mundo. Contaba con una notable formación lingüística; hablaba y escribía, además del castellano, inglés y francés, desarrollando una amplia experiencia comercial con Estados Unidos.

El profesor Hernández subraya cómo la emancipación de las colonias americanas representó unas consecuencias graves para Canarias, por la ruptura de relaciones de la economía isleña con Venezuela y México. En este sentido, Murphy apostaba por el reconocimiento de la independencia americana, “pues la paz reanudaría la emigración y los lazos económicos”, señala el historiador. Su divergente punto de vista con la política gubernamental española lo expuso abiertamente en el Congreso, alzándose en portavoz de las especificidades canarias y reivindicando un régimen de franquicias aduaneras.

Un Murphy pragmático y liberal, como resultaba consustancial a la naturaleza de un burgués comercial avecindado en las islas, ilustra la lucha de Canarias con la cerrazón y el empecinamiento de los gobiernos centrales, siempre hostiles a la apertura de cualquier negociación o debate que planteara la independencia de la América española. La lucha estaba perdida y pocos días después de la caída del régimen liberal, Fernando VII lo condenaba a muerte, como al resto de diputados que en Sevilla habían votado a favor de su incapacidad.

Su mujer, María Creaggh, describe cómo el diputado canario “salió para Gibraltar, y habiendo vivido algún tiempo en Inglaterra”, esperando en vano un cambio favorable para regresar a su patria, se estableció en la capital mexicana. La vida allí fue dura y difícil, sufriendo penalidades y pérdida de bienes. Fue nombrado cónsul general de España, pero sin sueldo. Estaba arruinado. Su salud empeoraba y decide cesar en el cargo de cónsul. Su mujer apela a los méritos de Murphy, su condición de diputado por Canarias, su papel como vicepresidente de las Cortes, además de su largo y penoso exilio. “Pero todo resultó infructuoso”. El exdiputado, el político de más alta talla de nuestro siglo XIX, fallecía el 4 de julio de 1841 tras una larga y penosa enfermedad. A su viuda se le niega la pensión de viudedad. No hay mérito. Lamentable desconsideración.