Cuesta llegar a la zona de medianías de San Andrés, donde se localiza la zona de El Regente, no tanto por el mal estado de la vía -que no pasa de ser una carretera a la medida de las pocas personas que la transitan- sino por los vehículos que se concentran a las puertas del colegio y el instituto del pueblo, hasta el punto de ocupar el carril de bajada; así, la ida y la vuelta se realizan por un solo carril, situación que se registra a la entrada y salida de los estudiantes por unos padres dispuestos a entrar con el coche hasta el patio si los dejaran.

A partir de ahí acaba la civilización y nos adentramos en el paraíso de las medianías de San Andrés, donde la vegetación -en especial cañizos y tabaibas- campa a sus anchas en proporción a la falta de habitantes. Una vez superada la zona de los institutos, rumbo al bar Tenoria, llegamos por la ladera del barrando de El Cercado a la zona conocida como El Regente, donde nos espera una de las vecinas para mostrarnos la situación de abandono de la zona. Aquí se descubre que el olvido tiene un color, el de cañizos que ha borrado el cauce del barranco.

Son poco más de las dos de la tarde, y esta vecina actúa de portavoz porque el resto de residentes está ahora atendiendo la hora de la comida con sus hijos o mayores. Asegura que desde la fatídica riada del 31 de marzo de 2002 no se han vuelto a limpiar con fundamento los barrancos, mientras recorre la zona comprendida entre el torreón de la luz de Endesa y la zona de las viviendas que se localizan encima de la curva de Panchito. "Hace poco los vecinos salimos denunciando la situación, vinieron dos días y limpiaron los metros. Y más nunca se ha sabido", se lamenta esta vecina que pide la intervención inmediata municipal para que se limpie en forma el barranco, quitando no solo los cañizos, sino también el revuelto que se ha acumulado, reforzar los muros y ampliar el cauce del barranco. "Cada vez que llueve vivimos con el corazón en un puño temiendo que vuelva a correr el barranco, y no tiene por dónde, porque está copado de piedras y cañizos". En la conversación, señala más abajo de la curva de Panchito, donde hay un pequeño túnel: "¿Ve eso? En la riada el agua pasó por encima; la altura tapó hasta el torreón, pero en 18 años no han hecho nada", se lamenta. Luego se acerca a la carretera de entrada a las viviendas, donde reside medio centenar de personas. "Esa vía está hueca por debajo, porque el agua cuando ha llovido la ha ido vaciando; cualquier día se cae y pasa algo", dice.

De El Regente, a Tierras Altas; de una ladera del barranco de El Cercado cruzamos a otra por un angosto sendero que deja en el olvido la civilización. Solo falta un cartel que, a la llegada de Juan Andrés y Davinia, se lee: "Bienvenido al paraíso de San Andrés".

Para llegar a esta zona, que está por debajo del puente Camurrio, no se precisa ser un iniciado en senderismo, pero ayuda acudir a la visita con tenis. Davinia deja la moto en la carretera para cruzar la vereda; solo falta por momentos el machete para aliviar el paso entre cañizos; parece una prueba de obstáculos -por la pendiente que hay que sortear por la vereda de piedras y tierra- no apta para quienes tengan vértigo. A una altura de unos quince metros, de un margen a otro del barranco de El Cercano, Juan Andrés y Davinia han construido un puente de madera sobre el que estaba originalmente, pasto del olvido. Eso sí, ni una barandilla para llegar al otro lado, suerte que los cañizos son tan espesos y alto que desdibujan el desnivel del terreno; pero no es la excepción, es que esta zona de El Cercado, en la parte alta de San Andrés, está totalmente tomada por una vegetación salvaje dispuesta a echar un pulso el día que corra el barranco. Ya en la otra ladera subimos a la casa de la pareja. A la entrada, como cualquier casa de Santa Cruz, su número, el 19. La diferencia es que aunque pagan la contribución y la basura, nadie acude allí a recogerla; ni el Correo. Es más, uno prefiere no imaginar cómo llevaron la nevera; el último electrodoméstico que adquirieron. Y si tienen luz es gracias a unas placas solares, porque hasta hace siete años se alumbraban con velas; y el agua, de la galería. Es un paraíso, huérfano de que las autoridades cuiden el barranco en previsión de una riada.