A babor

El cuento del mediador arrepentido

Juan Bernardo Fuentes, en libertad tras declarar por el caso Mediador.

Juan Bernardo Fuentes, en libertad tras declarar por el caso Mediador. / Carsten W. Lauritsen

Francisco Pomares

Francisco Pomares

El caso Mediador se llama así porque su principal protagonista, el locuaz Marco Antonio Navarro Tacoronte, es responsable central de una trama de extorsión urdida por él mismo. Si no está en la trena es por lo mismo que consiguió librase en 2003 de un caso similar, en el que organizaba hurtos y robos y chantajes en Puerto del Rosario, con la ayuda de un inspector de policía, y consiguió librarse denunciando a su colega inspector. Tacoronte es un especialista, casi un profesional del escaqueo por delación. Si viviera hoy en Caracas o en el Chicago de los años 20, yo creo que su trayectoria personal y vital habría sido un poco más corta. Afortunadamente para nosotros, Tacoronte vive en una sociedad democrática, garantista, y en la que los jueces y fiscales (al menos la mayoría de ellos) procuran hacer bien el trabajo por el que les pagamos el sueldo. Eso ha permitido que lo que parecía un asunto de escasísima enjundia acabe convirtiéndose en un escándalo (y una escandalera) de enormes proporciones.

La jueza que instruye el caso Mediador se tropezó con Tacoronte por casualidad, cuando el dimitido director insular de deportes de Tenerife –Ángel Pérez–, por motivos aún inexplicados, presentó contra su amigo Tacoronte una denuncia falsa por uso fraudulento de su tarjeta de crédito. Tacoronte intento exculparse a sí mismo y puso sus móviles a la venta. Desconozco cómo se produjo la negociación para colaborar con la Justicia, pero supongo que la jueza comprendió que un asunto bastante chorra abría las puertas a otro de muchísimo mayor calado, y le compró al instante los dispositivos, con todo su fondo de armario: comisiones por extorsión, conexiones políticas de alto nivel, buenas relaciones con alcaldes, empresarios oportunistas (o amedrentados), presidentes de Cabildo, miembros del Gobierno regional, senadores, diputados, generales de la Guardia Civil, y un porrón de contratos y licitaciones, más putas y viagra y un quintal de fotos escabrosas de tíos en calzoncillos metiéndose cocaína como si no hubiera un mañana. Sobra para una serie de Netflix.

La jueza y sus policías empezaron a tirar poco a poco de la manta y se encontraron con un tipo dicharachero y campechano, pero no tonto, que hizo por segunda vez la misma cuenta y llegó a la conclusión de que cuanto más convierta su historia en un pasen y vean, más posibilidades tiene de escapar ileso.

Y ahora está en lo que está, pringando de forma inmisericorde AB-SO-LU-TA-MEN-TE a todos, los que tienen algo que ver con su montaje (que son unos cuantos) y también a los que pasaban por allí, a los que le recibieron porque decía ser amigo del alcalde de La Matanza, o primo del que le vendió el perro a Pedro Martín, o porque un día habló con Conrado, y a ver si así conectamos esto con lo de las mascarillas, y acabamos saliendo en el Washington Post.

Entre anteayer y ayer, nuestro mediador se ha paseado por todos los medios que han querido dar cancha a su talento actoral, para acusar a Torres de estar «al corriente de todo», a la consejera de Agricultura de participar de la pomada, al güimarero Airán de comprar un perro, a quince (o diecisiete) diputados socialistas de ser del Sindicato de la Barriga al Aire, y a sus coleguitas de mafia y despendole, el Papá del que decía ser hijo (el general benemérito), el tito Berni, y el pánfilo Taishet, de ser todos unos golfos mujeriegos, y drogotas que se dedican al chantaje y al soborno. Yo creo que eso es verdad, pero también lo es que esta banda que ahora le remuerde tanto la conciencia habría sido absolutamente imposible sin él, que fue para sus conmilitones pívot, sicólogo, cajero y pegamento.

Tacoronte es un burlador, un tenorio del fraude y la trapisonda, un falso babieca que sabe muy bien dónde hay que colocarla para que duela más. A los suyos ya los ha vendido en esta y otras ocasiones, a todos los que se acercaron a él los ha contagiado sin remedio, y a los políticos que en algún momento le dieron aliento y cobijo, probablemente los destruya, sean o no parte real de la trama.

A lo otro: lo sorprendente de esta historia no es que por tantos sitios aparezca gente como el mediador y su garrula tropa. Lo sorprendente es la omertá con la que todo quisque, desde el más alto y poderoso al más vil y miserable, reacciona cuando algo así ocurre. Las respuestas anodinas –sacadas del Manual del perfecto cobarde– con las que han intentado zafarse del abrazo de oso de Tacoronte la consejera Vanoostende o su jefe Torres no resuelven el problema de credibilidad que amenaza al Gobierno en plena precampaña electoral. No estaría mal un poco más de sinceridad y osadía, más agallas, más portarse como gente de bien. Claro que ahora, para la izquierda española, eso de ser gente de bien ya no está de moda.

Confiemos en la juez de instrucción. Ella sí le está echando redaños.

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