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Manifestaciones y diálogo

Manifestación en Santa Cruz de Tenerife por un cambio en el modelo económico de Canarias

Manifestación en Santa Cruz de Tenerife por un cambio en el modelo económico de Canarias

Antes de las doce de la mañana del sábado la manifestación tinerfeña ya era histórica, según el juicio objetivo e imparcial de los manifestantes. A esa hora, poco más o menos, unos minutos antes del mediodía, me asomé a la manifa, y hablando con varios amigos dispersos hicimos un cálculo: entre 15.000 y 16.000 personas, aunque seguía bajando mucha gente en ese momento. Lo publiqué en X y fui convenientemente insultado. Una y media después seguía la llovizna de insultos y descalificaciones. A la gente le importaba un carajo que el tuit lo hubiera colgado hora y media antes. Poco después llegaron los vídeos. ¡Cuánta gente! ¡Nunca se había visto nada igual! Suspiré largamente. Las cámaras iban y venían. Es inútil advertir –como siempre en estas convocatorias– que esta es una ciudad de calles cortas y estrechas. Una ciudad pequeñita de 220.000 habitantes. Lo más largo y ancho que tenemos son las ramblas y las ramblas no son los parques Elíseos. Les da igual. Graban una y otra vez la modesta muchedumbre en una calle de sesenta metros de longitud y cincuenta metros de ancho. Pero qué barbaridad inmensa de gente. A las dos de la tarde solo podía dudar de 80.000 manifestantes los que estuvieran a sueldo de Ashotel. Más tarde algunos insistían en afirmar que eran una 100.000 las personas que protestaban. En fin. En un metro cuadrado caben, con cierta dificultad, dos o tres personas. Basta con 600 para cubrir la plaza Weyler, por ejemplo. Me lo apunta otro corresponsal de X. El recorrido total de la manifestación fue de unos 1.700 metros, el ancho medio de las calles afectadas es de nueve metros. 1.700 x 9 = 15.300 metros cuadrados. A dos personas por metro cuadrado son 30.600. A tres personas por metro cuadrado, 45.900. Y esa es la horquilla de manifestantes del pasado sábado en Santa Cruz de Tenerife: entre unos 30.600 y 45.900.

Las manifestaciones crean instantáneamente a sus fundamentalistas. Son en principio almas puras de espíritu matemático. Una manifestación de éxito –y la del sábado lo fue en Tenerife y, en menor medida, también en Gran Canaria– debe ser poco menos que infinita, como gorjeó durante toda la tarde un locutor radiofónico. Una manifestación exitosa es, también, una fé impostergable. Si somos tantos es porque tenemos razón y por tener razón es que somos tantos aquí. ¿No está claro, indeseables? Una manifestación es también una forma de expresar el hartazgo, pero no de liberarlo, de exaltar la esperanza, pero no de gobernarla. Las manifestaciones pretenden ser siempre – y así se viven– enunciados performativos, es decir, que por la expresión de un objetivo, un anhelo, un deseo, en definitiva, por la mera expresión de un hecho, el hecho queda realizado. En las manifestaciones del sábado se ejerció un tranquilo desprecio hacia las élites políticas y contra la partidocracia. La desconfianza generada por las grandes organizaciones políticas es plena, concluyente, sin mácula. No quieren negociar. No ven la necesidad de interlocutores. Cumple lo que te pedimos y punto. Y hazlo más temprano que tarde.

Los grandes partidos, y sobre todo el Gobierno autónomo, tienen un problema. Grave. Estas manifestaciones no se agotan en sí misma. Los convocantes preparan un amplio programa de actos e intervenciones para los próximos meses, hasta otra gran manifestación en otoño. El éxito del fin de semana alimenta razonablemente su entusiasmo. Esto no es la manifa de Vilaflor de 2002: una llamarada de protesta enseguida apagada. El comunicado del sábado de CC fue decepcionante. Los manifestantes no estaban suscribiendo la gestión de Coalición: eso es pueril, estomagante, inútil. No se organizan manifestaciones multitudinarias –con amplia participación de profesores, científicos y tecnólogos– para defender un gobierno con sólida mayoría parlamentaria, sino para criticarlo con la máxima contundencia en la calle. Este malestar es profundo, amplio, conflictivo y viene de muy lejos. Están hartos de que la crisis no sea una coyuntura difícil , sino el estilo de gobierno desde hace demasiados años. Abrir un diálogo es indispensable.

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