Opinión | Pleno del Parlamento de Canarias | A vista de guirre

El derecho universal a los propios hechos

Lo más divertido llegó cerca del final, cuando Vox presentó su proposición no de ley contra el adoctrinamiento de los niños

"Lecciones las mínimas", parece decir Ana Oramas a Patricia Hernández.

"Lecciones las mínimas", parece decir Ana Oramas a Patricia Hernández. / María Pisaca

Han cambiado los partidos y los responsables a cargo de las consejerías y las direcciones generales, pero no la batalla de cifras y porcentajes en materia de sanidad y políticas sociales. Después de frecuentar los debates parlamentarios durante un cuarto de siglo el cronista se siente incapaz de distinguir entre unos y otros. Un senador estadounidense, Daniel Patrick Mynihan, le advirtió a un adversario que, obviamente, tiene derecho a su propia opinión, «pero no a sus propios hechos». Pero no otra cosa hacen las fuerzas que apoyan al Gobierno y las que están en la oposición en asuntos particularmente peliagudos, como la cotidiana saturación de los centros hospitalarios –que a veces han colapsado durante varias horas– o el desarrollo y cumplimiento de la ley de dependencia. En algunos casos los apaños son francamente chuscos, como el protagonizado ayer por un diputado del Nueva Canarias, Yone Xarach Caraballo, enfermero de profesión y monologuista de devoción, que mostró ayer a la Cámara una foto del vicepresidente del Gobierno, Manuel Domínguez, inaugurando unas instalaciones médicas «con fines puramente de imagen política». Unos minutos después la diputada del PP, Rebeca Paniagua, subió a la tribuna y mostró que Caraballo había plegado la fotografía; una vez extendida, en la inauguración aparecían también el alcalde de La Laguna, Luis Yeray Gutiérrez, y el vicepresidente segundo del Parlamento, Gustavo Matos. El diputado canarista sonrió como un niño que ha sido pillado en una travesura, aunque no conozco ningún niño travieso con un sueldo como el de Caraballo, al que le encanta la notabilidad que le concede sus ligeras extravagancias, como usar los nombres propios, incorporar canarismos, contar anécdotas hospitalarias o combinar el traje chaqueta con unas bambas no precisamente impolutas. En cada pleno su señoría mejora un poco más. Ayer le anunció a los diputados que todos iban a morir y la noticia corrió como la pólvora por los escaños. «Si no tenemos la desgracia de sufrir un accidente todos los que estamos aquí vamos a morir, porque no somos robós». Parecía sinceramente atribulado, pero no desesperado, la verdad.

Para puntuar las cosas, y en medio de la marejada de cifras que golpeaba con olas cada vez más gruesas los bancos del gobierno y la oposición, parece que el actual Gobierno lo está haciendo algo mejor en lo que se refiere a la gestión hospitalaria y algo peor en la implantación de la dependencia. Es realmente curioso que el empleo de las pantallas televisivas para apoyar con imágenes o gráficos las intervenciones de los diputados no sirva, sustancialmente, para aclarar nada. Unas cifras se pueden trasmitir verbalmente, una imagen puede ser contradictoria. Alguna de sus señorías, para introducir el uso de la pantalla, repitió ayer de nuevo, sin ninguna piedad, que «una imagen vale más que mil palabras», ignorando la estupenda refutación que de este tópico pringoso hizo Roland Barthes: «que alguien me encuentre una imagen que me transmita que una imagen vale más de mil palabras y me convencerán de esa tontería». Por supuesto, no la hay.

Será después del verano cuando se pueda evaluar con mayor precisión el acierto o desacierto en sus políticas económicas y sociales del Gobierno presidido por Fernando Clavijo. Por el momento – y con unos presupuestos generales estancados hasta que los pibes y pibas de JxC se dejen amnistiar – solo pueden aportarse indicios y no una evaluación crítica objetiva. Los socialistas solo sacan la faca cuando se trata de lanzarse sobre Domínguez y el Partido Popular, buscando que salpique la sangre azul. Clavijo y la mayoría de sus consejeros, en cambio, caminan tranquilamente entre las balas que se disparan desde el PSOE con cuidado de no rozarle. Los de Nueva Canarias, por supuesto, actúan de otra manera, aunque menos agresivamente que el año pasado. Aun así, doña Natalia Esther Santana gesticuló abundantemente su escándalo por las respuestas de la consejera de Turismo y Empleo, Jessica de León, quien desembarcó en el pleno gatunamente con su habitual desparpajo de CEO que baja a perder tiempo entre los mortales. Santana quería demandar a De León para que se corrija ya la situación profesional de las limpiadoras de piso –que siguen en unas condiciones intolerables en la mayoría de los establecimientos hoteleros– y propuso, incluso, varias vías para conseguirlo. La consejera la observó con una curiosidad casi antropológica y le recordó que ya se había reunido con las kelly para acelerar cambios porque su departamento anhela que caída todo el peso de la ley sobre los que no respeten la legislación laboral y no atiendan a las condiciones de trabajo de los contratados en el sector turístico.

Lo más divertido llegó cerca del final, cuando Vox presentó su proposición no de ley contra el adoctrinamiento de los niños canarios (indefensas criaturas) a través de los libros de texto. Tal vez haya sido la intervención de Vox más ferozmente ideológica desde que llegaron a la Cámara regional. Nicasio Galván –no en vano uno de los fundadores de Vox en Canarias– después de calificar a ERC y al PSOE de partidos golpistas, para lo cual se remitió a la II República, expectoró el habitual refrito de la ultraderecha en la que se entremezcla alguna crítica razonable (como la relacionada con la «matemáticas de género») como el odio sarraceno al feminismo, al progresismo –todo lo woke es progresista y no hay izquierdismo que no sea woke–, al cambio climático y al democratismo hiperbólico, que es capaz de contarle a los niños que Francisco Franco fue un dictador sanguinario, y no, por ejemplo, un hombre atormentado por el colon irritable que se ponía a firmar papeles y papeles para tranquilizarse sin reparar en que eran, vaya, condenas a muerte. ¿Por qué siempre, siempre un dictador y nunca, nunca, un valiente general con colon irritable? ¿Por qué se normaliza la homosexualidad? ¿Por qué se fomenta el odio entre los hombres y las mujeres? En medio de todas estas angustiosas preguntas el portavoz de Vox empleó una fórmula mágica: «Y créanme, sé bien todo esto porque tengo dos hijas…» Ciertamente cabe responsabilizar a los padres de meter ideas perniciosas en las cabezas de sus hijos. Pero nunca había escuchado que unos hijos pudieran meter estupideces ultraderechistas en la cabeza de un padre.

La proposición no de ley fue derrotada.