Opinión | Observatorio

José Pablo Ferrándiz

El año en que la democracia está en juego

El año en que la democracia está en juego

El año en que la democracia está en juego / GUILLAUME PERIGOIS/UIMP - Archivo

Así termina la democracia, El ocaso de las democracias, Cómo mueren las democracias, ¿Qué falla en la democracia?, La crisis de la democracia, El descontento de la democracia... Estos son solo algunos de los libros publicados en los últimos años en el campo de la Ciencia Política. Títulos que, en principio, parecen augurar un futuro cuanto menos nublado para nuestras democracias liberales en los próximos años. Por diferentes motivos. En unos casos, debido al aumento de los movimientos y partidos extremistas; en otros, por la elevada y creciente polarización en la mayoría de las sociedades democráticas; también, por la propagación de la desinformación; y, por añadir un motivo más, por la desafección y el enfado que manifiestan los ciudadanos hacia la política en general y el distanciamiento con respecto a sus representantes electos. De todos estos desafíos a los que se enfrenta la democracia -que sin duda están interrelacionados- hemos hablado y escrito largo y tendido durante el 2023, pero tenemos que seguir insistiendo en este año que recién comienza. Sobre todo, porque se inicia un nuevo ciclo electoral que tendrá un impacto geopolítico mundial y que, en función de los resultados, podrá agudizar esta percibida tendencia decreciente de la democracia como el mejor sistema político o afianzarla como pilar imprescindible para garantizar la estabilidad y la prosperidad en un mundo cada vez más interconectado y complejo.

En 2024 están llamados a las urnas más de 3.600 millones de habitantes en el planeta (casi la mitad de la población mundial) en cerca de 70 países. Por señalar algunos de ellos, habrá elecciones en la India, en Rusia, en Estados Unidos, en México y en los 27 países de la Unión Europea, que entre el 6 y el 9 de junio decidirán cómo quedará constituido el décimo Parlamento Europeo. En este contexto, la Secretaría General de la Comisión Europea encargó una encuesta Eurobarómetro flash a Ipsos para evaluar las opiniones de los ciudadanos de la UE sobre el estado de la democracia en su país, así como sus percepciones sobre las posibles amenazas a las que pueden enfrentarse las instituciones democráticas en la UE.

En el conjunto de los 27 países miembros de la Unión, se da una clara división de opiniones en torno al grado de satisfacción que manifiestan los ciudadanos con el funcionamiento de la democracia en sus respectivos países: el 47% dice estar muy o algo satisfecho, frente al 51% que manifiesta no mucha o ninguna satisfacción. Un fraccionamiento en dos mitades casi idénticas que coincide con la división que se observa para el caso de España. Aquí, el 47% de los españoles expresa satisfacción con el funcionamiento de nuestra democracia, frente al 52% que declara insatisfacción. Nuestro país se sitúa, así, en la media de la UE. Dinamarca (80%), Luxemburgo (75%) y Finlandia (73%) son los tres países europeos con porcentajes de satisfacción con sus democracias más elevados, mientras que en el polo opuesto se sitúan Bulgaria (solo uno de cada cuatro se declara satisfecho: 26%), Hungría (29%) y Croacia (29%).

En este sentido, y creo que es importante, quienes muestran menor grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en el conjunto de la UE son las mujeres, las personas con un nivel educativo bajo, quienes no tienen trabajo y aquellas personas que residen en áreas rurales (según datos de Eurostat, la población de la Unión Europea que vive en zonas rurales cayó al 21% en 2021, frente al 45% tradicionalmente asentado en áreas de campo). Es decir, aquellos colectivos más vulnerables y a los que los sistemas democráticos deberían prestar especial atención.

Por otro lado, hay cierto consenso sobre cuál es el principal peligro que enfrenta actualmente la democracia en los países miembros de la Unión. De un listado de once posible amenazas, en 22 de los 27 países señalaron en primer lugar la información falsa y/o engañosa, seguida de la creciente desconfianza y escepticismo hacia las instituciones democráticas, con un 32%. En tercer lugar, la falta de compromiso e interés por la política y las elecciones entre la ciudadanía es señalada por un 26% de la población europea. En el caso de España, habría que añadir uno más: la falta de libertad de prensa y diversidad de los medios de comunicación (mencionada por uno de cada cuatro ciudadanos).

En definitiva, todos los riesgos asociados al desgaste democrático de nuestros sistemas políticos están vinculados a la confianza, que es un factor fundamental para el funcionamiento de la democracia. Por un lado, confianza en la información que recibimos como ciudadanos, que nos capacita para tomar decisiones informadas. Hay que tener muy en cuenta que la desinformación hace más accesible la vía hacia el autoritarismo porque tiene la capacidad de desestabilizar sistemas democráticos más o menos consolidados. Por otro lado, confianza en las instituciones, que son los pilares básicos que articulan la vida social de un país (las reglas y normas con las que se dotan las sociedades para regular sus relaciones políticas y económicas).

En este nuevo ciclo electoral de 2024 es esencial recordar que aunque las elecciones son un pilar de la democracia, no son un seguro de esta. No son suficientes. Es necesario, también, estar vigilantes sobre la desinformación y trabajar para mantener la confianza en nuestras instituciones. Como señaló Robert Dahl, «la democracia ha sido tanto un ideal por alcanzar como una realidad alcanzada y mantenida con esfuerzo». Pero esta, añado, no está garantizada.

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