Opinión | retiro lo escrito

Drago en el zaperoco

Archivo - Alberto Rodríguez, líder de Drago Canarias

Archivo - Alberto Rodríguez, líder de Drago Canarias / DRAGO VERDE CANARIAS - Archivo

En todo el zaperoco alrededor del abandono por Podemos del proyecto Sumar –sea eso lo que sea– y del grupo parlamentario del Congreso de los Diputados fulge como la luna del mes de enero el disparatado, hipócrita, victimista y lacrimógeno discurso de Drago Canarias. Como se recordará Drago es un partidete exprés montado a toda velocidad por Alberto Rodríguez, exfigura de Izquierda Unida, exdiputado y exsecretario de Organización de Podemos. Como resultado de una sentencia del Tribunal Supremo sobre la agresión de Rodríguez a un policía en una manifestación transcurrida en La Laguna, el diputado podemita perdió su escaño. Y después se cabreó mucho con sus compañeros. Nunca he entendido bien las razones de una ira tan jupiterina. La dirección federal de Podemos, para satisfacerle, se negó a que el siguiente de la lista ocupara el escaño que Rodríguez debió dejar por sentencia judicial. El tinerfeño se pasó meses y meses insistiendo en que le habían negado la representación a sus electores, pero de facto era él, empecinado en que el escaño (su escaño) quedara vacío, el que se la negaba. En una estrategia perfectamente planificada Alberto Rodríguez abandonó Podemos y se mantuvo meses en silencio. Cuando faltaba bien poco para la celebración de las elecciones autonómicas y locales anunció la creación de Drago y se negó a llegar a ningún acuerdo electoral con Unidas Podemos. Y aunque tuvo un papel menor en el hundimiento generalizado de UP no le benefició. Apenas consiguió 30.000 votos al Parlamento de Canarias, a una distancia de más de 20.000 para conseguir escaño, y debió resignarse a dos concejales zorroclocos en el ayuntamiento de La Laguna. Por supuesto ahí tampoco pactó con el PSOE ni con Unidas Podemos. A Rodríguez le preocupa un bledo la gobernabilidad de La Laguna. Lo que quería era su escaño. Siempre su escaño.

Lo tenía crudo, pero apareció como un hada madrina Yolanda Díaz y le dijo que estaría encantada de que Drago se incorporarse a Sumar: una heteróclita alianza electoral de la que se sabía muy poco. Probablemente la vicepresidencia del Gobierno y ministra de Trabajo buscaba tener en Canarias un contrapeso frente a Podemos, que por supuesto estaría en Sumar, pero cuidadosamente vigilado y estabulado. Inesperadamente la candidata al Congreso por Las Palmas, una Noemí Santana dotada de un cinismo a prueba de bomba, resultó elegida, mientras que Alberto Rodríguez no lo consiguió. Alcanzó unos 53.300 sufragios, frente a los 64.600 de Podemos en noviembre de 2019. Nada. La gente no votaba como debía.

Ni siquiera la decisión de los cinco diputados de Podemos de pasarse al grupo mixto –creo que es reglamentariamente interpretable definirlos o no como tránsfugas– justifica los berrinches y ajijides de Rodríguez y sus compañeros dragonianos. Todavía menos admisible es que atiborre las redes sociales con una nueva y vergonzosa exhibición de victimismo. No es que Rodríguez tome decisiones políticas erróneas, no es que haya demostrado una contrastada torpeza en el análisis durante los dos últimos años, no es que no consiga obtener el resultado electoral que anhela. No. Lo que explica la situación de Drago –y de la izquierda canaria en general– es un incansable y brutal complot para acabar con cualquier voluntad transformadora de nuestra invivible sociedad. La victimización sistemática de sí mismo y de su partido ha reverdecido otra vez en las últimas horas. «La verdadera víctima de esta situación», apunta un simpatizante en las redes sociales, «es Drago». Desde su grandeza histórica y su clarividencia ideológica Rodríguez le corrigió: «No, la verdadera víctima es Canarias», para agregar enseguida: «De nuevo nos roban la representación». ¿Qué quiere decir? ¿Que la representación de Canarias era Noemí Santana? ¿Santana le ha robado el escaño? ¿Era suyo? ¿Cree usted que los escaños son de su propiedad privada, como sus calzoncillos? Podemos ha vivido el tradicional proceso de bunkerización y confusión de métodos y objetivos en las izquierdas. Pero lo ha hecho fulminantemente en menos de una década. Tanto Santana como Rodríguez han contribuido a esta previsible catástrofe. Sería un gustazo que se callaran durante un largo tiempo, sin excusas, sin lágrimas, sin soberbias, sin más mentiras, disimulos y estupideces.

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