Opinión | A babor

El nuevo papel de Noemí Santana

Noemí Santana.

Noemí Santana. / José Carlos Guerra

Para compensar haber dejado a Podemos sin ministros, ministras y ministres, Noemí Santana ha sido premiada con la presidencia de la Comisión de Derechos Sociales y la portavocía de la coalición de fuerzas a la izquierda del PSOE en la comisión de Migraciones. Es el único cargo parlamentario con el que Sumar ha intentado compensar a Podemos y rebajar la tensión entre Sumar y los morados. Bueno, no es muy seguro que Díaz haya logrado el objetivo de serenar los ánimos podemitas, si es que ese era realmente su objetivo entregando a Santana una comisión en la que pueda lucirse o lo contrario, pero lo que es un hecho es el inesperado protagonismo parlamentario de Santana en Migraciones (después de una desastrosa gestión al frente de la atención de menores inmigrantes), en una comisión que se ocupa también de las áreas de Trabajo, Economía Social, Inclusión y Seguridad Social, con Yolanda Díaz como ministra de referencia, y con problemas en todos los frentes. El paso de doña Noemí por la carrera de San Jerónimo va a resultar como mínimo curioso.

El hecho es que la (para otras cosas) combativa Santana fue escasamente crítica con el Gobierno Sánchez durante su etapa en la Consejería. Como consejera de Podemos, mantuvo una relación extraordinaria con el presidente Torres, que jamás fue crítico o siquiera duro con ella, y que nunca censuró la catastrófica gestión de Santana. Es probable que ese estupendo entendimiento con los socialistas empeore ahora que –por instrucciones de su partido– le va a tocar ser una de las voces más estridentes de la izquierda. Pero no sólo va a cambiar su actitud con el PSOE, desde su entorno ya se ha adelantado que la posición de Santana se centrará en vigilar las actuaciones de Yolanda Díaz, y denunciar cualquier entreguismo a Sánchez, cualquier complicidad ideológica.

La diputada canaria de Podemos, una de las cinco que han sobrevivido a la purga de Díaz y al filtro de las elecciones, acabará por convertirse en el ariete tanto del PSOE como de doña Yolanda. La hiperideologización que siempre ha caracterizado a Santana va a ser la tónica de los próximos meses. Estamos ante una legislatura que se va a caracterizar por la continua puesta en valor de los votos de los grupos minoritarios: Puigdemont ya ha dejado claro que si no se cumple con la amnistía y la autodeterminación hará caer al Gobierno; a Podemos le han entrado ganas de acabar con las canonjías de sus antiguos socios, especialmente con las de Yolanda Díaz; y a Sumar le parece que esta etapa debe quedar marcada por un contante pulso que defina las diferencias entre una política de verdad de izquierdas (la de ellos) y otra que contemporiza con todo el que se deja (la del PSOE). Vamos a vivir un tiempo de exabruptos y excesos, y si no lo remedia nadie, es posible que a Noemí Santana le toque administrar parte de la cuota histerizante que Podemos va a ofrecer al conjunto del país.

Pero el principal problema de elegir a Santana como portavoz de ese discurso y de ese recorrido es que parte doña Noemí a esta guerra sin contar con entrenamiento ni armas. O contando precisamente con las peores: es difícil criticar la gestión de los demás cuando la tuya ha sido un fiasco absoluto. Es difícil sacarle los colores a los de enfrente cuando cualquiera puede ponerte enfrente un espejo y desarmar en cascada uno a uno todos tus argumentos, confrontándolos con tus actuaciones del pasado.

Noemí Santana es una pésima candidata para representar esta nueva etapa de radicalidad que quiere ofrecer Podemos a sus electores más fieles y al conjunto del país. Básicamente porque también fue una pésima consejera –la peor–, cuando se trató de defender los intereses de las islas en materia de solidaridad entre regiones ante la inmigración. Ella puede dejar claro –como ha hecho– que mantendrá una posición muy exigente con el nuevo Gobierno de Sánchez, tras haber descubierto –con cinco años de retraso– la absoluta despreocupación del anterior ejecutivo sanchista con el problema migratorio en las islas, y muy especialmente con el endoso a la responsabilidad isleña, de la atención de cuatro mil menores emigrantes.

Lo sorprendente es que la consejera no lo viera con claridad mientras fue consejera, y que avalara con su consentimiento expreso políticas y discursos que no se compadecen con los que ahora esgrime. Porque fue ella quien defendió a aquel malhadado podemita de visita a las islas que criticó que Canarias pidiera repartir equitativamente a los menores por el resto del territorio nacional: «¿Cómo va a ser un problema para Canarias atender un par de miles de niños?», dijo su colega. Justo lo contrario de lo que –ahora– ha descubierto la diputada que hay que hacer. Al final, Santana quedará para recordarnos que Grande-Marlaska agachó la cabeza frente a Marruecos cuando los gendarmes aplastaron en la valla de Melilla a una veintena de inmigrantes, o para exigir muy molesta que Sánchez se refiera más a la emigración en sus discursos parlamentarios.

Bien mirado, quizá no se haya equivocado tanto la gallega Díaz al permitir que Santana asome la cabeza como principal valor parlamentario de Podemos. Quizá sea la de Díaz una decisión perversa. A lo peor lo ha hecho aposta.

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