Opinión | SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero

La muerte es un tema serio

Presentación del cartel del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife

Presentación del cartel del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife / María Pisaca

No sé si fue un comentario en broma o cargado de esperanza fundada en el futuro de la ciencia lo que esta mañana, durante el desayuno, me dijo un joven universitario en respuesta al típico comentario de persona mayor que recuerda que todos, tarde o temprano, de una manera o de otra, tendremos que morir. Dijo: «Por ahora eso es así».

¿Llegará el momento en el que las ciencias de la salud nos regalen otra certeza para el final de nuestra vida biológica? ¿Será posible la inmortalidad biológica de nuestros cuerpos? ¿Encontraremos remedio al envejecimiento?

Tengo para mí que su optimismo olvida que nos podemos caer tras tropezar y dar un golpe en la cabeza o que un sencillo estornudo inadvertido e involuntario mientras conducimos nos puede sacar de la carretera, entre otros motivos de muerte accidental. Existe la enfermedad, existen los accidentes y, por ahora, y sin que alguien nos haya informado de avance científico alguno, existe el envejecimiento celular.

Mientras me cepillaba los dientes tras el desayuno recordé la novela El judío errante, de la que guardo un buen recuerdo, especialmente de la conversación que mantuvo el protagonista del relato con una pareja de enamorados en Venecia narrando lo que sufría al no conocer la muerte desde hacía tantos siglos como condena por no haberle ofrecido un vaso de agua a un condenado a muerte. Recordé, un poco más cercano a nuestro Archipiélago, la novela de Jesé Saramago titulada Las intermitencias de la muerte, en la que la inmortalidad alcanzada aquel 31 de diciembre para los humanos llevaba encerrada un sufrimiento irredento. Lo mismo hace Saramago que la otra novela de nombre bíblico, Caín, el cual sufre la maldición divina de no poder morir jamás.

La vida tiene un valor extraordinario precisamente porque es limitada, temporal, caduca y porque tiene final. Es la muerte uno de los elementos que otorgan a la vida un valor extraordinario. No se podrán repetir los instantes que vivimos y los vivimos con una pasión única. O, al menos, lo deberíamos hacer.

Una vida biológica rodeada de personas mortales nos generaría un sufrimiento increíble o un aislamiento tremendo. Una inmortalidad compartida en un mundo azaroso y accidentado lo único que evitaría es la sensación de envejecimiento, manteniendo la posibilidad de ese final inesperado y doloroso que todo accidente encierra.

Otro amigo, este de más edad, suele decir que algunos gastan su tiempo en la reflexión sobre «la inmortalidad del cangrejo macho», expresión meramente metafórica que no implica una referencia específica ni a los cangrejos ni a su longevidad. Se utiliza para indicar que una persona está distraída fantaseando sobre algo surrealista o irrelevante en lugar de prestar atención a lo que corresponde.

La muerte es un tema serio que debe estar más presente en nuestras reflexiones compartidas, por el bien de una vida digna de ser vivida y apasionadamente asumida. Tiene poco de broma y de fiesta, aunque el humor negro y el 31 de octubre la disimulen vistiéndola de carnaval. Es tan serio como todo lo definitivo. Y cuanto más seria aparece, con mejores modos asumimos la relación interpersonal con el resto de los vivos.

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