Opinión | Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

Migraciones que no se detienen

La Marina de Senegal intercepta cuatro cayucos con 616 migrantes irregulares

La Marina de Senegal intercepta cuatro cayucos con 616 migrantes irregulares

Como ya sucedió en el año 2006, nuevamente las islas Canarias están viviendo un repunte en la llegada de inmigrantes embarcados en cayucos procedentes de países de África occidental, en particular senegaleses. Al igual que ocurrió en aquellas fechas, una vez más se habla de una crisis de los cayucos, de la misma forma que se denominó la situación hace diecisiete años, como si fueran movimientos periódicos inevitables impulsados por fuerzas imparables de la naturaleza, pero no es así.

Aquellos que tengan la tentación de hacer un uso político de esta situación, acusando al Gobierno en funciones de izquierda de alimentar esa estupidez interesada que algunos denominan efecto llamada, como ha sucedido en tantas ocasiones, deberían mirar lo que está sucediendo en la Italia gobernada por la ultraderechista Giorgia Meloni, desbordada por la llegada de pateras a la isla de Lampedusa, o en la Polonia dirigida por el partido ultraconservador, Ley y Justicia, en su frontera con Bielorrusia o en tantos otros países. La presión migratoria avanza en todo el mundo al compás del caos migratorio que han alimentado los países occidentales en las últimas décadas, algo generalizado que no distingue de gobiernos ni de colores políticos, a pesar de las patrañas que difunde la extrema derecha.

Sin embargo, la situación actual de desembarco de cayucos en Canarias ha coincidido con un acontecimiento político singular que debería de poder dar respuesta a situaciones semejantes que vivimos algunos países europeos, particularmente en el Sur del continente. Efectivamente, mientras llegaban hasta las costas canarias embarcaciones con centenares de inmigrantes diariamente, se celebraba la cumbre de representantes de los estados miembros de la UE en Granada, bajo Presidencia española, en la que se trató de aprobar una vez más, sin éxito, un acuerdo sobre política europea común en materia de migración y asilo, a pesar de haberse rebajado notablemente sus compromisos y garantías para tratar de conseguir un compromiso que finalmente no se alcanzó.

Paradójicamente, mientras en diferentes fronteras europeas se vivían situaciones de crisis desbordadas por la llegada de inmigrantes, como sucedía en las islas Canarias o en Lampedusa, el Comité de Representantes Permanentes del Consejo acordó un mandato de negociación sobre un reglamento relativo a situaciones de crisis y de fuerza mayor en el ámbito de la migración y el asilo, que será la base de negociación entre la Presidencia del Consejo y el Parlamento Europeo. No parece que la UE sea ágil en dar respuesta a situaciones excepcionales que requieren soluciones urgentes, como las que afrontan actualmente España e Italia.

Las negociaciones en el seno de la UE sobre el fallido pacto de Asilo y Migración arrancaron en el año 2020 con el propósito de acordar un enfoque compartido en materia migratoria para todos los países europeos, haciendo frente al aumento de llegadas de inmigrantes por vías irregulares y proporcionando, al mismo tiempo, un marco común en la gestión de los procedimientos de asilo. Desde entonces, bajo la presidencia de diferentes países que han estado al frente de la UE en sus respectivos semestres, el borrador inicial no ha hecho más que adelgazarse, dando una vuelta de tuerca tras otra a la política migratoria e incorporando conceptos nuevos que permitan eludir obligaciones básicas de solidaridad y reparto del esfuerzo en la llegada de inmigrantes con aquellos los países que son frontera con África, a través del Mediterráneo o de las costas del Atlántico, como sucede con Italia, Grecia, Malta y España.

A pesar de las numerosas concesiones ofrecidas, como el endurecimiento en la política de asilo y la criminalización del trabajo humanitario de las ONG, junto a la introducción de mecanismos de solidaridad a la carta para flexibilizar y suavizar el compromiso de aquellos países europeos no afectados por las llegadas de inmigrantes irregulares, países bajo gobiernos de ultraderecha, con Hungría, Polonia e Italia a la cabeza, han bloqueado sistemáticamente cualquier acuerdo, hasta el punto de que el presidente húngaro, Viktor Orbán, llegó a afirmar que se sentían «legalmente violados» y que nunca aprobarían ningún acuerdo. Mal camino para un documento tan complejo como necesario, al que le espera una tortuosa negociación entre la Comisión, el Parlamento y el Consejo de la UE.

Sin embargo, este pacto migratorio europeo avanza de forma lenta y extremadamente dificultosa, sin entender adecuadamente las causas de este caos migratorio global y sin comprender la importancia del respeto de unos valores europeos en torno a los derechos humanos que han sido claves en la formación de la UE y nos alejan de la barbarie.

Hace tiempo que nos hemos desentendido, cuando no hemos impulsado abiertamente, conflictos, guerras, pobrezas, hambrunas, miserias, emergencias climáticas y extractivismos neocoloniales en buena parte de las poblaciones de donde salen todos esos desdichados buscando una vida mejor y arriesgando sus vidas en travesías espantosas. ¿Alguien se ha preguntado qué sucede en estos momentos en Senegal, uno de los países más estables de la región, para que quieran salir de cualquier manera miles de personas en cayucos en travesías muy costosas económicamente y tan peligrosas?

Las migraciones son, siempre, la respuesta a profundos malestares sociales entre las poblaciones. Y, mientras no entendamos y actuemos contra esos desajustes globales, nos tocará convivir de la mejor manera que podamos con ese deseo universal imparable de buscar una vida mejor, algo que todos haríamos.

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