Opinión

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El recuerdo de una trágica noche de Reyes en Marchena

El recuerdo de una trágica noche de Reyes en Marchena

Cuando algunos hablan obsesivamente de que se rompe España, lo que yo oigo es que «se les rompe España», como si España fuera un juguete que les perteneciera solo a ellos. Significa que la vida adulta está muy infantilizada. En mi casa, al día siguiente de la noche de Reyes, no quedaba ningún juguete entero, y no por maldad, sino porque la curiosidad de ver lo que tenían dentro era más grande que el placer de jugar con ellos. Nos gustaba acceder a las entrañas de un cochecito de cuerda tanto como desplazarlo a lo largo del pasillo. Las entrañas de los juguetes de entonces eran puramente mecánicas y la mecánica se entiende, de modo que el motor de una locomotora servía para fabricar otro artefacto (un ventilador, por ejemplo). Así que los juguetes, más que romperse, se transformaban. A lo mejor es lo que le pasa a España, que se transforma precisamente para no romperse. No obstante, cuando nuestros padres, con la mirada desconsolada, observaban aquella hecatombe de muñecos con las tripas al aire, solíamos echar la culpa al otro. El otro ha sido siempre el perfecto culpable.

En cualquier caso, los Reyes nos traían también juegos reunidos para las tardes familiares de los sábados. Los juegos reunidos solo se podían destripar mentalmente. Quiero decir que no se ganaba al Parchís o a La Oca abriendo el dado o destrozando el tablero. Tenías que enfrentarte a ellos con la cabeza. Eran, en cierto modo, juegos intelectuales. De modo que, una vez abiertos los muñecos que lloraban y cerraban los ojos o el robot que caminaba pesadamente sobre las baldosas de la habitación, no quedaba otra que sentarse alrededor de una mesa y comenzar a darle al cubilete.

Como España, si atiendes a lo que se dice en las radios y en las televisiones y se escucha en las tertulias de los bares, ya está prácticamente rota, no estaría de más que los políticos comenzaran a jugar al Palé, que es un juego de mesa capitalista, como la vida misma, en el que se negocia mucho. Se negocia con el otro, con la realidad, con la suerte y con uno mismo. Es imposible que de una negociación a tantas bandas no salga algo positivo. Quizá comprando y vendiendo ciudades imaginarias comprendan que no es tan fácil comprar y vender ciudades reales. O sea, que ni España está en venta, ni España se rompe, ni España naufraga, aunque a algunos les daría muchos votos que naufragara, que se rompiera o que se pusiera a la venta.

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