Opinión | El recorte

Sentido común

Ana Oramas tras ser elegida vicepresidenta primera del Parlamento de Canarias.

Ana Oramas tras ser elegida vicepresidenta primera del Parlamento de Canarias. / MARÍA PISACA

En el asunto de la migración, como en tantos otros, nuestra sociedad se mueve entre Guatemala y Guatepeor. Por un lado está el discurso humanitario, el buenismo, que consiste en abrir y los brazos y cerrar los ojos. Por el otro los argumentos bélicos que predican la defensa ante una invasión. El territorio del sentido común se ha quedado desierto.

Hay mucha gente que defiende la libertad de expresión, pero siempre que sea para expresar ideas con las que estén de acuerdo. En cuanto oyen un discurso que les chirría, una idea radical que les incomoda o un planteamiento que va en contra de los valores que consideran fundamentales, la tentación es ponerle un candado al bocazas.

La vicepresidenta del Parlamento, Ana Oramas, llamó al orden a un diputada de Vox que estaba mezclando equivocadamente los delitos cometidos por extranjeros con la inmigración ilegal. La izquierda le ha aplaudido con las orejas, pese a que Oramas les cae como una patada en el cielo de la boca. Todos los partidos comparten la creencia de que es necesario crear un cordón sanitario en el contorno de las ideas radicales de la ultraderecha. Y con esa política han conseguido darle a Vox la mayor campaña de publicidad gratuita.

Las ideas no se combaten silenciándolas, sino confrontándolas. No se puede imponer una dictadura de pensamiento o de ideario a una sociedad que tiene en sus manos la mayor capacidad para comunicarse de toda su historia.

En este país hay gente, y políticos votados por esa gente, que asocia a los extranjeros con la delincuencia. Los porcentajes de delitos les conceden una parte de razón. Pero el asunto tiene trampa. Lo que empuja a la supervivencia a cualquier precio no es la raza, la nacionalidad o el origen, es la marginalidad y la miseria. Esta sociedad tiene la obligación de proporcionar a sus ciudadanos las condiciones mínimas para una vida digna. Y eso está fallando hoy como una escopeta de feria.

La reciente catástrofe natural ocurrida en Marruecos podría tener consecuencias en los flujos migratorios. Por la parte que nos toca, miles de personas, que han perdido su pequeño negocio y su manera de vida en el cercano país africano, podrían verse empujadas a dar el salto hacia Europa a través de Canarias.

Para enfrentar esta realidad son igual de inútiles el buenismo o la xenofobia. Ni existen barreras que puedan parar la desesperación ni se puede acoger a todo el mundo. Hay que favorecer la migración regulada, poniendo todas las facilidades y ampliando racionalmente la capacidad de acogida. Y al tiempo ser absolutamente inflexibles con quienes pretendan entrar ilegalmente en el país. Es la única forma decente de afrontar un problema que no tiene fácil solución. Pero me temo que precisamente por ser una cuestión de sentido común tal vez sea lo último que vayan a hacer en esta sociedad desquiciada.

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