Opinión | SANGRE DE DRAGO
«¿Subir a San Roque o lagunear?»
Es importante tener una meta en la vida, un objetivo, un mapa de destino
Las peregrinaciones a la Basílica de Candelaria se repiten cada agosto desde hace mucho tiempo. Han entrado en el folclore popular indicando que «quien va a Candelaria no va a san Roque», aunque los motivos sean distintos si se trata de alguien del norte de Tenerife o de la zona metropolitana. Peregrinar contiene unos atractivos antropológicos, porque nos sitúa en medio de un camino y nos ofrece alcanzar una meta. Es importante tener una meta en la vida, un objetivo, una dirección de búsqueda, un mapa de destino.
El la ciudad de La Laguna se ha popularizado la expresión lagunear. Es algo así como pasear por La Laguna sin destino ni dirección exacta; dejar que los pasos nos lleven de un lado a otro y que la misma realidad nos sirva de esquema de paseo. Lagunear no es peregrinar. Falta la meta. Y tener un lugar al que llegar es fundamental para que adquiera sentido el camino. Aunque el mismo camino se puede convertir en objeto de destino paseando sin mayor motivo, todo camino acaba en algún lugar. Seamos o no consciente de ellos, cualquier caminante alcanza alguna meta. Siempre será más adecuado ser consciente de ello.
La peregrinación a Candelaria, donde se custodia la imagen de la Virgen María, o subir a la montaña de San Roque, donde se custodia al copatrono de La Laguna, es andar teniendo un destino, un lugar, el objeto de una experiencia personal. Es una analogía de la propia vida. Se estudia para alcanzar una graduación que nos abra al mundo laboral. Se escribe para que alguien lea el artículo, el ensayo o la investigación. Se duerme para descansar y seguir con nuestra actividad ordinaria. Todo tiene una meta, un objetivo, un para qué.
Y, en este ámbito simbólico, una pregunta me asalta: ¿habrá quien lagunee la vida? O sea, ¿habrá quien no tenga dirección de marcha alguna y despierte cada mañana sin saber qué hacer, dónde ir, qué comer, dónde dormir? Haberlos, los hay. La mayoría de ellos no lagunean –en este sentido existencial– por elección personal, sino porque la existencia, las circunstancias o la propia biografía los ha colocado en esa posición.
Las personas sin hogar, aquellas que son tan invisibles a la mirada de la sociedad, no tienen un lugar al que acudir cuando acaba el día; y si lo tienen, es un espacio inapropiado o es un banco o un cajero que toman prestado. No hay meta, por eso no tienen camino, no pueden ser peregrinos. Solo les queda lagunear asaltando el limosneo para comer algo o para beber más de lo debido.
La solución no es construir caminos o fabricar puentes. La solución es ofrecerles la posibilidad de descubrir metas. Porque por muchos caminos habilitados, sin una meta, la vida está paralizada, enroscada en el mero vivir y privada de la belleza de la convivencia. Sin una meta no hay verdadero camino.
Las altas temperaturas de este agosto nos va a impedir peregrinar como en años anteriores. Pero si no podemos ir a Candelaria, buena alternativa será subir a San Roque, esa montaña chata desde la que La Laguna se convierte en preciosa mirada desde un balcón de piedad.
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