Opinión

Oscar Izquierdo

¿Diciembre electoral?

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Después de los resultados de las recientes Elecciones Generales en nuestro país, más que sosiego o tranquilidad, que por cierto ya es hora y apremiante, para empezar de una vez por todas con lo corriente, que lleva implícito consigo lo frecuente, habitual o normal, en el convivir social o económico, en todos los entornos, lo que ha resultado de las urnas, es zozobra, significando personal y comunitariamente, inquietud, aflicción y congoja de ánimo, que no deja sosegar, por el riesgo de amenaza que entraña o por el mal que se puede producir.

La coyuntura es verdaderamente preocupante, porque no hay claridad alguna, siendo los posibles arreglos para conformar un Gobierno de España estable, fuerte y dinámico, bastante complicado, tanto por el bando de la derecha, como por la bancada de la izquierda. Los dos partidos mayoritarios, Partido Popular, PP y Partido Socialista, PSOE, cada uno en su medida cuantificable, han crecido, siendo los grandes derrotados los extremismos, tanto de la derecha como de la izquierda porque, aunque se demoniza constantemente a la extrema derecha, se blanquea con lejía la denominación de extrema izquierda, que no se nombra y menos se menta en los medios de comunicación. Los bordes del espectro político han perdido casi dos millones de votos, son muchos la desafección que han tenido, rechazando las posturas intransigentes e irreconciliables que anidan en sus idearios, totalmente despóticos, las dos facciones, tanto Sumar, como Vox.

La otra cuestión alarmante, en cuanto país, es el poder decisorio y aún determinante de partidos locales, incluso algunos decididamente emperrados en dividir territorialmente y desaparecer España como nación, computando con escasos votos, proporcionalmente significado a nivel total, pero con más diputados de los que verdaderamente deberían obtener, si contáramos con un sistema electoral más justo, de acuerdo con la realidad, que tanto ha cambiado desde el comienzo de la Transición política y menos proporcional, que coadyuva a la perversión del voto.

Lo que está pasando es que pierde la mayoría ciudadana en el conjunto del Estado, para que influya resuelta, resolutiva y decisivamente, lo autonómico o regional, con un poderío artificial y determinante, que desvirtúa el sentir generalizado de los españoles. Hay una fórmula, muy acertada para arreglar este desaguisado, que se emplea con frecuencia en las democracias europeas y que sirve para evitar que los extremismos, de derecha o izquierda, grupos ecologistas o antisistema, así como los señoríos cuasi medievales, todavía auténticos y de plena actualidad, que volvemos a repetir, para que se sepa meridianamente, que también existen, aunque no se les nombre, porque han estado asimilados al PSOE e incluso gobernando en la última Legislatura conjuntamente, puedan ser los que se apropien de las riendas del poder. Se trata de conformar un Gobierno de Estado, entre los dos partidos mayoritarios, en este caso, los socialistas y los populares. Es una quimera, a primera vista, pero en política todo es posible, incluso que el agua y el aceite se contengan en un mismo vaso, juntos, pero sin mezclarse. Es una posibilidad, que los alemanes ya han experimentado con éxito, gobernando juntos los socialdemócratas y los democristianos. Así han devaluado las pretensiones inasumibles de liberales, ecologistas o grupos de extrema derecha e izquierda.

Después de lo aprendido, tras las elecciones y para evitar lo que venimos manifestando, en relación a que los que menos votos y diputados tienen territorialmente sean los que decidan el Gobierno de España, está la repetición de las Elecciones Generales para finales de año, como una segunda vuelta, donde ya todos hemos aprendido la lección de lo que hay que votar, para esquivar a los aprovechados.

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