Opinión

Leer en la playa

Libros humanos

Libros humanos

Si lees en la playa puedes sacar un verso del libro y colocarlo en la mar, para que flote y surque las olitas, se pierda en el horizonte y llegue a tiempo para besar en la otra orilla a una niña descalza. Leyendo en la playa puedes meter ese castillo de arena, que construye un niño mocoso de bañador rojo, en tu libro y así los soldados de tu novela, los fieros guerreros, los caudillos heroicos podrían tener castillo, posada, refugio, defensa. En la playa es más fácilmente deducible quién es el asesino de tu novela negra. A los asesinos les da miedo la luz y la alegría y las risas de las turistas nórdicas. Pueden esconderse menos.

Hay quien pone su libro a enfriar en la orilla y lee una sandía. Conviene leer en la playa para que cuando venga el viento que se lleva las palabras, éstas ya estén en tu cabeza y no pueda ningún vendaval arrastrarlas. A los buenos libros es más difícil despegarles la arena. Los granitos quieren quedar adheridos a esas páginas inolvidables. Hay libros sobre el mar que no puedes leer si no sabes nadar. Los besugos tienen diálogos de lubina. El pez espada lee las aventuras de los mosqueteros. Es agradable tumbarse bocarriba, apartar un momento el libro y leer las nubes, que nos traen buenas nuevas de territorios remotos, nos evocan formas caprichosas o forman grandes letras mayúsculas simulando un mensaje enviado por los dioses. Hay que leer bajo el sol Insolación, novela de Emilia Pardo Bazán que te broncea por dentro; conviene leer en la orilla sesenta minutillos, imaginar como Alberti que las espumitas son en realidad «pañuelitos que tiene la mar» y echarse bien por todo el cuerpo protección total contra los dogmas. Si nos bañamos, leeremos mejor y más fresco El extranjero, de Camus, donde hace mucho calor, aunque si nos sumergimos en Mazurca para dos muertos, de Cela, nos caerá una lluvia mansa, aplicada, mortecina, que nos refrescará aunque nos traiga el otoño a la mente y a la playa, al alma y al ánimo. La peor lectura en la playa son los precios del chiringuito. Cuando leo «sardinas en espeto» siempre entiendo manjares de plata. Podemos en la playa leer a Kundera, infinito ya; leer La broma, novela poco superable y de ninguna levedad. Incluso leerla sin ir a la playa. Vaya, vaya.

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