Opinión | El recorte

El baile de las máscaras

Al principio del apocalipsis vírico, cuando el mundo tembló de pánico por la pandemia que amenazaba a la humanidad, el portavoz del Gobierno de España durante la crisis sanitaria, un médico llamado Fernando Simón, aseguró que las mascarillas no eran necesarias. Como luego se comprobó, esta afirmación era falsa, pero conveniente. No había suficientes mascarillas para todo el mundo y el mensaje intentaba evitar una crisis de abastecimiento provocada por el miedo.

El Gobierno necesitaba las mascarillas disponibles para dárselas al personal sanitario, absolutamente desprotegido. Y se lanzó luego a comprar desesperadamente equipos de protección y respiradores en un mercado persa en el que se había perdido el oremus. Llegó tarde, pagó el pato y metió la pata. El caos permitió negocios antológicos. Pero nada comparable con el gran pelotazo de miles de millones de euros que facturaron las grandes empresas farmacéuticas con el negocio de unas vacunas hechas a martillazos, saltándose plazos y procedimientos.

La pandemia se fue discretamente. De puntillas. El coronavirus murió de aburrimiento. Sigue entre nosotros, pero ya no es el enemigo público número uno. Dicen que es gracias a la vacunación. Pero hay millones de personas que no se vacunaron y que no están muriendo masivamente. El virus se ha gripalizado por decreto. Y como los medios de comunicación ya no le hacen caso, resulta que no mata tanto. O tal vez sea que sus muertes han dejado de ser relevantes.

Las mascarillas han desaparecido. Sin embargo hay millones de mascarillas almacenadas. Y uno las ve en los hospitales, cuando el personal sanitario atiende a los enfermos o cuando se opera a un paciente. ¿Por qué no seguirlas usando como medida de prevención? Pues porque ya no toca. La campaña de miedo del coronavirus está difunta. Y a los gobiernos no les interesa que sus ciudadanos transiten enmascarados por delante de las cámaras de seguridad.

Resulta casi increíble que tanto tiempo después del súbito apagado de la alerta mundial por la amenaza pandémica los gobiernos no hayan dado una explicación razonable y razonada de los errores que se cometieron y de lo que se ha aprendido para futuras crisis.

Que no se hayan publicado estudios sobre los efectos secundarios que se atribuyen a algunas vacunas. Que no se hayan aclarado responsabilidades en compras fallidas o fraudulentas de material sanitario. Que no se haya hecho, en suma, un análisis y un balance de un acontecimiento de alcance planetario en el que se adoptaron medidas traumáticas para la libertad y los derechos de las personas como nunca antes en la historia.

Aquel «pasaporte covid», perdido en el limbo digital de nuestros teléfonos, es un excelente ejemplo de cómo nos impusieron algo arbitrario que limitaba nuestra libertad. Algo inútil que hoy yace perfectamente olvidado. Es como si quisiéramos tener amnesia y no recordar cómo, durante unos meses, el pueblo soberano fue prisionero de sus gobiernos.

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