Opinión | Observatorio

José Antonio Younis Hernández

La muerte de Nahel, los crímenes de exclusión y los disturbios son tres violencias

La muerte de Nahel, los crímenes de exclusión y los disturbios son tres violencias

La muerte de Nahel, los crímenes de exclusión y los disturbios son tres violencias / José Antonio Younis Hernández

En 2005, aunque fuera de forma accidental, bajo las balas simbólicas del sistema que disparan los policías, murieron dos adolescentes. Dije entonces que no ardía París, lo que arden son las injusticias. Las injusticias y la desigualdad social del sistema vuelven a hacer chispas que encienden la cólera de jóvenes que no encuentran ninguna perspectiva de futuro: es la desesperanza. Ha vuelto a ocurrir de nuevo con la muerte del joven de 17 años Nahel. Faltaba mucho a las clases, pero sin antecedentes policiales, incluso los presidentes de los clubes deportivos decían que tenía muchas ganas de integrarse y se esforzaba a través del deporte, que no delinquía ni trapicheaba con drogas. ¿Qué explicaciones posibles pueden darse de lo que está sucediendo en Francia después del asesinato de Nahel?

En primer lugar, la equidad y la privación relativa. Son de las teorías mejor documentadas empíricamente, preocupadas por cuestiones de justicia social. La equidad plantea el reparto justo de recursos. La equidad plantea que, frente a situaciones injustas, la gente reacciona con malestar. Este malestar se controla mediante cambios materiales o psicológicos. En el caso psicológico, las personas tienden a deformar sus pensamientos. Los grupos de poder, los que tienen más y mejores recursos, producen discursos que justifican ese reparto desigual, consolando o conformando a los excluidos de los beneficios de un determinado modelo de desarrollo social y económico. De ahí que en muchas ocasiones no se movilicen los que realmente están mal, porque los mensajes son muy sutiles y, por supuesto, a veces no tanto. Cuando estos mensajes y discursos no funcionan distorsionando los pensamientos de los marginados, que sigan creyendo en el merecimiento de los que «mandan» y en la exclusión «justificada» de sí mismos, entonces los excluidos pueden reaccionar con acciones violentas y manifestaciones de protesta que buscan restituir la dignidad y la equidad. Pero ¿de qué depende que se lleguen a realizar estas manifestaciones de violencia? La privación relativa predice que cuando los individuos o grupos perciben contradicciones entre su estado actual y sus expectativas de merecimiento (cosas a las que creen que tienen derecho), basándose en comparaciones con estados previos en el pasado o bien cuando se comparan con otros grupos que sí tienen lo que ellos no tienen, entonces surge el sentimiento de privación relativa.

En segundo lugar, el modelo francés de integración social es el asimilacionista. El asimilacionismo francés exige que los inmigrantes olviden su cultura de origen y se adapten completamente a la nueva cultura y a la nueva sociedad. Su aceptación de la diferencia cultural es mínima y no hay reconocimiento de las minorías étnicas. La paradoja es que se les dice que se asimilen completamente a la sociedad francesa, pero los medios de ciudadanía, los derechos y oportunidades en igualdad de condiciones no se ofrecen por igual. Ni siquiera los dineros formalmente asignados por el gobierno para la construcción de las casas sociales se aplicaron en su momento, así como un conjunto de medidas que fueron desviadas u olvidadas. Puedes ser como yo, francés, pero sólo si eres sumiso y pasivo al lugar que nuestro orden social te ha asignado; quédate en ese punto y no aspires sino a gratificaciones fantasiosas. Se les dice que dejen de ser árabes, por ejemplo, pero no se les dice cuándo dejarán deja de ser inmigrante después de dos o tres generaciones.

En tercer lugar, la mediatización del conflicto. Los medios de comunicación construyen la realidad social más de lo que nos imaginamos, además de influirnos más poderosamente de lo que nuestro narcisismo admitiría. Si perteneces a un grupo minoritario, con escaso poder e influencia en la sociedad, la identidad no será todo lo positiva que uno quisiera, sino más bien negativa, así que salir en los medios de comunicación, ser protagonista, ser alguien por un momento y hacerse objeto de atención pública, conlleva un reconocimiento; aunque sea por vía de la identidad negativa, es reconocimiento y sensación de contar para algo y para alguien. Ser identificados como chusma, canallas y delincuentes amenaza esa identidad negada, por lo que se reaccionará con más violencia.

Además, las influencias mediáticas, siendo grave lo que está ocurriendo, se han superado a sí mismas poniéndolo como una catástrofe sin paliativos, cuando la realidad no es la reproducción que hacen de los hechos, dicho por los asistentes sociales, sociólogos y antropólogos que siguen los hechos en Francia. El sistema político, claro que se le ha visto el plumero, tiene que salir al paso estirando hasta el límite las osadías contestatarias, porque así cualquier exceso posterior del poder será admitido y disculpado por una población cada vez más aterrada y deseosa de más seguridad y menos libertad.

Los mismos medios han logrado un efecto de imitación, que muchos jóvenes se hayan incorporado progresivamente a la bacanal de cacería del sistema opresor de sus vidas de inmigrantes, de las mal llamadas segundas generaciones de inmigrantes, las cuales han heredado categorizaciones colectivas (moros, inmigrantes, etc.) de identidades estigmatizadas que no les permiten dejar de ser para alcanzar otras identidades alternativas más positivas. Por ejemplo: franceses. Vamos, que una vez más se criminalizan los alzamientos juveniles de forma sesgada y desmesurada, sin más análisis que los coches que queman o los enfrentamientos con el orden público. Estamos en el narcisismo del yo en su fortaleza, pues nos preocupan mucho más los efectos que las causas.

En cuarto lugar, ser jóvenes y las políticas de tolerancia cero. Las políticas de tolerancia cero, de nefasta memoria, nunca produjeron los resultados esperados, nunca riqueza material y, mucho menos, moral; además de hacer que todos salgan perdiendo. El afán de que me protejan y que me garanticen que el poco bienestar que tengo no será usurpado por los modernos pobres, jóvenes e inmigrantes, parece decir el ciudadano francés, da rienda suelta a los instintos básicos de la tolerancia cero que quieren aplicar los políticos, no sólo en Francia, sino en todas partes del mundo, y, además, sobre todo a los jóvenes cuando dicen basta. Los jóvenes, cuyas vidas están siendo víctimas de nuestra decadencia, la decadencia irreversible de una sociedad que empieza a tener miedo de ellos, una vez empezada la cuenta atrás de las falsas promesas incumplidas.

Para entender qué pasa en Francia y qué podría pasar en otros lugares, que, estoy seguro de que pasará a poco que se siga el rastro de los informes sobre el estado mundial de la desigualdad, y se siga también a los propios acontecimientos que van informando los medios de comunicación, es convenientemente saber que quien no tiene futuro, no tiene esperanza y que las cosas no suceden por casualidad. Es verdad que este crimen reabre el debate sobre la violencia policial en Francia como dicen todos los analistas, pero no olvidemos que en el contexto de un gobierno conservador como el de Macron y como lo fue en 2005 el de Sarkozy, más lo que llega ahora a esta España que no sale del purgatorio, tienen que ver con que la falta de esperanza fue el caldo de cultivo de todos los fascismos históricos.

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