Opinión | El recorte

Flatulencias electorales

Archivo - La ministra de Igualdad, Irene Montero

Archivo - La ministra de Igualdad, Irene Montero / Eduardo Parra - Europa Press - Archivo

El lunes fue al registro civil y cambió de sexo. Por la tarde exigió a su partido que le incluyeran en una lista electoral para cumplir con la paridad de hombres y, como él, ahora ella, mujeres. El miércoles por la mañana se cambió la edad, porque a pesar de tener cuarenta sentía que tenía setenta. Y se fue al cine por dos euros a ver el último estreno de “Fast and Furius”. El jueves le vino una oleada de nueva energía y volvió a cambiarse la edad bajándosela a dieciocho años, porque se sentía activo y quería cobrar los 400 euros para gastar en ocio y cultura. Y el viernes arregló los papeles con el banco, para aprovechar que el Estado le avalaba el 20% del crédito para comprar una vivienda.

Todo esto, hace años, sonaría a coña marinera. Hoy no. Porque hoy estamos a lo que estamos. Libres para hacer lo que queramos siempre que lo paguen los demás. Hoy los que gobiernan usan el talonario electoral de fondos públicos sin cortarse un pelo del bigote. Hoy se levanta Irene Montero en un mitin en Valencia, coge el micrófono y elogia los valores de la candidata de Podemos que va a ser la mejor alcaldesa porque, dice, es “sorda, bollera y valiente”. Nadie se lleva a urgencia a la ministra para ver si le ha dado un derrame cerebral. ¿Qué virtudes políticas supone ser sorda o lesbiana? Yo qué sé. Es como gritarle a la gente que elija a un candidato porque es “bizco, gordo y pollaboba”. Esto de la transmodernidad es muy confuso.

En el cantón guanche los candidatos prometen carreteras, empleo, hospitales, centros de salud, plazas, bancos, arboles, limpieza, aparcamientos… Lo habitual. Promesas que son aire y van al aire. Esas viejas chorradas que la gente escucha como el que oye llover porque ya no se las cree nadie. A veces ni siquiera el que las dice. Hagamos excepción de Drago, que ha pedido la legalización de la marihuana en este mar azul que brilla con siete estrellas verdes, que parecen hojas de ‘maría’. Estamos por el decrecimiento y la humacera. Mochila, bicicleta y porro para sentarnos en esas playas, recuperadas para los aborígenes, donde podremos ver ponerse el sol para nosotros solos.

Lara de Armas, en La Provincia, nos recordó esta semana el divertido conflicto diplomático entre Suecia y Rusia, a mediados de los noventa, cuando el primer ministro Carl Bildt protestó cabreado ante Boris Yeltsin por la intrusión en aguas territoriales suecas de submarinos rusos. Poco después se comprobó que la Armada sueca había confundido los pedos de los arenques en el mar Báltico con el ruido de los motores de los sumergibles. Pedos. O sea, aire. Como las flatulencias de esta campaña. Se pueden confundir con la política pero solo son pedos electorales.

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