Opinión | EL RECORTE

La isla congelada

Por decirlo nada finamente, Tenerife va de culo y sin frenos. La última EPA ha disparado las críticas de la oposición y la alarma de algunas instituciones ante las mortecinas cifras de los últimos años. Es verdad que hemos pasado una crisis, pero parece que no ha sido igual para todos. Mientras que Gran Canaria tiene hoy treinta y dos mil activos y sesenta y dos mil ocupados más que hace cuatro años, la isla de Tenerife registra apenas dos mil nuevos activos y cuatro mil ocupados menos.

No es extraño. Tenerife es actualmente la capital mundial de valiosísimas piedras aborígenes tiznadas, que muestran pintaderas ahumadas con el primer rayo de sol del equinoccio de septiembre, escarabajos endémicos en peligro de extinción que habitan por cientos de miles debajo de cualquier tonique o frágiles viborinas tristes que en apena seis meses puedan alcanzar la altura de la torre Eiffel. En Gran Canaria las especies amenazadas son las que se oponen al desarrollo insular. Por eso son capaces de meter una red de tuberías por un barranco, atravesar no sé cuántos espacios naturales protegidos y hacer dos presas para una central hidroeléctrica diciéndole a los cuatro ecoprotestones que intentaron liarla que por ahí se va a Cafarnaúm. Tienen, de lejos, la mejor red de carreteras de la región. Uno de los puertos más importantes y con más tráfico de España. Tendrán el tren antes que nadie y los estudios de cine y el parque temático de Dreamland que le levantaron delante de sus narices a Fuerteventura, donde prefieren los huevos de pardela. Allí se hacen granjas de pulpos y aquí los pulpos gestionan la granja.

Las Islas Verdes de esta provincia se están convirtiendo en un geriátrico y en Tenerife cualquier proyecto estalla como una pompa de jabón. Se cargaron el puerto de Fonsalía. Impidieron crear turismo en Arico, con tres hoteles cercanos a Abades; modélico ejemplo de urbanismo costero. Se paralizaron las obras del complejo turístico de Cuna del Alma, en Adeje. Se lió la mundial con un hotel en La Tejita. Y se impidió, por lo civil y por lo militar, que se invirtieran más de doscientos millones en una regasificadora en el puertucho de Granadilla, no fuera a ser que nos convirtiéramos en un punto de suministro estratégico para las nuevas flotas navieras.

No hay nada que se mueva en estas aguas estancadas, donde ya solo crece el musgo. Solo la agresiva pibada que denuncia la expoliación de suelo patrio para dedicarlo al turismo que nos da de comer, hurtándoselo al pueblo para su uso tradicional: chozos de bloque visto en la costa y cuartos de aperos con piscina en las medianías. Dos acreditadas especialidades aborígenes. Esas y una burguesía somnolienta que ronca su cobardía.

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