Opinión | Observatorio

Jorge Dezcallar

El precio de la paz

Archivo - Vladimir Putin, presidente de Rusia

Archivo - Vladimir Putin, presidente de Rusia / -/Kremlin/dpa - Archivo

El pasado viernes se cumplió un año de la brutal invasión rusa de Ucrania, en contra de los compromisos internacionales (Acta Final de Helsinki de 1975, Tratado de Budapest de 1994) y de la Carta de la ONU que obliga a los Estados a resolver sus diferencias por medios pacíficos, y reserva al Consejo de Seguridad el monopolio del uso de la fuerza. Es, pues, inevitable que estos días se multipliquen los análisis sobre los orígenes del conflicto; las razones –que no razón– esgrimidas por el agresor para tratar de justificar lo injustificable; los objetivos que persiguen los contendientes, que varían con el paso del tiempo; los avances y retrocesos de los ejércitos; los muertos en combate y los crímenes de guerra contra la población civil; la vergüenza de que estas barbaridades se sigan cometiendo en el suelo de la «civilizada» Europa; la aparente indiferencia del Kremlin ante las enormes bajas de soldados apresuradamente reclutados, mal dirigidos y equipados; el coste en términos políticos, económicos y humanitarios de una guerra que puede acabar causando más muertos por hambre en África que por balas en Ucrania; el material bélico cada vez más mortífero y más sofisticado que tienen los contendientes; la crisis energética y la inflación; la indiferencia de muchos países que se ponen de perfil para no enemistarse con Rusia y ven el enfrentamiento como otra muestra de doble rasero, comparándolo con la invasión norteamericana de Irak o con el diferente tratamiento otorgado a los refugiados sirios y ucranianos (una resolución de condena de la invasión en la ONU se aprobó el jueves pasado por 141 votos contra 7 y 32 abstenciones –que son muchas– de países como China o la India); la ambigua postura de China, que ve con satisfacción cómo el conflicto arroja a Rusia en sus brazos como potencia subordinada...

Joe Biden ha visitado Kiev como muestra del inequívoco apoyo a Ucrania, donde dijo que se juega «la libertad de las democracias en Europa y en el mundo», mientras advertía que «quedan días, semanas y años muy difíciles» por delante. Y eso confirma que ninguno puede ganar militarmente, y que la guerra va para largo en muertes, sufrimiento, devastación y riesgo de que incluso por error la contienda se extienda y acabe enfrentando a la OTAN con Rusia, que es como decir la tercera guerra mundial. Por su parte Putin, que calculó mal al invadir Ucrania, prefiere la prolongación de la guerra antes que una derrota y confía en el colapso de Ucrania, el cansancio de Europa o que los republicanos frenen a Biden. Por eso, en lugar de analizar las perspectivas bélicas me gustaría centrarme en las que puede tener la paz, es decir, una solución negociada que ponga fin al conflicto.

No es nada fácil porque, para empezar, los occidentales hemos pasado de querer que Ucrania no pierda a que gane, y de que Rusia no gane a que pierda, que son cosas diferentes. Biden acaba de afirmar solemnemente en Varsovia que «Ucrania no será una victoria para Rusia. Nunca», y lo mismo dice Stoltenberg. La segunda razón es que Putin sigue diciendo que Ucrania «es territorio histórico de Rusia» y así no vamos a ningún lado. La tercera es que Kiev solo quiere discutir para recuperar todo el territorio perdido, incluida Crimea, reparaciones de guerra, castigo por los crímenes cometidos y garantías internacionales, que son condiciones inaceptables para Rusia.

La cuarta razón es que, hoy por hoy, tanto Moscú como Kiev creen que todavía pueden ganar y en consecuencia no son proclives a hacer las concesiones que toda negociación implica. China lanzó el viernes un plan de paz sesgado a favor de Rusia que prevé un alto el fuego, el fin de las sanciones, el respeto de los legítimos intereses de todos y el diálogo entre Rusia y Ucrania. Ni Europa ni EEUU lo han tomado en serio. Solo un acuerdo entre China y Estados Unidos podría imponer una paz y el mal estado de las relaciones entre ambos no hacen posible esa colaboración. Cuando llegue el momento, quizá se podría trabajar sobre la base de un regreso a las posiciones territoriales previas al 24 de febrero de 2022 y garantías de seguridad por parte de Ucrania que permitan salvar algo de cara a Moscú. Pero me temo que para llegar a eso las cosas aún tienen que empeorar bastante.

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