Opinión

Chalecos antibalas para niños

Biden y Zelenski, en Kiev.

Biden y Zelenski, en Kiev.

Todo el mundo recuerda qué estaba haciendo el día en que comprendió la invasión de Ucrania. La fecha no tiene por qué coincidir con el 24 de febrero de 2022, se ajusta mejor con el momento en que cada ciudadano del planeta adquirió conciencia de la magnitud de la guerra. Por ejemplo, al enterarse durante las pasadas Navidades de que una empresa local de Járkov fabricaba chalecos antibalas para los niños condenados a la evacuación de su ciudad natal. Un médico de la antigua capital ucraniana describía «a pequeños que mueven los ojos inquietos por toda la habitación, que se estremecen con el ruido de una puerta al cerrarse». A partir de aquí, se evitarán las tentaciones melodramáticas.

Las tropas de Hitler camino del frente inscribían en sus vagones el eslogan «De vacaciones a París». Aquella campaña no salió exactamente como estaba planeada. También Putin esperaba celebrar hoy el primer aniversario de la instalación en Kiev de un presidente ucraniano que actuara de marioneta de Moscú. El payaso Zelenski le salió respondón, y se ha convertido ya en un líder militar que movilizará tanta prosa como Napoleón o Ho Chi Minh. La desdichada invasión le costó la vida al presidente ruso, pero al equivocado, porque el éxito innegable de Gorbachov consistió en la cancelación de la guerra fría sin un solo muerto.

Zelenski frente a Putin es la guerra del humor contra el malhumor. El historiador Timothy Snyder recordaba desde Yale que «el discurso de los ucranianos ha sido menos emocional y más racional que el predominante en los países occidentales». Cabría hablar de heroísmo a sangre fría, si este artículo no se hubiera impuesto atajar los resortes emocionales. Y una vez coronado el esfuerzo sobrehumano de Kiev para contener a Goliat, se informa un año después de que la primera guerra entre países europeos del siglo XXI no solo está lejos de finalizar, sino que se halla a punto de empezar mediante una acometida furibunda de los restos del imperio soviético.

Putin basó su guerra en la acreditada incapacidad de reacción europea. Una vez que la pasividad original se vio desmentida, Moscú prolonga la contienda para poner a prueba la formidable capacidad de olvido europea. Zelenski ya declaraba a mediados de 2022 que Occidente había pasado página del sufrimiento de su país. El presidente ucraniano utiliza esta decepción para aguijonear a sus suministradores de material bélico, pero es una observación inexacta.

Al margen de la farsa del freno a los oligarcas, una bravuconada decorativa occidental sin efectos reales donde han triunfado los conseguidores o enablers de los mafiosos rusos, la batalla de la opinión sigue siendo favorable a Kiev. Los negacionistas se ven tan aislados en la guerra como en la covid, pese a capítulos turbios como la corrupción masiva en la cúpula del gobierno del país invadido. El Kremlin confiaba en la imputinidad de su líder, pero hasta Xi Jinping o Narendra Modi se lo piensan hoy antes de abrazar a su socio en la fraternidad de los países BRICS.

Ucrania llevó a cabo las celebraciones navideñas bajo tierra, en refugios y aparcamientos para evitar las bombas. El cristianismo doliente no impidió que el Papa Francisco condenara un día «la inaceptable agresión armada», para mostrarse dubitativo poco después porque «tal vez la invasión fue un poco provocada». De este modo, el sumo pontífice coincidía con el disoluto Silvio Berlusconi, siempre en defensa de los dictadores vengan de donde vengan. Con todo, han sido más frecuentes los errores por déficit de sensibilidad. Christine Lambrecht, ministra alemana de Defensa, coronó un reguero de desatinos publicando un vídeo navideño en el que deploraba la guerra mientras a su alrededor estallaban los fuegos artificiales. Fue oportunamente destituida.

Sorteado el pánico a que el odio a los oligarcas náuticos rusos se extendiera a los propietarios de yates de más de sesenta metros en general, los momentos en que flaqueaba la atención del espectador se neutralizaban con una apelación a las armas nucleares. Los comentaristas de las televisiones rusas no escatimaban las recomendaciones de recurrir a la bomba por excelencia, aunque se desconoce un solo ejemplo de un tertuliano que se apeara del micrófono para empuñar un fusil.

Putin ha insinuado periódicamente la militarización de las bombas atómicas heredadas de la Unión Soviética, pero siempre con el aire despistado de quien no dispone del maletín nuclear a mano. Y así fue como llegaron los carros blindados, que los países más comprometidos escamoteaban al pundonoroso Zelenski, hasta el punto de que Margarita Robles anunció que los vehículos españoles se hallaban en un pésimo estado de conservación. Es una información valiosa para el enemigo, sin necesidad de recurrir al espionaje.

Suscríbete para seguir leyendo