Opinión | El recorte

Canarias tiene la negra

Abeja negra canaria

Abeja negra canaria / Tato Gonçalves

El Parlamento autonómico está considerando establecer una ley para “proteger” a la población de la abeja negra canaria, una especie que se separó de sus congéneres africanas y peninsulares hace como unos doscientos mil años. Un endemismo que, según dicen, está amenazado por las abejas que se traen de fuera.

Por lo que me cuentan los apicultores, la abeja negra se parece muchísimo a la población de nuestras islas: produce buena miel, pero muy poca. Las otras especies de abejas, importadas, como las italianas, aumentan la cantidad de miel que se consigue en una colmena. Es un extraño paralelismo entre el mundo de los insectos y el de los humanos.

Que el Parlamento esté considerando el establecimiento de fronteras para impedir la libre importación de otras especies de abejas a las islas es muy sugerente. ¿Por qué son buenas para el mundo animal unas reglas que serían xenófobas para los seres humanos? Hay canarios que llevan años clamando por normas que impidan la libre residencia en las islas de ciudadanos extranjeros, porque consideran que el exceso de población en un territorio limitado como el nuestro está aumentando la presión sobre el suelo. Nadie se ha tomado muy en serio esa posibilidad. Para empezar porque somos europeos y miembros de un espacio social común en donde los ciudadanos pueden viajar, establecerse y trabajar en donde quieran. No existen fronteras entre los grandes países de la Unión Europea lo cual, junto a una moneda común, es un logro extraordinario.

Pero las abejas parecen ser otra cosa. Muchos apicultores canarios son gente que se dedica a otras cosas y tienen las colmenas como una segunda actividad. Casi como una devoción, porque las abejas son adictivas. De paso producen miel que comercializan a nivel local. Entre ellos también hay un pleito insular, porque los intereses de los apicultores de Gran Canaria y La Palma, defensores de una abeja negra subvencionada, chocan contra los de Tenerife que están menos interesados en las ayudas que en la producción. Y como la abeja canaria es una vaga de siete suelas, quieren importar libremente otras razas.

La política ha puesto sus zarpas sobre el sector de la miel. Las abejas ya deben estar inscritas en el censo ganadero de la Consejería de Agricultura. Se dan ayudas para sanear las colmenas y otras actividades. Y ahora el Parlamento anda rumiando una ley —otra— para establecer qué tipo único de abeja se puede tener y cuáles estarán prohibidas. Que dios coja confesados a los apicultores. En solo unos años tendrán hasta que ponerle una matrícula en el culo a los zánganos. Me refiero a las abejas, claro está, no a los políticos.

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