Opinión | El recorte

Muy bien, chicos

Tienda libre de impuestos de un aeropuerto operada.

Tienda libre de impuestos de un aeropuerto operada.

No es exacto que la búsqueda del beneficio propio termine beneficiando a los demás: no en el tiempo de la globalización y las grandes corporaciones. Pero el libre mercado es el mejor motor conocido para generar bienestar. Y los políticos que intervienen mucho en él terminan jeringándolo.

Para un viajero que llega al aeropuerto de Los Rodeos lo mejor para sus intereses es que haya libertad en el servicio de taxis. Si solo se autoriza a unos pocos, cuando se acumulan varios aviones los viajeros tienen que esperar a que los que están realizando servicios regresen a hacer un segundo desplazamiento. Para los taxistas, sin embargo, lo mejor es que haya el menor número de ellos posible. Así tendrán una clientela asegurada y podrán hacer más viajes. La contrapartida es que la gente que llega tendrá que hacer cola y esperar. Son dos intereses opuestos.

Lo mismo ocurre, a otra escala, en el mercado de las islas. Quienes producen artículos de consumo aquí tienen que competir en ocasiones con otros que vienen importados y que son de calidad similar y menor precio. Así que piden que se carguen más impuestos sobre las importaciones, lo que termina perjudicando a los consumidores, que pagan más por algo que costaría menos. Pero consideran que eso protege a los productores locales. Y además sirve para que la Hacienda pública recaude más.

Hay quienes defienden que es necesario tener soberanía alimentaria. Que no se puede depender del abastecimiento exterior; como ocurre ahora. Es una viejísima teoría política, escuela y despensa, heredada por la autarquía franquista, que deviene de comienzos del pasado siglo. Europa dedica hoy más de cincuenta mil millones al año a subvencionar a sus productores agrarios: entre ellos, por cierto, los canarios.

Pero es que además de pagarle a la gente por producir plátanos, papas o uvas, también se ponen barreras aduaneras –léase impuestos– a las producciones que vienen de otros países. Si lo primero tiene cierta lógica, lo segundo es más discutible. Especialmente en el sector industrial: si un productor para competir, en el mercado local o en la exportación, necesita que se carguen el libre mercado, es que debería dedicarse a hacer otra cosa.

Vivimos este recurrente debate desde hace muchos años. Hubo un tiempo en que Canarias no aplicaba impuestos al consumo y disfrutaba de libertades comerciales. De hecho fue así casi toda nuestra historia, aunque ahora no lo recordemos. Hoy los precios en las islas, en muchos artículos, supera al peninsular. Perdimos el tabaco. Y el tomate. Nuestro costo de la vida se ha disparado. Y nuestra pobreza. Solo cabe felicitar a quien nos ha traído hasta aquí.

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