Opinión | La cuestión italiana

Paolo Fontana

La carta di San Michelle y la abeja negra canaria

Abeja negra canaria

Abeja negra canaria / Tato Gonçalves

Desde hace varios años, en Italia, la mayoría de los estudiosos, con el apoyo de la mayoría de los apicultores, emprenden acciones para proteger las poblaciones autóctonas de Apis mellifera, sobre todo en lo que respecta a las subespecies y a los eventuales ecotipos, pero también a las poblaciones de la misma subespecie que crían en zonas muy diferentes desde el punto de vista medioambiental, como las poblaciones de Apis mellifera ligustica que viven en las regiones del sur y del norte de Italia. Un momento clave para esta protección fue la Carta de San Michele all’Adige: en https://eventi.fmach.it/Carta-di-San-Michele-all-Adige/La-Carta-di-San-Michele-all-Adige

Este documento, que también ha suscitado polémica entre algunos apicultores profesionales, fue el primer documento de consenso a escala mundial que puso de relieve la necesidad urgente y la ética de proteger las poblaciones autóctonas de Apis mellifera, una protección que no va en detrimento de la apicultura, sino que es la única vía posible para el progreso de esta noble actividad humana.

La protección jurídica a nivel territorial (es lo que sugiere, entre otras cosas, la Carta de San Michele) de las abejas locales es claramente una cuestión que implica a muchos apicultores italianos, hasta el punto de que dos regiones ya han incluido la normativa correspondiente en sus recientes leyes apícolas (Emilia-Romaña y Lacio) y otras regiones están a punto de hacerlo. Pero ahora, en muchas regiones de Europa, este planteamiento de protección ha surgido con fuerza. Los apicultores que se oponen a la protección territorial sugieren a menudo preservar las poblaciones autóctonas, las subespecies y los ecotipos, en zonas de refugio donde puedan ser objeto de selección para mantener un alto grado de ‘pureza’.

Proteger subespecies autóctonas en zonas aisladas permitiendo la cría de cualquier abeja, no autóctona, seleccionada o híbrida, en el resto del territorio, no tiene sentido porque sólo el libre flujo dentro de toda el área de distribución autóctona de material genético autóctono tiene realmente valor desde el punto de vista de la conservación de una entidad biológica, como es la subespecie de Apis mellifera. Por eso me alegro mucho de que en Canarias, un punto caliente de biodiversidad, se tomen medidas para proteger a las abejas autóctonas proponiendo detener la introducción de abejas de otras zonas. Incluso en Italia estamos estudiando las poblaciones de Apis mellifera en algunas islas, y en estos entornos cerrados la protección es aún más urgente y fundamental que en otros lugares.

La introducción de abejas procedentes del exterior no sólo genera contaminación genética, sino que también es portadora de enfermedades y parásitos a los que las abejas locales (y también muchas especies que no son Apis) no están «acostumbradas» y, por tanto, son especialmente letales.

Espero de verdad que esta protección se consiga en Canarias y que no se convierta en una cuestión partidista, sino que se actúe por el bien común y a favor de la biodiversidad, un tema que, como presidente de la Asociación Mundial para la Biodiversidad, me toca especialmente de cerca. Pero como apicultor, considero que cada población local de Apis mellifera es un tesoro inestimable, porque sólo con estas abejas se puede practicar localmente una apicultura eficaz, productiva y sostenible a largo plazo.

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