Opinión | Retiro lo escrito

Y de repente, la realidad

La vida del escritor Alexis Ravelo, en imágenes

La vida del escritor Alexis Ravelo, en imágenes / LP/DLP

Yo creo que la fuerza y el impacto de la imaginación novelesca de Alexis Ravelo es doble: es un escritor canario capaz de ocuparse de la realidad y es un escritor canario soberanamente libre en su expresión, porque no se siente concernido por ningún universalismo programático ni ningún localismo reivindicativo en sus palabras y su sintaxis. Una de las carencias crónicas de las ciudades canarias para ser consideradas como tales es que no tienen una narrativa que las dote de realidad simbólica, de densidad espiritual, de memoria compartida. Aunque existen señales importantes de cambio a los narradores canarios la realidad inmediata, tradicionalmente, les ha producido urticaria. En su inmensa mayoría son hijos de la burguesía o de la clase media funcionarial y ni conocen ni han querido conocer sus ciudades o sus pueblos: la literatura fue para ellos, en esta coyuntura, un instrumento de huida. Alexis Ravelo es algo anómalo en Canarias: un escritor de barrio. Después de años como camarero sabía calar a un zoquete, un soberbio o un impostado. También aprendió a ser agradable y simpático. No creo que quisiera a todo el mundo precisamente. Creo que sabía, sabía muy bien, que un escritor debe ser simpático para profesionalizarse en este territorio miserable que padece una raquítica industria cultural; detrás de su sonrisa, probablemente, estaban sus verdaderos amores del cuerpo y del alma, que uno sospecha que eran indestructibles e innegociables. Hasta la muerte y más allá.

¿Cuál es la mejor forma de comprometerse literariamente con una realidad y transformarla en materia de tus sueños narrativos? Exista una elección inmediata, por supuesto: la literatura de género. El género negro proporciona tradiciones, formatos y herramientas para explorar y metabolizar una realidad urbana, social y, en el sentido más amplia, política. Fue un feliz encuentro entre un talento excepcional para la observación y la composición del relato y un subgénero literario que sigue siendo fructífero, y de ahí salió un personaje necesario, Eladio Monroy, infinitamente más verosímil que cualquier director general del Gobierno autónomo, y una saga de buenas novelas y entre ellas una espléndida, La estrategia del pequinés, donde es imposible discernir quienes son los malos y quienes los buenos, como en lo más hediondo de la puñetera vida misma, una luminosa y turbia verdad moral que invade otros libros suyos, como Los nombres prestados. Pero no todos.

Ravelo era un profesional agudamente consciente de las exigencias y riesgos del oficio y sus delicadas antenas apreciaron hace años que la novela negra comenzaba a venderse menos; en todo caso, se negó a sí mismo encasillarse, a morroyizarse indefinidamente, a narcotizarse con su talento, y abrió otros caminos, expandiendo el género e intentando otros, por ejemplo, la novela histórica con Los milagros prohibidos, sobre la Semana Roja de La Palma en 1936, donde no pudo evitar que los buenos fueran los republicanos y los malos los falangistas, porque Ravelo era de izquierdas, que es lo que se debe ser. Si hubiera sido simplemente un nihilista la mitad de los personajes y las organizaciones que hoy lo lloran no le darían ni las buenas noches. Por supuesto, todo el mundo lo conoció y lo quería. Yo no lo conocí nunca ni lo quise, solo le profesé la admiración gozosa de un lector y el respeto irrestricto de un escribidor que intuía todos los escritores que todavía cabían dentro de Ravelo. Podía imaginar y contar la muerte por asfixia de un empresario que se lo merecía y no se lo merecía o entregarte una magnífica y amorosa edición de Crimen, de Agustín Espinosa. La muerte de Alexis Ravelo excava un dolor insondable en quienes lo amaban pero significa una amputación brutal para la literatura canaria actual. Esa horrible desazón de todos los libros futuros hechos cenizas en su pecho.

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