Opinión | SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero

«Por la boca muere el pez»

Digamos que la sociedad de la prisa ha logrado hacerse con el control de la cultura. Que las cosas las queremos ya, ahora, en este momento…, y si hay que esperar por ellas, esas cosas no valen la pena. O ya, o nunca.

Esto es así y es consecuencia de muchos de los avances técnicos de los que disfrutamos. No son pocas las personas que llaman al teléfono y, cuando respondes, como sin anestesia previa, te sueltan la demanda de su llamada. Ya no hay tiempo para el saludo, la pregunta por la oportunidad de la llamada, etc. Quiero y logro. Y si no logro, entonces se traslada la culpa al receptor. Hay prisa y muchas cosas que hacer.

Y esta prisa ha afectado a nuestra capacidad de retener y recordar. Si no lo envío ahora, luego va a ser que nos olvidamos de enviarlo. Mensajería instantánea, correo electrónico, buzón de voz. Ahora quiero y ahora lo hago. Y poco a poco, casi sin darnos cuenta, la prisa se ha instalado en nuestras relaciones sociales de modo que somos incapaces de escuchar si el discurso se prolonga más allá de seis minutos. Es increíble. Aún recuerdo a una señora mayor que escuchaba la homilía del domingo y era capaz de repetirla exactamente a las seis de la tarde. Nos admiraba la memoria, pero creo que hoy me admira más su serena vida sin prisa.

Y todo exige un tiempo para fermentar el mosto de las posibilidades. Es muy peligroso un equipo docente con prisa en un colegio. La educación es un proceso que necesita tiempo y paciencia. No se construye bien a prisa, sin dejar que fragüe el hormigón. Es un peligro la prisa. La Dirección General de Tráfico nos advierte de los peligros de conducir con prisa. Las grandes obras se realizaron sin prisa, pendiente de los detalles y con la paciencia artesanal del artista.

Estudiar la noche anterior al examen es vivir con prisa el proceso de aprendizaje. Y ya sabemos lo que queda después de olvidar lo aprendido. Lo estudiado con prisa se olvida con prisa. Y así vamos teniendo un mundo apresurado de escaso contenido. Ha tocado todos los palos, pero termina con malas cartas y se augura que puede perder la partida.

Escuché un comentario simpático al respecto que completa de forma irónica el relato bíblico del Génesis: «Dios ha creado el tiempo y nosotros la prisa». Porque la prisa es una forma de vivir el tiempo, pero no la única ni la mejor. Y yo padezco de esta grave enfermedad en muchas dimensiones de mi vida. Tal vez porque lo sufro es por lo que reconozco su existencia y su peligrosidad.

El famoso «corta y pega» que tanto molesta a quienes corregimos trabajos escritos del alumnado es consecuencia de esta prisa instalada en la cultura. No hay tiempo para la espera de una lectura que se entienda, una asimilación personal y la redacción de un texto que hemos hecho nuestro. ¿Para qué volver a escribir lo que ya otro ha escrito? Lo corto y lo pego. Y a otra cosa mariposa.

Esta cultura no se solventa con el regreso al carromato y al caldero a fuego lento. Hay aspectos que llegaron para quedarse. Alcanzar otro estado de serenidad exige potenciar la virtud de la paciencia. Y es virtud porque exige cierta fuerza de voluntad para alcanzar objetivos de largo alcance. Hay muchos partidos que perder antes de introducirnos en el tenis profesional. Hay mucho entrenamiento previo a cualquier éxito. No se aciertan los tiros de 6,25 m sin muchísimos intentos previos y constantes que exigen paciencia y constancia.

De hecho, solo los que se vacunaron contra la prisa son quienes lograron algún éxito en su existencia. Y llenos está de modelos nuestra cultura. Si no lo logras a la primera, no significa que no lo puedas lograr. Las cosa tienen su ritmo y no se puede pretender sembrar una palmera hoy y comer dátiles mañana. Todo tiene su tiempo y su ritmo. Y saber esperar es parte de la gran enseñanza de la vida.

¡Cómo lo sabían quienes nos enseñaron que «(…) si tienes prisa, ve despacio» o «Por la boca muere el pez, piensa antes y habla después!».

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