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La voz del experto

Una broma

En la teoría de Noam Chomski sobre las funciones de la lengua la de comunicación no justifica su éxito evolutivo. Su opinión es que nace como un medio o instrumento para pensar y que podría haber evolucionado mucho antes de que se usara para la comunicación. Sin embargo, surge otro dilema: ¿siempre se piensa con la lengua? Evidentemente no. Las personas que por tener defectos sensitivos no la aprenden y sí piensan, como se demuestra cuando se les enseña otra lengua, la de signos. Además, el flujo del pensamiento no sigue las reglas gramaticales del habla. Hay una especie de lengua mental que Pinker llama mentalés que no es tan lineal y organizada.

Que hay más medios de comunicación que la lengua, es evidente. Pero que la lengua, con los defectos que pueda percibir Chomski, es una excelente herramienta que nos ha facilitado la evolución cultural y la formación de sociedades complejas, es también evidente. Sin ella los humanos no habríamos llegado donde llegamos. Un lugar o estado que para algunos pone en peligro nuestra existencia y la de la naturaleza tal como hoy se encuentra. O que nos permitirá superar las amenazas que resultan de nuestra propia acción sobre el medio.

El poder de la palabra se recoge en el Génesis: dijo Dios: sea la luz y fue la luz. Lo que el filósofo de la lengua Austin denomina función performativa. Más apropiado para lo que me interesa comentar es esa idea que Austin expresa como: «decir algo producirá ciertas consecuencias o efectos sobre los pensamientos, saberes o acciones de los oyentes».

Decir y escuchar: diálogo. El diálogo está en la base del acto médico: es cómo el paciente se expresa, ayudado por las preguntas, sugerencias e indicaciones del profesional, y es cómo el profesional comunica su percepción o encaje de su problema en una entidad nosológica y explica cuáles son sus posibles consecuencias y que estrategias existen para reducir o evitar las indeseables. Es, en muchos casos, una herramienta cuyo objeto es precisamente ese: modificar la forma de percibir, reaccionar y estar en el mundo y en su propio organismo.

La conversación, dice Zeldin, puede trasformara la vida. Entre sus proyectos, ha desarrollado las cenas-conversación para dos personas que no se conozcan con el compromiso de que cada uno, por turno, tratará uno de los tópicos que se ofrecen en el menú. Temas como: ¿Cómo han cambiado tus prioridades a lo largo de los años? ¿Qué piensas acerca de sus hábitos de gasto y qué necesitas que el dinero no puede comprar? ¿Qué te gustaría que quedara grabado en tu lápida?

Lo desarrollan durante unos 20 minutos y pasan a otro que elige su contertulio. En general la cena dura dos horas y, de acuerdo con los promotores, las conversaciones discurren animadamente, los comensales perciben que se llegan a conocer muy bien y que se aprenden mucho sobre sí mismo. Además del ambiente y los temas que tratar la actitud es muy importante: van dispuestos a que la palabra les trasforme.

Así como hay pruebas que demuestran la escasa capacidad de modificar las creencias, actitudes y valores mediante mensajes, charlas, conferencias, cuando están bien asentadas, es posible que el diálogo sí tenga capacidad transformativa. Y lo que es más interesante, cuando en ese proceso, se van adquiriendo coincidencias, los cerebros se sincronizan.

El cerebro, como el cuerpo, es un reflejo de la actividad. Hacer ejercicio fortalece y desarrolla la musculatura. Pero no cualquiera: la requerida para hacer ese ejercicio de la forma en que lo hace. Digo la forma en que lo hace porque puede haber varias estrategias musculares, varias formas de activar, en el tiempo e intensidad, los diferentes grupos musculares que participan. Es en parte idiosincrásico en parte aprendido. Lo mismo el cerebro. Aquellas áreas que tienen protagonismo en una función se desarrollan más, se agrandan: el pianista, la zona de la mano, el taxista, donde se almacenan direcciones. Lo mismo ocurre con la actividad cerebral en respuesta a una lectura o la visión de una película. Tiene que ver con la interpretación. En casi todos los conservadores se activan las mismas regiones cuando ven las noticias por televisión. Lo mismo ocurre con los progresistas. Refleja el fortalecimiento de los “músculos cerebrales” para realizar esa función. La conversación actúa y modifica este resultado. Es lo que se demostró cuando estudiantes visionaron parte de una película, sin voz, y se les propuso que interpretaran, individualmente, lo que ocurría. Posteriormente los reunieron en grupos y discutieron sus percepciones y las afinaron. Aquellos que coincidían activaban las mismas regiones del cerebro, además, eran proclives al consenso en otros temas. Es como si se hubieran sincronizado, como si se estableciera una complicidad. Quizá la que permite o facilita la creación de comunidades. La misma que dificulta modificar creencias, actitudes y valores de esas comunidades. Parece que la conversación refuerza una tendencia, una perspectiva que el individuo había establecido en la primera exposición y establece una pertenencia. Ser parte, no sentir el abismo de la soledad, del pensamiento.

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