Opinión | observatorio
Xavier Arbós
Silencio roto
El homenaje a las víctimas de los atentados del 17 de agosto de 2017, en la Rambla, fue manchado por la conducta de un grupo de fanáticos, que pretendieron capitalizarlo para sus reivindicaciones. Se enfrentaron a las víctimas, e interrumpieron el minuto de silencio. Eso último resulta particularmente grave, porque rompe una convención social de gran calado. No es una norma escrita publicada en un boletín oficial; es una regla protocolaria que las sociedades plurales se han dado para que los asistentes a una ceremonia puedan dedicar su pensamiento o su oración a la memoria de personas fallecidas.
Cuando no se respeta ese tipo de reglas, tenemos un problema que puede tener mayor calado que la infracción de las leyes surgidas de un parlamento o las ordenanzas municipales. Falta una cultura cívica común, que no hay que achacar a una franja de edad determinada. Los que se enfrentaron a las víctimas del terrorismo en el acto de la Rambla no eran adolescentes rebeldes, precisamente. Por eso deberíamos preguntarnos qué les llevó a actitudes tan extremas. No es que desobedecieran una ley considerada injusta: lo que hicieron fue romper una convención pensada para acompañar y aliviar el duelo.
Los expertos en procesos de radicalización citan a veces a Ortega y Gasset: «Las ideas se tienen; en las creencias se está». Cuando se vive en una creencia simplificadora de la complejidad de la existencia, y todo se percibe en términos binarios sin matices, se puede llegar a decir «¡Soy víctima del terrorismo porque soy catalán!» Entre Barcelona y Cambrils hubo 16 víctimas, de más de siete nacionalidades. Pero eso no traspasa el filtro mental de algunos, convencidos de que su identidad es el objetivo que otros se han propuesto destruir.
Los que rompieron el minuto de silencio eran independentistas. No representaban al independentismo, y la prueba está en las críticas que han recibido de todos los partidos independentistas; incluso Laura Borràs se ha distanciado de ellos, en unas recientes declaraciones. Pero creo que quienes han liderado el movimiento secesionista hasta ahora tienen su parte de responsabilidad en lo ocurrido. En primer lugar, por permitir que los prejuicios hispanófobos actuaran como elemento de motivación del secesionismo. Si al principio se presentaba la independencia como un futuro mejor, pronto empezamos a ver cómo se mostraba como la única salida digna de una España en descomposición económica y moral. Más que alcanzar un país mejor, se trataba de abandonar un país peor. No se hacían ascos a la distorsión populista de la verdad, como si tuviera que subordinarse al bien de la causa.
Podemos encontrar dos ejemplos. El primero, lo encontramos en la entrevista que en marzo de 2017 concedió el delegado de la Generalitat en Bruselas, donde llegaba a afirmar que la adhesión a la Unión Europea se haría coincidir con la proclamación de la independencia del nuevo Estado catalán. No dudo que muchos independentistas de buena fe creyeran eso, pero nadie con un mínimo conocimiento de lo que significa la UE podía decir tal simpleza sin sonrojarse. El segundo, en una conferencia del presidente Puigdemont en el Centro de Estudios Europeos de Harvard, también en marzo de 2017. Carles Puigdemont afirmaba en el minuto 7:22 que la Constitución española autoriza al Ejército a actuar contra sus propios ciudadanos, siendo el único caso en Europa junto con Turquía. Mintió en el contenido, porque en la Constitución no se encuentra lo que afirmó Puigdemont. Lo que dice (artículo 8) es que las fuerzas armadas tienen como misión «garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». La Constitución portuguesa dice algo parecido, y está en la línea de lo que encontramos en las constituciones de Alemania y Austria.
Para que algunos interiorizaran esas mentiras y prejuicios, hasta ser incapaces de salir de ellos, alguien tuvo que difundirlas antes, y otros dar cuenta de ellas sin un ápice de crítica realista. Que la repulsa unánime de la ruptura del minuto de silencio nos lleve a todos a hablar en defensa de las reglas mínimas de convivencia, y de la parte de verdad que percibamos.
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