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Tal cual

Dejarse la piel por la clase trabajadora

Es bonito que la gente se deje la piel por algo, más si cabe si, el que está dispuesto a hacerlo, es un político. Pero cuidado, ahora que estamos inmersos en esta ola de calor, conviene que se cuide la piel y se ponga protector solar; no vaya a ser que, encima que se va a sacrificar por nosotros, resulte con la piel chamuscada.

Lo mejor que se puede hacer por la clase trabajadora, sobre todo en estos momentos de malestar e incertidumbre económica, es ayudarla; pero no ayudarla a que se termine ahogando en impuestos y acabe en la miseria. Es necesario utilizar el sentido común y, sobre todo, no engañar a esa clase trabajadora que se dice defender.

No se puede seguir eludiendo la responsabilidad cuando se tienen las riendas del gobierno. Hay que tomar decisiones. No se puede anunciar, entre vítores y aplausos, de los que te están agradecidos por el sueldo a fin de mes, de que vas a imponer impuestos a diestro y siniestro a los «grandes beneficios caídos del cielo» entre las «malvadas» empresas energéticas y de la banca, sin caer en la cuenta de que, de una forma u otra, dichos impuestos —uno más—, los terminarán pagando los de siempre.

Al gobierno no le gusta oír hablar de bajar impuestos. Ni siquiera, de deflactarlos.

Pero el hecho es que si, en la declaración del IRPF, que tengamos que hacer el próximo año, de un sueldo de 28.800 euros, tendrá que pagar unos 400 euros de más, por culpa de la inflación. Deflactar el IRPF, es adaptar los márgenes del impuesto de la renta a la actual situación inflacionista, que ya está por encima del 10 %. Y aunque realmente no sería bajar impuesto, si, al menos, aliviaría los bolsillos de esa clase trabajadora por la que dice, se va a dejar la piel.

Las actuales medidas del gobierno no son eficaces porque la mayoría son del tipo demanda; es decir, no contribuyen a reducir la inflación sino a cronificarla. Si nos comparamos con los principales países europeos, ejemplo de Francia o de Alemania, a los que sí les afecta mucho más el corte de suministro del gas ruso, su inflación está entre dos y cuatro puntos porcentuales menos que la de España.

Está claro que conforme aumenta el IPC, nos hacemos más pobres. Los salarios pierden poder adquisitivo. Y mientras en junio el IPC, estaba en el 10,2 % –dato que no se registraba desde 1985–, el IPC subyacente, el que excluye la energía y los alimentos, se encontraba en el 5,5 %. Y la cesta de la compra se ha encarecido una media de un 8,1 %. De esta forma, la clase trabajadora seguirá pagando más impuestos, tanto directos como indirectos.

Pero, si hablamos de «beneficios extraordinarios caídos del cielo», a quien realmente le ha tocado varios gordos de la lotería y unos cuantos euromillones juntos, ha sido a la Hacienda española. ¿El motivo? ¿Lo adivinan? Pues sí, han acertado, por el aumento de la inflación. En los cinco primeros meses del año, el gobierno ha recaudado más de 15.000 millones de euros adicionales.

La inflación, sí es clasista. Es el impuesto de los pobres. Es evidente que afecta mucho más a los que menos recursos tienen. De hecho, repercute negativamente en la clase media española, mientras que ahoga a los más necesitados. Y, aun así, el gobierno se niega en bajar los impuestos, porque, dice que «debilita el estado del bienestar».

Pero ellos, se van a dejar la piel por ti. ¡Y un cuerno!

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