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Juan Pedro Rivero González

SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

Dialoguemos…

Reducir la realidad a dilemas es una estrechez mental. Las cosas no son blancas o negras. Y, cuando se trata de las personas, aún es más complejo elaborar un juicio justo. La realidad es problemática, no dilemática. Y el ser humano usa su inteligencias para solucionar los problemas que la vida le ofrece. La inteligencia es la capacidad humana de resolución de problemas.

La tendencia ideológica a reducir la realidad a polaridades nítidas es bastante común. Hay que albergar la suposición de que las cosas tienen piliédricos lados que para enjuiciarlos de forma integral necesitamos otras visiones que complementen la nuestra. No hay una atalaya desde la que dictar sentencia objetiva en este suelo limitado en el que tú y yo andamos.

¡Qué necesidad tenemos de diálogo! Lo reconocemos como esencial e imprescindible y, a la vez, nos resistimos a incorporarlo bajo el temor de que en él perdamos nuestras propias certezas. El diálogo es el camino de la humanidad. La conversación hace posible escuchar la idea ajena e ir sumando visiones a nuestras búsquedas. Pero tenemos miedo a dialogar.

El miedo es feo. Ayuda a generar actitudes de prudencia, pero es feo. El miedo no es el temor que nos hace mirar a ambos lados de la calle antes de cruzar. El miedo nos clava dentro del invernadero de nuestro individualismo evitando todo riesgo. Y vivir es ya, en sí, un riesgo. La valentía sabe mascar el temor; pero cuando traga el miedo se transforma en cobardía. Y no hemos de tenerle miedo al diálogo.

Entre palabras y razones podemos crear caminos de encuentro. Yo necesito al otro para que, al menos, sirva de espejo a mis imaginaciones. Sin que nadie nos escuche, ¿para qué pronunciar palabras? Sin capacidad de escucha, ¿para que sirven nuestros oídos? Estamos hechos para el diálogo. Somos intercomunicación constante.

Yo no sé si ustedes lo echan en falta o no, pero yo sí; echo en falta capacidad de diálogo en todos los ámbitos sociales. Hay discursos, opiniones, propuestas, lecciones, charlas y ponencias. Los hay, pero echo en falta el suave roce del diálogo entre nuestros monólogos concienzudos. Cualquier palabra pronunciada y dirigida hacia mi persona lleva algo que me puede enriquecer. Nadie es tan torpe y bruto que no tenga algo en lo que enriquecerme. «Hasta de la boca de los niños de pecho saca Dios su alabanza». Porque si no escuchamos al otro humano, «(…) gritarán hasta las piedras».

Cuando se hacen grupos de trabajo en las clases prácticas, espontáneamente, tendemos a buscar a la otra persona que me resulta cómoda, con la que existen vínculos fáciles. Pero la empatía fácil tiene menos quilates y menor capacidad de enriquecimiento mutuo. No pasa nada si hay disparidad de opiniones. Hasta la fe y la razón están llamadas a dialogar, por el beneficio de ambas. Porque sin la razón, la fe está tentada de fanatismo, y sin la apertura a la trascendencia, la razón se encoge más de lo debido.

Dialoguemos…

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