La quinta ola del coronavirus parece quedar definitivamente atrás. Si los pronósticos de los científicos y especialistas sanitarios terminan des cumplirse, y si no surge una nueva variante del coronavirus con capacidad para romperlos y dar al traste con todo lo conseguido, quizá incluso la que acabamos de superar sea la última de las olas y estemos a las puertas de la recuperación de una práctica normalidad que será alterada acaso por repuntes o brotes comparativamente de menor entidad que obliguen a reajustar periódicamente las medidas de precaución necesarias.

Aunque aún harán falta algunos días para confirmar que el regreso a las empresas y a las aulas no tiene un efecto diseminador de la enfermedad, existe una confianza razonable en que no sea así. Ya llevamos varios días, tanto en el conjunto de España como en Canarias, muy por debajo del significativo umbral de los 100 casos por 100.000 habitantes en 14 días, y con una interesante tendencia a la baja que sigue manteniéndose. De hecho, está ya por debajo de los 60 casos por 100.000.

La clave está en el éxito de la campaña de vacunación, que roza ya el 80% de la población mayor de 12 años de edad, una cifra que nos ha llevado a un descenso notable del ritmo de administración de la vacuna, patente en las imágenes de los vacunódromos vacíos y en su mayor parte a punto de cerrar sus puertas.

La humanidad estuvo entre marzo de 2020 y enero de 2021 poniéndole velas a los laboratorios farmacéuticos, que con el apoyo de los diferentes Estados obraron el milagro de fabricar la vacuna contra el Covid en tiempo récord. La historia de la farmacopea no siempre resultó tan eficaz, lineal y sencilla.

A menudo, fue el azar el que dio al investigador la pista del medicamento que se escondía detrás de una reacción química, y otras veces dar con la molécula mágica de la pastilla fue el resultado de la insistencia. En esta ocasión mucho ha tenido que ver la capacidad de aunar conocimiento, de distintas ramas de la ciencia y también de distintos países. Se trata de unos avances sanitarios que a buen seguro podrán ser trasladados a la resolución de otras enfermedades en el transcurso de los próximos meses o años.

Mientras eso ocurre, es el momento de reconocer, de nuevo, el valor del esfuerzo del personal sanitario. Médicos, enfermeros, auxiliares y cuidadores de los hospitales, y en particular de quienes desempeñan su labor en las UCI y en las residencias de ancianos, que se han enfrentado a situaciones de extrema tensión profesional y emocional. Pero no menos importante, en el hecho de que la enfermedad esté entrando en una fase de control, ha sido el trabajo del personal de la asistencia primaria movilizado en los grandes centros de vacunación, pero también en sus CAP, en los puntos sin cita previa que han ido a buscar en su ambiente a colectivos prioritarios o esquivos y, de nuevo, en las residencias de ancianos.

El descenso del ritmo de vacunación tras el final de las vacaciones está haciendo que un número todavía no determinado de vacunas pueda acabar malográndose no por la falta de dosis sino de pacientes dispuestos a recibirlas. Se plantea ya el reto de seguir detectando y animando a las personas más desconectadas de los recursos de la asistencia social y sanitaria, o más reticentes.

A pesar del ruido generado por el movimiento antivacunas, afortunadamente este tiene en España y en Canarias también, todo hay que decirlo, menos implantación y menos predicamento que en otros países europeos que han acabado optando por medidas extremas como exigir la vacunación para ejercer cualquier tipo de trabajo asalariado o autónomo como Italia, o el acceso a numerosas actividades como ocurre en Francia o Alemania.

No se debería descartar si llega el caso medidas para garantizar que el personal en contacto con enfermos o personas dependientes esté inmunizado. Pero aquí aún hay recorrido para que funcione el convencimiento de la bondad de las vacunas entre las personas más bien renuentes que abiertamente cerradas a cualquier evidencia científica. Porque los argumentos están sobre la mesa, son contundentes y no es ocioso repetirlos una y otra vez.

Ha sido un hito científico que en tan poco tiempo se haya dispuesto de vacunas altamente eficaces, y con el desarrollo de técnicas que abren vías esperanzadoras ante otras enfermedades. Lo excepcional del reto ha hecho que hayan sido lanzadas al mercado en menos tiempo que nunca, pero con una base de participantes en las fases experimentales incomparable con cualquier ensayo farmacológico anterior. Son indiscutibles los efectos que ha tenido la inoculación masiva en el descenso de infecciones, de ingresos, de casos graves y de mortalidad. Son muchos los motivos para celebrar este éxito de la ciencia y del sistema sanitario. Sin embargo, no hay que olvidar que la mayor parte de la humanidad sigue sin estar vacunada, lo que favorece aún más la transmisión y aumenta el riesgo de nuevas variantes. Hay que seguir alerta.