No puedo dejar pasar la oportunidad de esta columna para testimoniar mi apoyo y solidaridad con todos los canarios nacidos o residentes en La Palma, que afrontan un abismo de fuego y lava de dimensiones tristes y dantescas.
Un abrazo muy fuerte a todos los que han perdido sus casas, sus terrenos, su patrimonio, ganado con esfuerzo e ilusión.
También, mi confianza y firmeza en defender que un palmero afronta esta situación con la esperanza, fuerza y honor de un pueblo curtido en mil batallas históricas, de las que siempre ha salido airoso.
Una lección que nos deja la vida con una cicatriz oscura y profunda que, con el tiempo, nos servirá para recordar como el pueblo de La Palma escribió un nuevo capítulo de su leyenda y la de todos los canarios.
Ahora toca que la gestión pública y la sociedad cumplan con su cometido, que no es otro que ser eficiente y apuntalar buenos resultados.
La Palma tiene que recuperar la serenidad y la estabilidad por encima de todo.
Es el momento de acertar con las soluciones y entregarlas a las familias y empresas. Sin duda es el momento de la gestión y de la solidaridad.
Vivamos en comunidad y sigamos progresando.
El largo camino de la recuperación es más llevadero si lo hacemos juntos.