Seguro que un alto porcentaje del total de personas que leerán este artículo terminarán queriendo poner su título a modo de hashtag, declaración de intenciones o tuit en la red. Quizá a un porcentaje menor le entren ganas de tatuárselo en la piel como recordatorio y es probable que muchos lo estén garabateando en el resto de hojas de este periódico. “Mi vida, mis normas” es una declaración de intenciones en toda regla, es un “me toca a mi”, un “ya es hora”.

Nos hemos criado bajo cánones y estereotipos con los que es imposible cumplir al 100% y, precisamente, esa incapacidad (de incapacidad nada, simplemente no nos da la gana, no es nuestro estilo o no nos apetece) nos ha hecho dudar en muchas ocasiones, dudar de nosotros mismo, nos ha originado todo tipo de traumas y ha limitado, en mayor o menor medida, parte de nuestras vidas pero… y si le diéramos a las nuevas generaciones un lienzo el blanco sobre el que pintar, escribir, garabatear. ¿Qué pasaría si ofreciéramos a nuestros jóvenes la oportunidad que muchos de nosotros no tuvimos, la oportunidades de ser según piensen o sientan?

Hemos vivido encorsetados. Algunos lo seguimos haciendo y el gran problema está en que los más pequeños también lo están. Las redes, cuánto hemos escrito, oído y hablado de las redes… las redes son una herramienta perfecta para muchas cosas pero… ¿quién nos enseña a usarlas, quién les enseña a usarlas?

Cuando éramos peques y veíamos una de esas películas de Disney en las que terminaban «viviendo felices y comiendo perdices» muchos de nuestros padres insistían en que se trataba de una película, que eran como las novelas y que no todos los finales eran así de dulces, que después de las perdices había que recoger la mesa y fregar los platos pero… ¿está Pepito Grillo indicándonos qué hay de cierto y qué no en cada post de Instagram que ven nuestros adolescentes?

Las redes nos dan la oportunidad de dictar nuestras normas, de mostrar nuestro pensamiento, nuestros gustos, etc. De alguna forma en ella nos sentimos libres y, además, deben de ser algo positivo ya que ellas se encargan de viralizar movimientos esenciales en los días que corren. ¡Cómo olvidar los fondos negros acompañados del hashtag #blacklivesmatter! Pero, también son ellas las que alimentan los nuevos estereotipos y cánones de la juventud actual. Cuerpos bonitos, unas vidas de ensueño y, sobre todo, la falta de dudas, miedos, malos momentos. Y no, esos momentos vitales negativos existen en la vida de todas las personas, mayor o menor desarrollados pero están ahí. Así que, estereotipos y cánones del pasado y del presente pasamos de ustedes, NUESTRAS VIDAS, NUESTRAS NORMAS.

Si bien nuestros padres nos advertían de que después de las perdices había que cuidar a los niños y trabajar para poder criarlos también nos comentaban eso de que «mi libertad comienza donde comienza la del otro» así que la única norma para redactar las propias es la de no pisar ni influir de manera negativa en la vida de nadie, de resto… ¿Por qué tenemos que hacer la cama según nos levantamos? ¿Por qué debemos tener la casa impoluta a la par que somos buenos padres? ¿Por qué debemos estudiar, encontrar un buen trabajo, casarnos, tener hijos y, además, todo en ese orden? ¿Por qué “tenemos” y “debemos”?

Hemos comenzado a romper barreras, lo cierto es que llevamos décadas haciéndolo pero quizá la mayor de ellas es la que construimos nosotros mismos para nosotros mismos. Hemos establecido un orden de prioridades en nuestras vidas según lo que piensan los demás o lo que nos gustaría que pensaran. Hemos antepuesto horas de esparcimiento mientras esperábamos a nuestros hijos en actividades escolares que ni ellos querían hacer a una bonita tarde de paseos y helados. Hemos hecho lo que marcaba nuestra agenda en vez de lo que nos pedía el cuerpo y ¿sabes una cosa? El tiempo es finito, el nuestro sí. Un día los peques crecen y añoramos el tiempo que pudimos haber disfrutado junto a ellos. Un día nos jubilamos y creemos que empieza lo bueno pero qué pasa, que nuestro cuerpo ya no es el mismo, que en vez de viajes y aventuras nos apetece tirarnos en el sofá a ver la tele… además en muchos casos la salud no acompaña. ¿Te suena? Seguro que le ha pasado a algún amigo, a tus padres, a algún cliente o familiar y… ¿seguimos igual?

En general sí, lo hacemos. Creemos que a nosotros no nos pasará lo mismo, que tendremos más suerte o que hemos hecho las cosas de tal manera que cambiaremos ese devenir de nuestras propias vidas. Pues bien, darnos cuenta de eso es uno de los requisitos esenciales para dictar nuestras propias normas. ¡Mi vida, mis normas!

Me toca ser feliz y me toca ya, no puedo esperar a mañana porque nadie sabe dónde estaré mañana así que… ¡a redactar nuestras normas! Y nuestro trabajo no está simplemente ahí, debemos redactar nuestras normas pero… también deberemos respetar las normas de las personas con las que coincidimos en nuestras vidas. ¿Qué te parece? ¿Creamos una nueva revolución?