Hace ya muchos años, a un alcalde de Jerez, un tal Pacheco, le cayó la del pulpo por decir que en España la Justicia era un cachondeo. El tipo ni tenía imaginación ni manejaba suficientemente bien el diccionario. La Justicia, a la vista de lo que uno ha visto con el paso de los años y las puñetas de las puñetas, es cualquier cosa menos un cachondeo.

El Tribunal Supremo le ha pegado un repaso al Gobierno de Canarias denegando definitivamente el permiso para imponer el toque de queda en Tenerife. Como era de esperar, los jueces de Madrid han apoyado la decisión de los jueces de Canarias. Y no es que carezcan de argumentos sólidos. Para empezar, el Gobierno guanche propuso la adopción de medidas muy extremas para tratar igual a justos que a pecadores: la situación de los contagios no es igual en Güímar que en Santa Cruz o en Guía de Isora que en Adeje. Y eso de tratar a todo el mundo igual cuando resulta que tienen circunstancias diferentes es algo poco justo que no suele funcionar muy bien.

El Supremo, además, no se priva de calificar el escrito que presentó el Gobierno canario aludiendo a la “poca claridad” de sus planteamientos. Y además le sugiere mirar las cifras de contagios. Las de Valencia (por encima de los 650 en el acumulado de 14 días) Barcelona (1.200) o Cantabria (600) –donde los Tribunales autorizaron el toque de queda– son superiores a las que tenía Tenerife en el momento de la petición. O sea, que les ha dicho que por aquí se va a Berlín.

Lo verdaderamente gracioso –o ridículo– de todo esto es que andamos en un jaleo absolutamente innecesario. Los tribunales de justicia no tendrían que estar sudando para casar el interés de la salud con la defensa de las libertades. No hay necesidad alguna. Si el Gobierno de España no hubiese abdicado de sus responsabilidades ante la pandemia no estaríamos en esta despropósito en el que se pretende que los concejales puedan decidir el confinamiento de los ciudadanos en sus viviendas.

Esa es la clave de bóveda de este despropósito en el que andamos metidos. Aquel Gobierno que se hizo cargo de la lucha contra la pandemia y que prohibió a las Comunidades comprar suministros sanitarios o vacunas. Aquel Gobierno que centralizó todos las decisiones y los poderes y decretó un Estado de Alarma, que luego ratificó el Congreso de los Diputados. Aquel Gobierno decidió que los intereses electorales pesaban más que sus responsabilidades. Y que había un enorme desgaste en seguir tomando decisiones impopulares, con una oposición desleal y sin sentido de Estado.

Y fue entonces cuando Pedro Sánchez decidió pasar la papa caliente a las Comunidades Autónomas para que se las entendieran con el bicho, aunque siguió conservando –por supuesto– el control de la vacunación salvadora. Y declaró finiquitado el Estado de Alarma y dijo adiós a las mascarillas mientras indultaba a los valientes independentistas catalanes represaliados por España. Y luego se fue a Nueva York nadie sabe a qué.

Excusas comprensibles

El presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, no está contento con tener los mayores niveles de pobreza y de exclusión social del Estado. Y no está satisfecho porque el archipiélago se encuentre a la cola de todo lo bueno y a la cabeza de todo lo malo. Está preocupado, pero al mismo tiempo satisfecho. Porque el Gobierno está haciendo “todo lo que está en su mano” que es la mano que firma los nombramientos y los ceses. Lo que pasa es que lo que hace no es suficiente. El estallido de la crisis en Canarias está causando un verdadero desastre social y hay familias que se van cayendo en la cuneta de la pobreza mes a mes. Y lo que es peor, esto no tiene pinta de que vaya a cambiar. Por eso mismo, echar la culpa a lo mal que estaban las cosas en el pasado y prometer que las cosas van a mejorar en dos años es como echar tinta de calamar en la situación de ahora. Este Gobierno lleva dos años en el poder. Decir que no ha hecho nada es mentir, porque sí lo han hecho. Una paga extraordinaria para las pensiones no contributivas y un ingreso extraordinario de emergencia para las familias. Dos medidas puntuales que son como dos dedales de agua en el desierto. Las pensiones se iban a complementar todos los meses. Y la renta ciudadana era una paga mensual estable para todos los ciudadanos que la necesitaran para la supervivencia. El presidente Torres ha defendido la gestión de Noemí Santana y de Podemos. No se esperaba otra cosa. Pero lo que está asumiendo es un fracaso que es tan suyo como de todos los que están en el pacto. Es como el socorrista que mientras alguien se ahoga le grita desde la orilla que los del turno anterior no le dejaron hinchado el salvavidas. Y que vaya por dios.