Leer a Belén Valiente es una experiencia que no deja indiferente, al menos a mí. Su último libro Las flores no se arrancan, editado por Aguere e Idea, forma parte de ese elenco de poemarios que se disfrutan y dejan un regusto agradable cuando se terminan, pero que durante el tránsito entre sus páginas entremezclan momentos de luces y de tinieblas, donde también aparece cierta oscuridad en el trasfondo, en ocasiones como sutil amenaza o recuerdo tenebroso, real o imaginario, pero sobre todo como necesario contraste con una luz capaz de atravesar el prisma de los versos y convertirse en una amplia paleta de colores, una veces apagados y otras brillantes.

Flores que no mienten Agustín Gajate

La autora construye desde una aparente fragilidad, a lo largo de más de medio centenar de poemas, puentes de palabras hacia diferentes dimensiones emocionales. Puentes robustos, pero a la vez livianos, que parecen inverosímiles pero que se sostienen sobre la certeza, que se elevan hacia lugares insospechados sobre firmes pilares de verdad y sensibilidad. Algunos de esos pilares forman arcos góticos, pero otros siguen ascendiendo por encima de las palabras sin que se aprecie el lugar donde terminan, como si sólo pudieran encontrarse en un improbable infinito.

En estos textos, la vulnerabilidad se convierte en fuerza, en fuente de poder, un poder que no aplasta, que no aprieta, que no ahoga, que no limita, sino que ofrece al lector la posibilidad de respirar una atmósfera diferente, de aire más puro pero no perfecto, menos contaminado pero que contiene impurezas, aromas y fragancias naturales. Esa mezcla llega a los pulmones y se traslada a la sangre y se distribuye por todo el cuerpo a través del corazón, hasta alcanzar el cerebro, aumentando la capacidad de sentir, de aprender, de comprender, de admirar y de volver a mirar la realidad y la ficción desde una renovada perspectiva.

Avanzar por los puentes de palabras y visitar las dimensiones emocionales de Belén Valiente es un ejercicio que no requiere esfuerzo físico, ni se enmarca dentro de una actividad o competición deportiva, aunque comporta su riesgo. Riesgo de terminar siendo alguien diferente a la persona que se creía ser antes de comenzar a leer el libro. Se trata de un tranquilo paseo evocador, que se puede hacer andando, en bicicleta, nadando, buceando e, incluso, volando. La naturaleza está presente en todas sus formas, mientras que la maquinaria pesada o ligera aparece de manera muy puntual como paisaje industrial abandonado, pero que todavía lastra al ser humano moderno.

En las diferentes dimensiones emocionales que recorre la obra podemos apreciar mejor a las personas, seres vivos y espacios que nos rodean y hasta redescubrirlos como si no hubieran existido antes. Además, gracias a Las flores no se arrancan podemos saber también como es el hogar de la poesía de la autora: un espacio de suelos amarillos, techos naranjas y paredes de aire.