El otro día llegó a mi WhatsApp la carta que un lector enviaba a la redacción de algún periódico. La leí sonriendo porque hace unos cuantos artículos atrás ya había hablado del mismo tema, pero con otras palabras y desde otra perspectiva. Os la traslado aquí entera porque es breve, pero llena de significado…

«Casi todas las infancias de mi generación (tengo veintisiete años) contienen una vivencia común: los atracones forzosos en casa de los abuelos: cómetelo, que nunca se sabe cuándo puede venir otra guerra, solía decir la mía, aunque fuese un garbanzo lo que me dejaba en el plato. Su gran trauma colectivo fue el hambre. Y por eso, desde entonces, atesoraron, previsores, cada ocasión de alimentarse como si pudiese ser la última y vivieron en cada mesa llena, un privilegio. Mientras tanto, nosotros, capaces de vaciar sin remordimiento media nevera en la basura, crecimos en una burbuja de presunta seguridad en la que, estábamos convencidos, nunca pasaría nada. Ahora recibimos nuestra primera herida. Si esta pandemia es nuestra guerra, nuestra hambre es de contacto, y creo que nuestros traumas serán el aislamiento y la distancia. Por eso, me pregunto si en un futuro no nos convertiremos en precavidos atesoradores de cariño y dedicaremos a nuestros nietos frases como la que titula esta carta (Abrázame, que nunca se sabe). Ricardo Ramos Rodríguez. Calatayud (Zaragoza).»

No puedo dejar de leerla e imaginarme a mi padre diciendo la misma expresión, claramente yo no tengo veintisiete años y para él la vivencia con sus abuelos, es para lo que, a las generaciones posteriores, tuvimos la suerte de vivir con nuestros padres y/o abuelos cuando al acabar de comer dejábamos comida en el plato y nos decían: «una guerra tendrías que pasar, termínatelo todo».

Ellos vivieron la escasez de alimentos, el hambre, la necesidad… ahora nos toca a nosotros vivir justo eso, pero como bien dice el joven escritor, la escasez sí, pero de afecto.

Os imagináis diciendo «aprovecha y abrázame ahora que nunca se sabe» aunque estoy segura de que ya lo hemos hecho quizás sin verbalizarlo, pero sí pensando y sintiendo esa necesidad.

El trauma se ha creado y se mantendrá, la guerra viral empezó y aún no ha acabado, y lo peor es que no sabremos cuando acabará. Tenemos que aprender a vivir con este virus y con estas circunstancias, respetando normas, higiene, distancia social… sí, distancia social. Es justo ahí donde más se acentuará la falta de afecto, no poder compartir, tocarnos, besarnos… ya estamos instalando en nuestra conducta ese choque de nudillos, ese levantamiento de cejas para saludarnos, hemos aprendido a frenar ese impulso de darnos un toque en el hombro o esa caricia al amigo que te cuenta un problema, ese abrazo que se necesita para que sepa que estás ahí. Lo estamos automatizando y nos quedamos con la sensación de frialdad, de distancia emocional, a la que poco a poco nos hemos ido habituando pero que lamentablemente sabemos y somos conscientes de que no nos gusta y que en cuanto podamos nos saltamos por pura necesidad.

Más enseña la necesidad que la universidad decían… estamos ahora en un momento de graves carencias, sobre todo afectivas y sociales. Compartir, reír, abrazarnos, besarnos, ésas son nuestros impulsos ahora y justo en este periodo que llega el verano, cuando el calor, las vacaciones y los momentos de esparcimiento son los que imperan por costumbre, estamos aún refrenados por las nuevas olas y los nuevos contagios. Nos frenan y eso hace que el trauma se instale, que permanezca y que perdure. Se crea una huella en nuestro cerebro debido a la carencia que vivimos, que alguno por necesidad se salta porque ya no puede más y que a diferencia del hambre, donde comida no había, pero ahora, personas si hay. Las tenemos delante, compartimos el día a día, llamadas, están físicamente ahí. ¿Cómo no abrazar?

Si nuestros abuelos tuviesen la mesa llena de comida durante esa guerra, ¿cómo no comerla? Pues sólo el miedo puede impedirlo, cuando el miedo es mayor que la necesidad, se podrá impedir. Que nos transmitiesen que una vez vacunados podríamos llegar a cierta normalidad, hizo que las personas se relajasen, pero que vuelvan a salir casos y la vuelta a fases altas, hará que dudemos, que nos sintamos inseguros y que el agotamiento se vuelva aún más grave.

Al final aprenderemos a vivir con este virus, como otras pandemias que siglos atrás aparecieron y se instalaron en nuestro planeta.

Aparecerán curas y tratamientos, otras vacunas y esto quedará como algo en los textos de historia de nuestros nietos, a los que cuando veamos que no salen y se quedan encerrados en sus cuartos, les diremos: «aprovecha, sal y relaciónate», y sobre todo cuando veamos y sintamos esa distancia, les diremos: «abrázame, que nunca se sabe».