Diego Talavera Alemán, periodista que fue director de LA PROVINCIA, avisa a sus amigos de las buenas noticias que conoce, para alegrarles la vida o para alertarles de talentos que ve en el horizonte de las islas o del mundo, pues desde Telde tiene un mirador de hechos que se abren paso y que gracias a él no se pierden en la niebla para los que vivimos pendientes tan solo de lo que acaba de ocurrir. Gracias a esa mirada alerta a uno de los talentos que vigila, los talentos del fútbol (y no sólo de los que producen sus equipos, la UD Las Palmas y el Madrid), supe muy pronto que había una promesa a la que un día habría que abrirle sitio a la atención del mundo y no sólo de Gran Canaria y de las islas. Jugaba en la UD, como él llama a la Unión Deportiva Las Palmas, y era un verdadero talismán del fútbol: serio, constante, solidario, una perla atlántica que iba a dar mucho que ver.

Amo el fútbol desde antes de ser un cronista adolescente. Era del fútbol de radio, me crié escuchando a Matías Prats y a Enrique Mariñas por la radio que llegó a mi casa como un bulto clandestino y allí se quedó para siempre. Cuando ya escribía de fútbol en Aire Libre, que nació al costado de EL DÍA, dirigido por un hombre formidable, don Julio Fernández, el presidente de los equipos infantiles y juveniles de la isla, Floreal Concepción, me hizo seleccionador del combinado infantil de la zona norte de la isla, y ahí se juntaron mi pasión por contar el fútbol con la obligación de organizarlo. Fueron momentos raros, porque pude ver, a mi edad temprana, que una cosa es lo que vemos del fútbol y otra lo que hay detrás de este deporte de tantas emociones. Pero esa es otra cuestión. El fútbol es extraordinario y desata extraordinarias pasiones y otros hechos, algunos nobles y, otros, exageradas representaciones de la naturaleza humana, algunas de cuyas falencias simboliza.

Lo cierto es que aquella experiencia de amor práctico al fútbol me ha durado hasta hoy, y de esa pasión de escribirlo y de describirlo pronto hará sesenta años, que son los que por otra parte llevo ejerciendo de periodista. Mis maestros, los maestros de muchos de nosotros, decían que este oficio alberga en su interior sentimental el entusiasmo del primer día, la sensación de que la primera crónica se contiene en todas las que vayas escribiendo a lo largo de los años, y así será hasta la última crónica. Al menos así albergo la pasión de contar lo que ocurre, como si todo tuviera que ser contado y todo acabara de ocurrir y me pone a mi ante la obligación de decirlo.

Es una manía, claro, pero es una manía de periodista, como una mancha en el corazón del oficio: contar, contar, contar, y seguro que hay cosas que contar. Por lealtad a la primera crónica, sigo haciéndolas, ahora en el diario As de Madrid, y cuando se tercia, como ahora mismo, en estas crónicas en las que trato de sentirme testigo de lo que ocurre en el territorio querido de mis islas. Las escribo, en este caso, en los periódicos que primero me dieron para el sustento, a los que guardo tanta fidelidad como al fútbol, espectáculo que viaja conmigo allá donde voy, igual que el sonido insular, desde el sol cegador de la mañana hasta la luna que saluda desde las costas.

En ese ámbito de las noticias del fútbol, la última que me dio Diego Talavera que tuviera sustancia para quedarse fue la de su descubrimiento, hace tiempo, de Pedri, un muchacho aún adolescente de Tegueste al que él le auguraba grandes hechos. Lo vi jugar, era un verdadero talismán, alguien que con la pelota en los pies ejercía una autoridad insólita, la autoridad que, en fútbol, otorga la potencia sabia de la mirada. Donde ponía el ojo, como se dice entre nosotros, ponía la piedra, y eso lo calificaba para situarse en el medio del campo, otear al horizonte, y poner la pelota exactamente en el sitio donde le duela al enemigo. Pronto se interesó por él, y lo hizo suyo, el ojeador del Barça, que incidentalmente es mi equipo de la infancia, y Pedri fichó por el club azulgrana. Poco a poco, pero con firmeza, se ha hecho ahí imprescindible, poniendo de manifiesto, desde el principio, que no hablaría alto pero sería impresionante el eco de su ejercicio. Su éxito fue inmediato. Y en fútbol el éxito se puede lograr de dos maneras, una de ellas es jugando bien, poniendo la pelota donde pones el ojo.

De inmediato aquella predicción de Diego Talavera se convirtió en sólida evidencia, y ahí está ahora el joven Talismán de Tegueste ganándole la partida al centro del campo con la camiseta (ahora blanca) de la Roja. Es natural, me parece, que nos fijemos, sobre todo, en las evoluciones de Pedri en los sucesivos partidos de la presente contienda. Así hago, y por eso trato de que mi nieto, que nació en Madrid, tiene diez años y es madridista como Diego, se fije sobre todo en lo que hace el hijo de Fernando, que lo sigue a todas partes, y al que ahora localicé en Sevilla esperando que empezara el primer partido de Pedri en la selección nacional.

En una de esas evoluciones observé que al jugador de Tegueste le había dado una patada (de fútbol, como suele decirse) uno de sus contrincantes. En este deporte y en la vida misma es habitual la sobreactuación, excepto si eres digno y leal a lo que ocurre, algo que se produce también en periodismo. En un campo de juego la reacción ante un ataque que produce dolor inclina a la simulación para que el árbitro te beneficie.

En este caso, el dolor expresado por el deportista isleño fue un ay que le llenó la cara, y fue muestra de un dolor en ese momento indecible, sincero como su juego. Hizo muchas jugadas, por supuesto, y muchas de ellas marcadas por el sello de su calidad, pero me fijé en ese gesto porque dio señal de una autenticidad que ya lo marca no sólo como futbolista sino como persona. Cuando a los dieciocho años eres verdadero en tu dolor y en tu alegría es que no sólo actúas en un campo sino que eres auténtico en la vida. Tenía razón Diego, este muchacho nos dará muchas alegrías, hasta cuando tenga que llorar o cuando disfrute a carcajadas.