Desde pequeño siempre me gustó pasar por la pasarela del fútbol. Primero en el infantil Orotava, luego en el juvenil Plus Ultra hasta marcharme a Madrid a estudiar y compartir mi afición deportiva con el baloncesto que había iniciado también en el Huracán de La Orotava. En la capital española pude disfrutar durante seis años del fútbol universitario en el equipo del colegio mayor, entre 1959 y 1965. Tuve la suerte de compartir el balompié con la saga de la familia Sánchez que tanto admiró en Tenerife el magistrado andaluz, José Luis Sánchez Parodí. Nuestro referente familiar futbolero era el tío Antonio Sánchez que jugó de cancerbero en el Price, en el Celta de Vigo y en el Sabadell. Siempre recordaba la eliminatoria del Real Madrid de la copa del generalísimo cuando le ganaron en el estadio madrileño de Chamartín. Otros referentes familiares fueron mis primos Pepe, Isidoro y Nolito Hernández Sánchez, así como mi hermano Francisco Sánchez. El resto de la familia no era mala pero no del nivel técnico de los primeros citados. Con mi hermano Francisco y con mi primo Isidoro jugué en el Juvenil Plus Ultra el Torneo de San Ginés de Lanzarote, en agosto de 1959. Fueron unas jornadas inolvidables que repetimos 50 años más tarde, en 2009, con las mujeres y la música de los Sabandeños en la isla de los volcanes.

Recientemente viajé en junio a Madrid y pude recordar con algunos amigos mis vivencias futbolísticas de antaño. Primero en 1963 cuando viajé a Valencia acompañando a mi primo Nolito y a mi hermano Francisco, listos para fichar por el Valencia F.C. Luego, en 1964, el histórico encuentro España –URSS de la Eurocopa, de la época de Franco, cuando le ganamos por 2 a 1 con un golazo espectacular de Marcelino, el delantero centro que jugaba en el Zaragoza y bien recordó recientemente en El Retrovisor de El País, el periodista Enrique Ortego. Asistí al encuentro ese domingo lluvioso del 21 de junio de 1964 en el estadio Santiago Bernabeu y me acompañó mi novia, actualmente mi mujer, cuyo traje se le enchumbó de manera tremenda. Una vez casados tuvimos la oportunidad de viajar a Rusia cuando se jugó otro partido de la Eurocopa entre la URSS y España en el estadio Lenin de Moscú, en mayo de 1971, lo que nos permitió conocer la capital rusa y el legado técnico de El Picadero, obra de nuestro paisano, el ingeniero portuense don Agustín de Betancourt. Se perdió el encuentro por 2 a 1 y conocimos a los niños vascos de la guerra española cuando al terminar el partido esperaron a Iríbar, guardameta vasco del equipo español, para saludarle. La mayoría de ellos, ya mayores, llevaban en la chaqueta la bandera ikurriña.

Todas estas cosas me vinieron a la mente acompañadas de dos buenos periodistas y escritores de fútbol. Uno era Eduardo Galeano, uruguayo y amigo de mis amigos, quien me dedicó gracias al profesor José Javier Hernández, el libro Los hijos de los días, lo que me permitió al regresar a Tenerife releer el capítulo Todos somos tú, dedicado al jugador africano del equipo de fútbol italiano, el Treviso, Akeem Omolade, cuando los otros diez jugadores de su equipo jugaron el partido con las caras pintadas de negro. El otro periodista era el psicólogo y filósofo alemán Wolfram Eilenberger, más joven que nosotros, y autor entre otros trabajos periodísticos de un excelente artículo sobre el fútbol y la política de Europa, que desglosó en varios subcapítulos. Como trataba del espíritu liberal europeo me acordé en uno de los apartados, titulado Un nosotros abierto, de Agustín de Betancourt y de Alejandro de Humboldt, dos jóvenes de la Ilustración Europea, uno canario y otro prusiano, que coincidieron en algunos asuntos como fue el conocimiento de dos revoluciones: la industrial inglesa y la política francesa, a finales del siglo XVIII. Al igual que el encuentro en Madrid, en 1799, cuando Betancourt estudiaba en la escuela de Bellas Artes de San Fernando, y Humboldt buscaba ante la corte del rey Carlos IV el permiso oficial para viajar a Canarias y a las Américas de la España colonial. Circunstancias de la vida, que nada tienen que ver con el fútbol pero sí con la política, hicieron que Betancourt fuera contratado por el zar de Rusia en 1807 para trabajar en San Petersburgo, Moscú y Nizny Novgorod en el ámbito de las vías y de las comunicaciones, en el ordenamiento urbanístico y en el sector del agua. Años más tarde, cuando Humboldt regresó del viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, pasó a trabajar para los servicios del zar ruso en 1829 y pudo informarle de los recursos minerales que encontró a lo largo del territorio ruso hasta alcanzar puntos concretos de China. Lo que tengo claro, y en eso coincido con el filósofo y periodista del fútbol, Eilenberger, que la actual Eurocopa conectaría con nuestra historia y nuestras fronteras culturales. Y si no habrá que acercarse a San Petersburgo para conocer el puente sobre el río Neva que se nominó recientemente, en otra competición mundial de fútbol celebrada en la antigua capital rusa, en 2018, como el ingeniero canario, Agustín de Betancourt.