El sentido de la vida está en el número aúreo, en las películas de Monty Python y en la armonía de la música. Ya lo cantaba Marisol en la época de Maricastaña, que la vida era una tómbola. Y lo sigue siendo.

La Consejería de Turismo ha decidido hacer un sorteo para que hasta 50 mil canarios, canarias y canaries puedan comprar un bono de 200 euros para pagar la estancia en un hotel este verano. Es de suponer que entre tanto pájaro autóctono se cuele algún tabobo. El Gobierno, por sus partes, se compromete a poner otros 200 de bobilis bobilis. Lo cual que nos sumerge en preguntas de difícil respuesta. Porque resulta que habían anunciado un fondo de 16 millones y haciendo la cuenta de la pata, si sortean todos los bonos solo se gastarán 10 millones. ¿Y los otros?

Pero la verdadera pregunta que algunos podríamos hacernos es cómo resulta posible que un sistema para repartir de forma equitativa y eficiente tantos millones puede hacerse de una forma tan veloz y fulgurante en una Comunidad Autónoma donde los fondos para ayudas sociales o económicas se atascan como los vehículos en las carreteras de Tenerife en hora punta. ¿Será que la vieja fórmula de la muñeca Chochona de las tómbolas de las ferias es la respuesta a todos nuestros males?

El dinero que el Gobierno guanche destina a los alojamientos hoteleros por la puerta de atrás sale de un fondo de 80 millones que se destinó a ayudas a empresas para el pago de los IBI municipales durante el periodo de la maldición pandémica. Un fondo que no se había tocado porque, como todas las ayudas, estaba en la estantería eterna de los expedientes que resuelve la atorada administración pública de las islas.

A la vista de lo visto, el asunto es el siguiente. Tenemos 84 millones del fondo para autónomos y pymes del que solo se han logrado pagar poco más de 20 millones. Tenemos 80 para empresas hoteleras del que van a quedar 65 sin gastar. Y tenemos 1.144 millones que vienen de Bruselas, vía Madrid, para ayudar también al tejido productivo. Tenemos 30 millones del plan contra la pobreza que tampoco funcionan a pesar de que las ONG no hacen más que pedir agua por señas para atender a tantísimos necesitados. ¿Qué es lo que impide que el Menceyato organice una gran rifa para que todos esos fondos se distribuyan por el sistema de sorteos, visto que se puede organizar todo en un santiamén?

Si la idea era llevar 10 millones del grano público al molino de los hoteleros, seguramente había mejores fines. Más sociales, por lo menos. Por ejemplo haber organizado un programa de viajes para personas mayores, acogidos en residencias públicas, para pagarles unas modestas vacaciones en hoteles de islas que no conocen. Algo que sin duda les habría alegrado la vida a los viejitos. Ya que no hemos impulsado el plan de construcción de residencias sociosanitarias, no habría estado mal que a los ancianos que han sobrevivido a nuestra incompetencia les diéramos un planazo veraniego. O incluso a las familias sin recursos. Pero la ocurrencia no llegó hasta ahí. Se agotó en la Chochona. Qué afortunados somos de vivir aquí.

EL RECORTE

Víctimas inocentes

Según la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, la pequeña Olivia se suma a una larga lista de menores asesinados por sus padres o por las parejas de sus madres, en el marco de la violencia machista, 39 víctimas desde 2013. Sobre esos alarmantes datos considera “muy urgente” proteger a la infancia como «víctima directa» de la violencia machista. Y se grita que hace falta una “justicia feminista” . Tal vez la verdad no tenga ya demasiada relevancia en estos tiempos oscuros que vivimos, pero desde 2013 hasta hoy hay bastantes más niños muertos por violencia. Más de ciento veinte según algunas fuentes. El INE y el Ministerio del Interior ofrecen una información críptica del número de víctimas y de los autores de los crímenes. Pero en muchos de esos casos los asesinatos fueron cometidos por sus madres. Hablar exclusivamente de las víctimas infantiles producidas por los crímenes machistas no es exactamente proteger a la infancia: es arrimar el ascua a la sardina. Y para decir que la violencia machista es execrable no hace falta manipular la realidad. No es necesario porque la realidad ya es suficientemente deplorable por sí sola. El crimen machista cometido en Tenerife no es el de un padre sobre sus hijas, es el de un hombre que quiere hacer daño a su ex pareja. Un miserable capaz de tirar los cuerpos a un kilómetro de profundidad para que no fueran encontrados; para conseguir que la madre de las niñas viviera toda su vida con el dolor de haberlas perdido y la falsa esperanza de recuperarlas. La crueldad de esta historia salta por encima de la estadística y cada una de estas vidas es, por sí sola, un aldabonazo en nuestras conciencias. Hay que hacer algo para evitarlo. La historia, que aún no ha terminado, nos deja un poso de desesperanza. Como si esto no tuviera remedio. Pero lo peor que se puede hacer sobre el dolor y la pena es política.