He descubierto, con un asombro ligeramente cansado, que los invitados a la ceremonia de entrega de los premios y medallas con motivo del Día de Canarias, en el Teatro Guimerá, disponían de un photocall para posar. Lo pueden ver en las redes sociales: consejeros, viceconsejeros, directores generales, presidentes de Cabildo, diputados, por no hablar de empresarios, altos funcionarios y otras gentes invariablemente admirables sonriendo a la cámara con su mejor pose gestual. Era como la entrega de los premios Goya aunque, para ser sinceros, en los últimos años –hace ya bastantes años– las distinciones que concede el Gobierno autonómico son a menudo más discutibles que las películas galardonadas por la Academia Cinematográfica de España. Ya empieza a producirse cierta mágica superposición entre ambas solemnidades: una de las Medallas de Oro fue para una serie de televisión. Yo descubrí posando a Elena Máñez y por un instante la confundí con Belén Rueda. Una Belén Rueda con una tisis incipiente, desde luego. Luego está la autoficción: el Gobierno premiándose a sí mismo al distinguir al Servicio Canario de Salud. No sé si posó Blas Trujillo metiendo tripón. Con sinceridad no recuerdo si con ocasión de otros premios Canarias se instalara un photocall y demás gaitas exhibicionistas; en todo caso, la situación del país, hundido aun en una crisis económica brutal y con gente todavía enfermando y muriendo a causa de la covid, quizás aconsejaba un mayor comedimiento. Pero existe una élite política en Canarias que está encantada consigo misma y cree invulnerable. Es la que ha desembarcado en los primeros y segundos niveles del Ejecutivo regional, en el Parlamento, en los cabildos. La que ha llegado en la ola de un poder socialista que desalojó a CC de los despachos –socio durante tanto tiempo en tantos sitios, por otra parte: hasta Ángel Víctor Torres gobernó con los coalicioneros en Arucas– y que copan ahora las instituciones. Gente, por lo general, con una escasa experiencia de gestión, una personalidad política licuefacta, entusiastas del seguidismo botarate y alérgicas a los análisis rigurosos, más cómodas con las siglas y los argumentarios que con el diálogo con la sociedad civil que, fíjatetú, no es socialista, como no es carlista ni pensamiento Mao Tse Tung. Gentes como una consejera del cabildo que si se le recuerda el pastón que gana mientras se rasca la barriga, el barrigo, le barrigue responde al periodista que a saber de dónde cobras tú. O como un alcalde que se va tres días a París con los gastos pagados, ah,la bohème, la bohème, ça voulait dire on est heureux, la bohème, la bohème nous ne mangions qu’un jour sur deux, mira, cari, el Sena es como el barranco de El Batán en invierno chossss. Escúchenme y escúchenme cuidadosamente: esta gente matará –es un decir– para no perder la poltrona, porque en ningún otro sitio encontrará ingresos similares ni un estatus social semejante. Y están en todas partes a disposición de la jerarquía. Si es necesario proclamar que nieva en Canarias y que los socialistas corregirán esta injusta adversidad meteorológica, lo harán sin pestañear. El muy oligarquizado PSOE ya no es un partido de las bases, sino de los cargos públicos, como ocurre en todo el ecosistema político canario y español.

Luego habló el presidente Ángel Víctor Torres. Está a punto de cumplir dos años en el poder, es decir, de atravesar el ecuador de su mandato, pero sigue disertando como un entusiasta líder de la oposición. “Otra Canarias es posible”, proclamó Torres, con las mismas palabras y el mismo énfasis que en la campaña electoral de 2019, y practicando la esquizofrenia operativa de todo buen progresista actual: ser poder y oposición, acción y crítica, realidad y promesa, continuidad y ruptura. Quizás otra Canarias sea posible. Visto lo visto, otra izquierda, no.