El expresidente Rodríguez Zapatero participó este pasado miércoles, como invitado, en el primer aniversario del llamado Movimiento Saharaui por la Paz, un acto bajo patrocinio marroquí celebrado en El Aaiún. Zapatero, que intervino telemáticamente, pidió al pueblo del Sahara que considere la opción de una solución política ‘realista’ al conflicto que enfrenta a Marruecos y el Polisario por la independencia de la antigua colonia española, asegurando que la política “si no es realista, es otra cosa, tal vez un sueño o una utopía destructiva”.

La posición de Zapatero no es nueva, ni ajena al que ha sido el discurso tradicional de los socialistas españoles en relación con el conflicto, que podría resumirse básicamente a dos postulados. Uno, que la independencia del Sahara es imposible de materializar, por razones geopolíticas –falta de apoyos internacionales– y demográficas –escasa población–. El otro es que la única opción posible para obtener mayores cotas de autogobierno es un acuerdo por la autonomía sobre la base del reconocimiento de la soberanía marroquí en el territorio. Son consideraciones que no se explicitan desde el discurso político o diplomático, y mucho menos desde la acción internacional del Gobierno de España cuando han gobernado los socialistas, pero que definen el camino de realpolitik con el vecino marroquí por el que apuesta el PSOE. El ex presidente español se mostró en su intervención más preciso que en otras ocasiones: “La paz es acuerdo, es ceder, admitir que nunca se tiene toda la razón”, dijo Zapatero, para añadir que después de casi medio siglo se necesita “un entendimiento inequívoco entre quienes protagonizaron el conflicto”, que permita recuperar una identidad saharaui “que no sirva para enfrentarla a otros, sino para sumarla”. Zapatero actúa en este caso –como en tantos otros– luciendo ese perfil naif que definió tantas actuaciones suyas. Desde la Alianza de Civilizaciones al republicanismo versión profesor Petit .

Lo que ocurre es que su intervención se produce en un momento de tensión extrema: el Polisario mantiene un estado de guerra contra Marruecos declarado desde el pasado 13 de noviembre, con operaciones y enfrentamientos a lo largo del muro de contención, que –según la información facilitada por el ejército de la RASD– han provocado ya muertos y heridos, tanto en las tropas marroquís como en las propias. Es difícil contrastar la veracidad y precisión de las informaciones militares, entre otras cosas porque Marruecos no facilita información alguna sobre las incursiones polisarias a su lado del muro, pero parece que las refriegas y encontronazos –sin poder considerarse de gran intensidad– son las mayores que se producen en la zona desde que concluyó la primera guerra, en el año 1988.

A la inestabilidad que provoca la escalada armada, se suma la situación de descabezamiento de la RASD, cuyo presidente Brahim Ghali, gravemente enfermo de Covid, permanece ingresado en Logroño, reclamado por la Audiencia Nacional y bajo un nombre falso, protegido por el compromiso de Pedro Sánchez de no entregarlo a la Justicia. A esa situación, que complica la toma de decisiones, se une el cansancio polisario ante el nulo interés del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que se reunió también el miércoles para hablar sobre el Sahara, e hizo más o menos lo mismo que Zapatero: declaraciones naif sobre el inalienable derecho a la autodeterminación de los saharauis (sin materializar medida alguna para alentar el cumplimiento de ese derecho), y prudentes recomendaciones a Marruecos y el Polisario de reanudar el proceso político interrumpido por esta nueva guerra que Marruecos no va nunca a perder… En fin, que han pasado ya 45 años desde que España abandonó su última colonia, y el conflicto del Sahara sigue enquistado y sin perspectiva alguna de solución.