Más interesante de los datos que precisan (o no) las encuestas electorales están las interpretaciones de las mismas. Fuerzas políticas y líneas editoriales se retratan en las encuestas como en un espejo. Lo más sorprendente de las hermenéuticas partidistas y mediáticas de los sondeos electorales es que siempre parten de que una parte sustancial de la ciudadanía es de una imbecilidad inefable. Tomemos el ejemplo de Madrid. Las izquierdas se aprestan al combate, los diarios y emisores simpatizantes del Gobierno de Pedro Sánchez o del actual statu quo advierten del peligro de un Comunidad autónoma en manos de la derecha ultra, porque el PP de Díaz Ayuso y Vox podrían conseguir, sin grandes dificultades, sumar mayoría absoluta. Siempre me ha impactado este estilo analítico, porque parte implícitamente del supuesto de que los votantes del PP o de Vox son mongólicos, están trágicamente desinformados o agonizan presa de sus prejuicios. La inteligencia, la lucidez y la bondad acompañan, en cambio, a los que intentan evitar la victoria de la derecha. Y si gana la derecha es porque la mayoría electoral es idiota, o la izquierda se quedan en casa o está lloviendo o hace buen tiempo.

Uno, en cambio, desde su humilde ultraperificidad, sostiene que lo que registran las encuestas en tiempos pandémicos, e incluso las elecciones, son impulsos emocionales, lo que no significa que la mayoría de las políticas de la derecha madrileña no puedan ser lesivas para la mayoría social o que la actitud de las izquierdas no demuestre una sandez estratégica encerrada en sí misma. Si desde 1995 –cuando Alberto Ruiz Gallardón ganó la Comunidad con mayoría absoluta– la izquierda no toca el poder la responsabilidad es, principalmente, de la misma izquierda, que no ha sabido construir una alternativa política, económica y cultural a la derecha madrileña. Uno piensa que Madrid se ha convertido en el relicario de la derecha cañí, y que Enrique Tierno Galván y Joaquín Leguina fueron epifenómenos que gozaron del favor de la novedad posfranquista y del impulso de los años dorados del felipismo: ambos gobernaron desde la moderación y la transigencia. A partir de la última década del siglo las clases medias viraron hacia el PP en la Villa y Corte y después en las pequeñas ciudades de la Comunidad. Madrid es una capital de derechas como Santa Cruz de Tenerife una ciudad marítima: aquí el océano está muy cerca y allá lo está una concentración de poder financiero, industrial y comercial de enorme potencia centrípeta. El peso político de Madrid sirve además para oponerse desde la derecha a quien ocupa desde la izquierda el Gobierno central e, incluso, a quien lidera el Partido Popular, como era el caso de Esperanza Aguirre. La señora Aguirre representaba una derecha populachera y ambiciosa frente a un Rajoy camastrón y aparentemente alérgico a cuestiones doctrinarias o a valerosos principios liberales. Cientos de miles de madrileños –algunos poco o nada derechistas– votarán a Díaz Ayuso para expresar su malestar y decepción frente al Ejecutivo del PSOE y UP. Los votantes de Alicante, Pontevedra o Sevilla no tienen esa posibilidad. No tienen una opción para depositar su cabreo, su hartazgo, su incredulidad. Díaz Ayuso se las ofrece envueltas en promesas grotescas, testaruda irresponsabilidad, retórica guerracivilista y frivolidades trumpistas.

En Canarias, en las dos encuestas que se han publicado esta semana, ocurre algo parecido. Gana y gana ampliamente el PSOE, pero el pesimismo y la angustia ahogan las islas.Y es por que, simplemente, ninguna fuerza política metaboliza y abandera el malestar, el temor y la indignación de una mayoría social incapaz de vislumbrar un futuro habitable.